Purim: una conmemoración judía contra la tiranía y la intolerancia

9 marzo, 2020 , ,
Una de las costumbres de Purim es la utilización de disfraces. Foto: Pixabay/Orna Wachman

Así como Pesaj homenajea la libertad y Kipur la emergencia de reparar nuestros errores, Purim es la respuesta a los despotismos y la iniquidad porque evoca la salvación del plan de Hamán de “destruir, asesinar y aniquilar a todos los judíos, jóvenes y ancianos, mujeres y niños, en un solo día” (Ester 3:13).

Purim pertenece a aquellas fechas cuya causa amerita ser perpetuada, sus consecuencias meditadas, y su historia estudiada y analizada. En todas las generaciones y en todas las geografías suele aparecer un discípulo de Hamán, cuyas intenciones deben ser abortadas antes que se pongan en marcha. También en nuestros días. “En tiempos de Mordejay y Ester, en Shushán, la capital de Persia, el pérfido Hamán concibió el cruel intento de aniquilar a todos los judíos de aquel imperio, mediante un asesinato en masas… en un solo día, el 13 del mes de adar, en el que tenía pensado apoderarse de todos los bienes de las víctimas…” (De la plegaria Al Hanisim).

Purim nos sirve para aprender cómo enfrentar a los regímenes despóticos, y cómo actuar frente al odio irracional, sin permanecer pasivos y sin temer salir en autodefensa.

Purim recuerda la necesidad de la unión nacional y de la protección social como imperativos de supervivencia y no sólo como otra forma de ayuda al prójimo. Cuando enviamos obsequios unos a otros, y todos, a los pobres, comprendemos que la solidaridad social no es sólo un modo de ayudar al prójimo, sino de unirnos contra peligros mayores que nos pueden amenazar.

En los instantes de la lectura del rollo de Ester cuando se menciona el nombre de Hamán, utilizamos matracas y golpeamos con los pies el suelo, «borrando» su nombre, pero el ruido durante la referencia al nombre del opresor, no nos debe impedir oírlo para tenerlo muy bien identificado.

El Talmud nos dice: “¿Qué vio Ester que invitó a Hamán? –Para que Israel no diga, ‘tengo una hermana en la casa del Rey’” (en Meguilá 15b), para que el pueblo no confíe en “la hermana” que había ocultado su rostro de ellos, y que no se encomiende en el milagro de su ayuda, sino que renueve su seguridad para tomar fuerzas de la fe y defenderse. Quien se confía en el auxilio de los “amigos” cuando su vida se ve amenazada, carecerá de medios para defenderla. Muchas veces hemos visto a los “hermanos” asociándose con los abusadores, cuando sus intereses personales coincidían con los del régimen.

Festejar Purim como lo indica la tradición, permite que nuestros oídos vuelvan a escuchar, para que el mensaje de los padres vuelva a ser actual, para que atestigüemos la obra del pasado, como si fuera similar a la de nuestros días. Que lo es.

Hay quienes explicaron que los sucesos de Purim se debieron a que Mordejay no se prosternó ante el déspota Hamán. Que ese acto de rebelión fue el que causó la desgracia evitada milagrosamente a último momento por quien “con su gran misericordia, frustró la cruel maquinación y les aplicó condigna pena enviando a Hamán al patíbulo…”. Algunos piensan que si el judío hubiera bajado la cabeza, su enemigo no se hubiera ensañado con él. Pero la tendencia galáctica de culpar a la víctima por las acciones del victimario, no resiste el análisis de la historia de los antisemitas.

La memoria nos enseñó que no importa la manera de la reacción de Mordejay al déspota, de todas maneras, lo habrían culpado. Hiciera lo que hiciese hubieran encontrado otro pretexto para exterminar a los judíos.

La historia está llena de dilemas de este tipo. Es fácil recorrerla para saber qué actitud es la mejor, la más noble, y a fin de cuentas, la que es más efectiva.

Bajo gobiernos cristianos e islámicos los judíos fueron perseguidos en el pasado, sin importar lo que hicieran. También bajo regímenes cuyas acciones antijudías no estuvieron impulsadas por razones religiosas. Como si al faltarles razones no tuvieran la creatividad de inventarlas…

Primero se tomó la decisión afectiva de perseguir a los judíos y luego fue fácil inventar una razón.

También en los acontecimientos que nos tocan vivir en nuestros días en el Cercano Oriente y en más de un país, la “causa última”, es menos importante que la decisión agresiva. Una vez tomada la medida de iniciar el ataque, aparecerá siempre una razón. Y si no se encontrare, y si no fuere suficiente, no tiene ninguna importancia. Y no faltarán enemigos que la crean, y más de algún “amigo” poco convencido de sus lealtades y poco animado por esforzarse en encontrar la verdad, darán crédito a las mentiras, o buscarán ser neutrales frente a la vida, o frente a la muerte. En ese modelo de pasividades cómplices y criminales.

Actitudes valientes de resistencia al sometimiento, crearon circunstancias de liberación, que no tardaron en llegar. Estilos de renuncia y disimulo, de oír y esconderse, de meter la cabeza bajo la arena, sólo lograron más sometimiento y más de una vez, muerte y desastre.

El respeto del otro se logra a través de la capacidad de respetarnos a nosotros mismos. Por medio de la conciencia de nuestros derechos irrenunciables. Por la decisión de ser. De aceptar al otro también si es distinto, y exigiendo que nos acepten igualitariamente en nuestra distinción.

La historia no se repite cuando la recordamos y sabemos actuar en consonancia con sus conclusiones.

Por ello tenemos el imperativo de festejar Purim, al que llegamos después de un ayuno que permite meditar.

“Porque en tales días los judíos obtuvieron paz contra sus enemigos, y en este mes la aflicción se trocó en alegría y el llanto en festividad, que los convirtieran en días de alegres festines y mutuos regalos, y de obsequios a los pobres”. (Ester, 9:22).

“Así estos días de Purim, conmemorados y celebrados de generación en generación, en todas las familias, en todas las provincias y en todas las ciudades, no desaparecerán de entre los judíos y su remembranza no se perderá entre sus descendientes” (9:28).

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