¿Repetir el pasado? … ¿O superarlo?

26 mayo, 2021 ,
Misil balístico iraní Shahab 3 en el Día de Jerusalén Foto: Tasnim News Agency Foto Wikimedia CC BY 4.0

Los cañones han cesado de tronar; el alto al fuego entre Israel y Gaza se mantiene mientras se negocian las condiciones para que esa tregua pueda alargarse en el tiempo… pero pocos (o nadie) se hacen ilusiones. Para muchos (o para todos) esta tregua no es más que el plazo -incierto- que transcurre antes de un nuevo estallido de hostilidades, como ha venido sucediendo una y otra vez. Así se ha venido manteniendo el status quo. Y a eso es a lo que la población israelí -la parte judía pero la minoría árabe también- se habría venido adaptando y hasta acomodando hasta ahora, y que en alguna medida parecería haber sido internalizado (¿resignadamente?) por la población árabe de los territorios ocupados.

Pero hete aquí que lo que parecía ser algo más de lo mismo, una forma de avanzar en el mantenimiento y profundización del status quo, estalló de manera inesperada en este abril y mayo, y de formas no previstas, sin respetar las leyes del juego. El conjunto de acciones y reacciones que se desenvolvieron en este período incluyeron la instalación de vallas en la Puerta de Damasco, en Jerusalén, durante el Ramadán y la violenta respuesta árabe, que llevó finalmente al retiro de esas vallas; la orden judicial de desalojo de unas familias árabes en la vecindad de Sheikh Jarrah en Jerusalén Este y los disturbios entre manifestantes árabes y la policía israelí  que esa decisión  provocara (decisión suspendida luego por la Suprema Corte por un plazo de 30 días, para escuchar argumentos en pro y en contra); los violentos incidentes entre policías israelíes y manifestantes árabes en la mezquita de Al Aqsa también durante el Ramadán; la amenaza cumplida de Hamás de enviar cohetes sobre Jerusalén y el comienzo de la respuesta israelí, bombardeando Gaza.

En el pasado, cada uno de este tipo de acciones se agotaba en sí mismo; una vez transcurrido un tiempo la “calma” volvía a reinar (o era impuesta, con detenciones, imposición de bloqueos, cierres temporales de acceso a empleos, control territorial, etc), aunque con la certidumbre implícita de que pasado un tiempo la violencia retornaría, y así ad infinitum. ¿Pero es que hoy se puede seguir pensado así, y esperar a que vuelva a restablecerse la “normalidad”? ¿Y de qué “normalidad” estamos hablando?  Porque las recientes acciones han sido acompañadas, por primera vez en mucho tiempo, de enfrentamientos violentos entre judíos y árabes, ambos israelíes, en ciudades como Lod, Iafo, Haifa, Beer Sheva, que hablan de brechas profundas en las relaciones de convivencia (aunque haya habido también muestras de solidaridad que alienten esperanzas) y porque la convocatoria, el 18 de mayo, de un día de huelga general (un Día de Rabia) de árabes israelíes y de palestinos de los territorios ocupados habría contado -por primera vez- con cientos de miles de adherentes de uno y otro lado de la Línea Verde, según el New York Times.

Con elementos de esta naturaleza es difícil visualizar un próximo futuro en el que retornaremos nuevamente a una “normalidad”, aunque ésta sólo prometa contener la violencia por un tiempo. Sin embrago así es como piensa, explícita o implícitamente, una proporción significativa de la sociedad israelí, parte apoyando activamente la continuidad del status quo, parte resignada a aceptar esta situación, tanto por creer que no existen alternativas como por constatar que carecemos de liderazgos con el coraje necesario para remontar ese status quo. Aunque alternativas siempre existen.

Por su parte, en el lado palestino es notoria también la carencia de liderazgos, así como la existencia de profundas divisiones entre facciones opuestas (la animosidad entre Hamás y Fatah es quizás mayor que la existente entre judíos y palestinos), a lo que se suman acusaciones -bien fundamentadas- de corrupción, nepotismo y autoritarismo de lado y lado. La convocatoria a elecciones palestinas, 15 años después de las últimas elecciones realizadas, fue rescindida una vez que Israel decidió oponerse a la participación en ellas de Jerusalén Este (decisión que puede haber influido de alguna manera en los recientes estallidos de violencia, aunque existirían razones para pensar que Fatah habría aprovechado esa oposición de Israel, para suspender unas elecciones que temía perder).  En todo caso parecería que, del lado palestino, el status quo estaría también mostrando grietas crecientes, pero sin que ello signifique que en las manifestaciones se manejen slogans que apunten a soluciones que resulten viables y permanentes, más allá de los reclamos por el cese de la ocupación (eso con respecto a los pobladores de Cisjordania; la población de Gaza, sometida como está al Hamás, sólo se mueve a impulsos de ese grupo). Es decir, más allá de repudiar la ocupación, ¿qué soluciones visualizan los palestinos? ¿Dos países para dos Estados? ¿La desaparición de Israel, como reclama la Carta Fundacional de Hamás?  ¿Un solo país del Jordán al Mediterráneo, con o sin un Hogar Nacional Judío en su seno?

Porque el reconocimiento de que el status quo podría estar haciendo agua, tanto del lado israelí-judío como del palestino, no implica que estemos más cerca de enfrascarnos en negociaciones que lleven a resultados positivos.  El Estado de Israel es una realidad y su existencia no debería estar en tela de juicio, pero a partir de esta premisa es preciso reconocer también la realidad de una comunidad, la palestina, que aspira a contar con su propio Estado, aunque la confusión reine en su interior de cómo o a qué Estado llegar.

Y es preciso reconocer también los enormes obstáculos que representan las posiciones de una porción significativa de la sociedad judía israelí, que se niega a ceder en materia de ocupación, que esgrime derechos divinos sobre la tierra y está dispuesta a convivir con un esquema de discriminación de los ciudadanos. Para esta parte de la sociedad, no hay soluciones definitivas sino continuación de un régimen de dominadores y dominados.

¿Podrá este conflicto recién acallado, y la constatación de que la convivencia en Israel es bastante más difícil de lo que creíamos, abrirnos los ojos y darnos el coraje necesario para negociar y ceder, ceder y negociar?  En el año 2014, cuando estaba a punto de finalizar la llamada Operación Margen Protector, en una nota para Aurora (“¿Hacia una nueva Normalidad?), decía: “…  Porque en algún momento se alcanzará un acuerdo de cese de fuego más o menos duradero (sin que ello implique que éste sea permanente), aun cuando el gobierno de Israel -a través del Primer Ministro Benjamín Netanyahu- haya declarado estar dispuesto a continuar lo que se ha venido calificando como una guerra de desgaste, hasta alcanzar completa seguridad y tranquilidad en Israel, libre de las amenazas de ataques con cohetes de Hamás y de incursiones a través de túneles.  Pero cuando se alcance ese acuerdo de cese del fuego, ¿se volverá a la normalidad? ¿Y de qué normalidad se trata? ¿Alcanza con sentir cierta tranquilidad, aunque se tenga la certeza de que en un futuro no muy lejano se reanudarán las hostilidades?  ¿Es posible -y aceptable- vivir con normalidad en un mundo que estás convencido que te antagoniza?…  Mantener y aceptar ese tipo de “normalidad” implica votar por el mantenimiento del status quo, por más que se sostenga que lo que se busca es la paz. Porque el problema que vive hoy Israel -y que viene arrastrándose hace tiempo- no es sólo Gaza, y menos aún sólo Hamás. El problema real es que Israel continúa ejerciendo su autoridad, directa o indirectamente, sobre una población que no es la suya, los palestinos en los territorios ocupados (Gaza incluída, a pesar de la retirada unilateral de Israel en el 2005). Una normalidad genuina no puede dar la espalda a lo que sucede más allá de sus fronteras (¿una villa en la jungla puede calificarse como una situación “normal”?) y, sin embargo, esa ha sido la situación hasta ahora.

Me temo que lo escrito hace ya siete años siga teniendo actualidad, aunque mi ferviente esperanza es que no haya que volver a repetir en esta tierra, una y otra vez, el macabro juego de provocaciones y represalias.  Pero para ello es imprescindible -quizás no suficiente pero sí absolutamente necesario- comenzar un proceso de transformación de las actitudes, que sólo puede darse a través de cambios profundos en la educación, en las formas en que se materializa y universaliza y en los valores que a través de ésta se transmiten, tanto en la sociedad israelí como en la palestina. Ciertamente, los obstáculos son enormes, el ambiente político vigente no es el más favorable y los cambios llevan tiempo, pero su necesidad es imperiosa. De ello habría que hablar más adelante. Mientras tanto, vale la pena recordar que nos merecemos, todos en esta tierra, que la expresión Shalom, Paz, no sea sólo una bella ilusión.

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