Responsabilidad y culpabilidad

4 mayo, 2021
Foto: REUTERS/Amir Cohen

Los hechos acontecidos en Merón la noche de Lag Baomer constituyen una de las tragedias más grandes en la historia breve y sufrida del Estado de Israel. Justo en la celebración del día en el cual una plaga asesina no dejó muertos, y en el día que los secretos de la Kabalá fueron de alguna manera revelados por Rabí Shimon Bar Yojai.  En Merón, está la tumba de esta figura muy emblemática y especial del judaísmo, el mismo que pidió que el día de su partida de este mundo fuera una ocasión festiva y no luctuosa.

No ayuda buscar explicaciones a los eventos que se llevan por delante vidas de inocentes. Nuestra dimensión finita, por lo humana, no da para ello. Pero sí conviene hacer algunas reflexiones.

La primera es una de carácter eminentemente técnico: las construcciones para actos de masas requieren de una estricta ingeniería y supervisión. Los eventos de multitudes deben seguir reglas muy específicas y estrictas, y ellas deben ser respetadas a cabalidad. Su infracción debidamente sancionada.

Pero hay otros temas que constituyen el caldo de cultivo para la desobediencia, la falta de confianza en las autoridades, la falta de fuerza de estas últimas.

Hay un episodio en la Torá que se denomina Eglá Arufa. Cuando se encuentra un cadáver entre dos ciudades, se mide cual ciudad es la más cercana y de ella los ancianos y líderes deben hacer un sacrificio y luego declarar que no son culpables de lo acontecido, pero si tienen responsabilidad.

En el Israel de nuestros días, el respeto entre los políticos es escaso. Los medios de comunicación son inclementes en sus críticas. Si bien es necesaria la libertad de expresión y la transparencia, la exigencia de rendición de cuentas a los servidores en cargos públicos, no es menos necesario el respeto y la ética en cuanto a señalamientos y abordaje de figuras públicas, de gobierno y de oposición, personales o institucionales.

Israel ha tenido cuatro elecciones en menos de dos años.  Las campañas electorales han sido desgastadoras.  Entre partidos y bloques, los términos que se emplean dejan, a veces, mucho que desear.  Los políticos y jerarcas que, de manera individual, tienen un peso específico muy importante a nivel de media, usan, demasiados de ellos, un vocabulario poco edificante y que no genera confianza. Las decisiones que se toman en el ejecutivo, algunas de vida o muerte, se califican de viciadas y obedeciendo a intereses partidistas coyunturales.

En este panorama de descalificaciones al más alto nivel, el ciudadano de a pie, común y corriente, aquel que cumple en buena medida con sus deberes, está confundido. Unos partidos de derecha que pueden hacer mayoría gubernamental, no lo hacen por diferencias internas y unos partidos que promueven el cambio del primer ministro Benjamín Netanyahu, y podrían hacer mayoría, tampoco lo hacen. Privan egos y mezquindades.

Los abordajes de ciertos medios de comunicación a figuras públicas, de gobierno o de aspirantes ciertos a ser gobierno, llegan a ser groseros muchas veces. Preguntas insidiosas, comentarios despectivos e irrespeto a la autoridad.

Cuando las descalificaciones son la práctica común, se pierde el respeto y la confianza: las autoridades dejan de ser obedecidas, las medidas que se toman no se acatan. Impera la desobediencia y se impone una peligrosa anarquía.

El ciudadano desconfía de las motivaciones del gobierno y ve en la desobediencia una forma de protestar, de imponerse.  Y cuando las normas no son respetadas, se pueden producir eventos desastrosos.

En la desgracia de Merón, probablemente, se encuentren unos culpables por tecnicismos y acciones indebidas. Y ello será solucionado para el futuro, aquel que nunca devolverá la vida a las víctimas. Pero el clima de desconfianza y de desobediencia generado, es responsabilidad de todos.

Pocos han de ser los culpables de lo sucedido, si es que los hay.  Muchos los responsables.

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