Salam-Shalom Barcelona: musulmanas y judías también hacemos “cosas”

Presentación de Salam-Shalom en Barcelona. / Foto: Hajar Boutjat.

Rara vez me  encuentro con preguntas referentes a los retos, las visiones de futuro, la lucha o el compromiso de nuestra iniciativa y demasiadas con un:  “qué bonito es trabajar por la paz” o “que trabajo tan precioso y necesario estáis haciendo”.

Aprendes a descodificar esos comentarios con deje paternalista y condescendiente con los que repetidas veces reaccionan las personas, cuando explicas porqué luchamos por crear una iniciativa como la de Salam Shalom Barcelona. Aprendes también, que es este sabor agrio producido por la indignación,  por la toxicidad de estas microagresiones diarias, el  que se  acaba convirtiendo en el principal motor de acción y  razón de ser de plataformas como la nuestra.

El 25, 26 y 27 de Enero presentamos las bases de la plataforma llamada Salam Shalom Barcelona, o cómo la solemos abreviar las que trabajamos en ella, “sasha bcn”. Nacida para luchar contra la islamofobia y la judeofobia  y reivindicar nuestras identidades como minoría en Barcelona, durante todo el fin de semana dimos a conocer nuestra iniciativa con diferentes encuentros: una cena de shabbat entre jóvenes musulmanas y judías, un tour a través de la historia y la realidad de nuestras comunidades en la ciudad, la presentación oficial de la plataforma en el centro de cultura contemporánea de Barcelona y  el  acto del día internacional de conmemoración en memoria de las victimas del Holocausto.

Teníamos diferentes retos. El primero, juntar a veinte jóvenes judías y musulmanas para una cena de shabbat. Era la primera vez en Barcelona que se creaba una espacio de tal calibre, un lugar seguro sin intrusiones ajenas dónde dejar fluir nuestra curiosidad de forma distendida. Y es que para muchas de las presentes, era la primera vez  que conocían una persona  de la otra comunidad. Comentarios como el “¿esto seguro que es halal”? o –“el yo pensaba que todo lo kosher era halal pero no a la inversa”- eran algunos de los comentarios que se oían mientras  mencionaban con distintos nombres los mismos platillos que habían en la mesa.

Es la sintonía que se crea cuando juntas a dos comunidades que entienden lo que significa crecer como minoría en nuestra ciudad, y aunque son espacios frágiles que requieren de un trabajo más profundo, cuando los creas fuera de los voyerismos, exotizaciones y acusaciones de la cultura dominante por lo que hacen algunas  personas en representación de nuestras identidades, surge la complicidad, la posibilidad de concebirse como potencial aliada frente a la ignorancia y el racismo de la sociedad.

Precisamente las microgresiones, comentarios con los que convivimos diariamente, ese racismo estructural casi imperceptible y tan sutil  que  ponen en evidencia el privilegio de quien las dice, fue una constante durante toda la organización de la presentación. Comentarios como el:  “ oh, sabes que mi apellido es judío, es que en realidad en Cataluña todos somos judíos”, o el -“ ¿ostras, de verdad que en esta ciudad sufrís tanto?”-después de oír los parlamentos de personas de nuestras comunidades denunciando casos de racismo, y el fantástico “Salam significa paz en musulmán”, escrito en un periódico local al día siguiente de nuestra presentación, son algunos ejemplos.

También  nos encontramos  con otros casos como la imposibilidad de escribir bien los nombres de nuestras compañeras musulmanas en algunos de los periódicos, y el maravilloso titular refiriéndose a mi compañera musulmana y a mi como “víctimas de nuestras comunidades”, remitiéndose a los parlamentos que habíamos hecho denunciando estos mismos casos de racismo estructural en nuestra ciudad.

Microagresiones de este tipo son una clara manifestación de la violencia estructural de un sistema heteropatriarcal y racista. Significa que eres el Token perfecto para  las noticias del día siguiente pero en realidad no me importa si he escrito bien tu nombre en mi artículo o si no distingo entre el idioma árabe de la religión musulmana. Significa que difumino mi antisemitismo abogando por el discurso neoliberal del igualitarismo, “el en realidad somos todos iguales” con un “en realidad en Cataluña somos todos judíos”.

Apropiarse de la experiencia de la judeidad, porque por supuesto sabes y has vivido que significa ser una persona judía en nuestra ciudad. Significa que la gente vea a dos jóvenes, una musulmana y otra judía en un escenario denunciando su realidad, hablando de lucha y resistencia, y que aun así se les atribuya la etiqueta de víctimas. Ni siquiera de la sociedad que nos rodea, sino  de nuestras  propias comunidades.

Como dice Alivia Murillo, “ las mujeres entramos en el traje victimizante con mucha facilidad porque está en el ideario cultural”. Pero no es ninguna novedad darse cuenta que esta condición se agrava cuando se cruzan otras intersecciones como el ser parte de una minoría, una persona racializada, una joven que exterioriza su indignación con la sociedad. Pero que se nos encasille con la condición de víctima puede ser muy peligroso.

Y es que aunque encaja mejor con un discurso hegemónico, fácil de digerir  para públicos que disfrutan de la exótica  idea que  personas musulmanas y judía nos juntemos para “hacer cosas bonitas y preciosas”,  también significa crear un discurso que  nos arrebata el poder y potencial que  tenemos como agentes de cambio social, como resilientes o luchadoras contra su racismo, porque en realidad el poder y la fortaleza no es para las minorías.

Así que para todas aquellas personas que miran desde su paternalismo, romantizando nuestro trabajo, les digo que no es ni bonito ni precioso combatir contra discursos de odio como este, contra  sus diarias microagresiones, su ignorancia, con la creciente islamofobia y judeofobia de nuestra sociedad, y además cargar con la etiqueta de víctimas.

Que Salam Shalom Barcelona nació para responder a personas como ellas, para desmontar prejuicios, luchar contra discursos de odio, y desde la inclusividad, la visibilización y la solidaridad trabajar contra la violencia estructural, cultural y directa existente entre nuestras comunidades y  hacia nuestras comunidades.

Sin olvidar nunca lo que dijo mi compañera musulmana “la resistencia se lleva mejor con humor, un mecanismo muy poderoso de activismo. Si me preguntan si me siento integrada en esta sociedad, les respondo-claro que si!, como pan integral cada mañana”. Así que si me dicen que trabajo tan necesario y precioso estáis haciendo, les diré que ¡trabajo! es el que nos dan personas como ellas, pues tan precioso su racismo no lo encuentro.

 

Camila Malkah Piastro 

Internacionalista especializada en estudios de Paz y género. Activista en Salam Shalom Barcelona y colaboradora en Mozaika. 

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