Edificio de la Knéset - Foto: Wikipedia - CC BY 2.0

Elías Farache S.

Tras varias elecciones que no sirvieron para lograr la debida coalición, hace un año escaso se formó un muy singular bloque conformado por siete partidos que comprenden las ideas más encontradas entre unos y otros.

Esta coalición tan disímil encontró una situación delicada. La de siempre respecto a seguridad y atentados terroristas, la ya acostumbrada negociación de las potencias para evitar un Irán nuclear, el frente del Líbano y Hezbollah, la delicada situación en Siria y la presencia y consecuencias del COVID, luego de más de veinte meses de pandemia, vacunación, aislamientos y todo lo que conocemos.

En este año, el gobierno ha hecho frente a la cotidianidad e Israel y a las eventualidades de manera eficiente. No óptima, pero ha sabido resolver. Es un logro indiscutible haberse mantenido, no haber sucumbido a la presión de la oposición. Más que eso, no haber sucumbido a las diferencias de sus propios participantes y las exigencias casi individualistas de miembros de la coalición. Ninguno de ellos puede formar gobierno, pero cualquiera de ellos puede tumbar el gobierno. Cosas que ocurren en la tierra prometida.

Además de lo anterior, el juicio a Benjamín Netanyahu prosigue su errático curso. Audiencias van y vienen, unas contradicciones siguen a otras. Se va para adelante y para atrás. Una nueva rutina a la cual se ha venido acostumbrando el ciudadano israelí.

Israel siempre ha tenido la necesidad de mantener estatus quo. Cambiar las cosas se traduce en inconvenientes. Es así como se mantiene el estatus quo respecto a los horarios de transporte público en Shabat, las condiciones de acceso al Muro de los Lamentos en Jerusalén, la administración de los lugares sagrados de la ciudad santa de parte de las representaciones religiosas, el acceso al Monte del Templo y la mezquita allí situada. Desde 1948 han sido muchas las situaciones que se dejan así, sin efectuar los cambios que, aunque parecen lógicos, causan inconvenientes, incomodidades.

Pues bien, parece que en Israel se está gestando y consolidando un estatus quo raro. Una amenaza constante de nuevas elecciones, que paraliza al país. Pero que además arroja como resultado previsto un nuevo empate que auguraría coaliciones débiles y nuevas elecciones. Una situación judicial para el ex primer ministro que no avanza y lo convierte en un candidato eterno y con exposición mediática. Coaliciones que no pueden avanzar en ciertas negociaciones porque sus posiciones encontradas no lo hacen posible. Todo ello dentro de las problemáticas externas de siempre y que han constituido lo que se puede llamar un tradicional estatus quo.

Israel funciona en esta rara condición. Pero no avanza como debería. Una especie de parálisis somete a la espera a las decisiones trascendentales que parece debieran irse tomando. Consuela que funciona.

De estatus quo en estatus quo. Pareciera que, desde su fundación en 1948, el estado judío permanece en un estatus quo que consiste en mantener los anteriores y los nuevos que surgen.

Raras cosas de la actualidad y de la historia.

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