La preocupante situación política y social en Venezuela

Foto: Reuters

Hace tiempo que en Venezuela asombrarse resulta inútil, tras el ascenso de una nueva forma de gobierno, que muchos sencillamente definen como “el régimen”, forjado por el particular estilo de Hugo Chávez Frías y, prácticamente heredada o cedida después de su muerte a Nicolás Maduro Moros. Este régimen ha enfrentado a los venezolanos a una nueva realidad que, lamentablemente, es el escenario de la mayor debacle social y económica y la más grande crisis de refugiados a la que se ha enfrentado el continente sudamericano. Todo esto sin que haya habido un conflicto bélico en Venezuela.

Un Tribunal Supremo de Justicia que durante su solemne toma de posesión juró fidelidad a Chávez (contraviniendo un mandato explícito de la Constitución venezolana), mientras los magistrados vestían el brazalete usado por los golpistas en su fracasada aventura de 1992, o un joven ministro que manifiesta en televisión que no se puede sacar de la pobreza a los venezolanos para que no voten en contra del régimen, son apenas dos de los miles de motivos que constantemente causan el asombro de los venezolanos, quienes se enfrentan cada día a una nueva y dura situación, sin reponerse de la anterior. Hay quienes bromean diciendo que el país se encuentra en modo “serie de Netflix”, con una nueva temporada cada semana.

Este pasado fin de semana los episodios que se presentaron en Venezuela no fueron la excepción. De pronto, aparecieron en las costas venezolanas tripulaciones de presuntos combatientes venezolanos acompañados de mercenarios estadounidenses. Las tripulaciones de botes pesqueros equipados con potentes motores, en grupos de ocho personas, habrían partido desde la Goajira colombiana y fueron capturadas por sorpresa en operativos, que las versiones oficiales catalogan de “cívico-militares”, donde la presencia de una supuesta sociedad civil armada y atenta a las invasiones extranjeras hizo presa de los incursores y los entregaría a las autoridades militares, en diferentes y muy inusuales, sectores de la costa caribeña venezolana.

La población en general se debate entre las diversas hipótesis, que van mutando ante el arribo de nuevas noticias y descubrimientos emitidos en los medios oficiales o en las redes sociales, al no encontrar espacio en los medios controlados por el régimen.

Hace una semana las agencias de noticias internacionales daban cuenta de acuerdos y transacciones que estarían realizando personeros de la oposición venezolana y del gobierno interino de Juan Guaidó con contratistas privados de seguridad de EE. UU. Las noticias hablaban de planes develados de acciones militares, ordenadas por el mismo Donald Trump, que buscaban deponer el régimen de Maduro.

Sin embargo, y a pesar de que estas acciones estarían siendo develadas en la prensa nacional e internacional, inexplicablemente los comandos siguieron con sus planes de acción y fueron interceptados de formas que dejan muchas dudas abiertas en la opinión pública. La primera intercepción se hace en las costas de Macuto, población densamente habitada y transitada, ubicada a 15 minutos de viaje desde Caracas, la capital del país. Tierra adentro, a pocas cuadras de la costa, fueron encontradas camionetas artilladas con porta ametralladoras (al estilo ISIS) en una supuesta casa segura que sería la base para el pequeño grupo de temerarios, cuyos componentes tenían perfiles dignos de series de televisión: soldados desertores venezolanos, narcotraficantes, agente de la DEA y, por supuesto, mercenarios estadounidenses.

En el encuentro resultarían abatidos varios de los incursores y el resto fue detenido por las fuerzas militares venezolanas. Los familiares de algunos de los fallecidos y defensores de los derechos humanos reclamaron por las redes que estos no habrían sido neutralizado en la incursión, sino que se encontraban detenidos días antes y que fueron “sembrados” en el acontecimiento para ocultar su previa ejecución en las cárceles del aparato de inteligencia del régimen.

A esa altura, conocida la noticia, la sorpresa entre la población era mayúscula y los venezolanos se debatían entre las distintas versiones que rodaban por las redes. Ya antes, en 2017, había surgido una figura heroica en la persona de Oscar Pérez, un comisario de detectives que pertenecía a un escuadrón táctico que había incursionado sorpresivamente en varias instalaciones militares bajo la bandera de la liberación de Venezuela de la corrupción estatal. Curiosamente, ni Pérez ni sus hombres dispararon un solo tiro en sus acciones ni mataron ni hirieron a nadie. La sociedad venezolana no se creía lo que sucedía entonces y muchos opinaban que se trataba de un montaje, mientras que otros reconocían a un anhelado héroe. Inexplicablemente, el paradero de Pérez fue delatado y junto a su pequeño grupo de cinco hombres y a una enfermera embarazada que se encontraba en el lugar, fueron acribillados, bombardeados y aparentemente rematados con tiros de gracia, luego de rendirse, deponer las armas y ponerse a disposición de los cuerpos policiales, militares y paramilitares (“colectivos”) que rodearon el lugar.

Luego de que se conoció de la frustrada incursión en Macuto, más tarde ese mismo día, se anunció la captura de otro grupo en una conocida y turística población de la costa del estado Aragua. Este segundo grupo fue capturado sin resistencia y entre sus componentes se encontraba otro presunto mercenario estadounidense, además del hijo de Raúl Isaías Baduel, un militar de alto rango, ex ministro de Defensa, hoy en día apresado por el régimen y a quien se le atribuye la liberación de Chávez tras el fallido de un confuso golpe de Estado de 2002.

Después del incidente se han reportado varias capturas de pequeños grupos y particulares a los que se involucra con la operación que habría sido denominada Gedeón, y que desde entonces ha sido analizada ampliamente y cubierta en la prensa internacional. La operación estaría organizada desde el exterior por Cliver Alcalá Cordones, un militar disidente que hoy se encuentra prisionero en EE. UU., acusado de narcotráfico, y por un contratista estadounidense con mucha iniciativa, ya que nunca fue contratado para el asunto.

Hace algunos días una periodista venezolana en situación de autoexilio en EE. UU., desde donde despliega una rentable actividad periodística en canales digitales, y en una sorpresiva maniobra comunicacional que dejó en entredicho su afinidad con la oposición venezolana, denunció que Juan Guaidó habría firmado un contrato para ejecutar una acción militar en contra de Nicolás Maduro. Según la periodista, el contrato se habría firmado con la supuesta consultora estadounidense Silvercorp, pero nunca se había ejecutado y el dinero se habría despilfarrado en otras cosas. Más recientemente, el designado por Guaidó para manejo de crisis y politólogo J. J. Rendón, quien habría sido uno de los firmantes del mencionado contrato, desmintió en una entrevista en CNN que Guaidó hubiera firmado o autorizado el contrato y aclaró que el documento se refería a una exploración de posibilidades para contratar una fuerza que apresara a Maduro y a otros componentes del régimen para ser entregados a la justicia norteamericana, toda vez que las Fuerzas Armadas venezolanas, militares y policiales, están bajo el control del régimen de Maduro y del aparato de la inteligencia cubana. Rendón también apuntó que el contrato nunca se “perfeccionó” ni se ejecutó debido a que la contraparte comenzó a manifestar comportamientos erráticos que apuntaban al fracaso.

No obstante, los personeros del régimen no dejan de señalar la culpabilidad de Guaidó y la necesidad de su captura y procesamiento, lo que daría fin a los más recientes intentos por desmontar el longevo aparato de gobierno Chavista-Madurista, sindicado de ser tutorado por Cuba y apoyado por los cuestionados gobiernos de Rusia, China e Irán y que mantiene sumida a la población venezolana en la peor crisis socioeconómica de su historia republicana y cuyas consecuencias trascienden a otros países de la región.

La posición del régimen venezolano es denunciar una invasión militar organizada desde Washington y Bogotá. El embajador designado para Venezuela por el Gobierno estadounidense, James Story, aclaró en varias entrevistas, que EE. UU. no tenía participación alguna en la operación y repitió las palabras de Mike Pompeo “si hubiéramos participado, el resultado hubiera sido otro”. Indicó, además, que tampoco tenía conocimiento de que el Gobierno colombiano estuviera involucrado y remató agregando que el régimen de Maduro quiere forzar una épica al modelo de Bahía de Cochinos.

Valdría la pena recordar que el único país que ha enviado tropas invasoras a Venezuela ha sido Cuba, cuando el 8 de mayo de 1967 hizo desembarcar sus tropas en apoyo a guerrilleros venezolanos en su lucha contra el gobierno de entonces. Tres días después los guerrilleros fueron dados de baja o capturados por el ejército venezolano y el incidente produjo la salida de Cuba de la Organización de Estados Americanos OEA.

Los acontecimientos están en pleno desarrollo. El régimen de Maduro está embarcado en una ofensiva comunicacional y diplomática para desacreditar a la oposición venezolana y a su principal aliado, EE. UU. y en particular a su presidente, Donald Trump. Incluso se ha dejado colar entre las noticias de las agencias oficialistas una presunta participación israelí en el entrenamiento de mercenarios que invadirían Venezuela. Una matriz consistente con la política antisionista que caracteriza al régimen venezolano, y que no podía faltar en la retórica con la que se identifican las facciones que apoyan a Maduro.

Una seca mirada a los acontecimientos en el marco, directa o indirectamente, de la llamada Operación Gedeón, deja más dudas que aclaratorias. Un análisis aparecido en CNN en español, hecho por un general estadounidense, indica cinco sorprendentes fallas en su desarrollo, entre las que destacan que una de las embarcaciones se quedó sin combustible en plena operación (falla de logística); sus movimientos fueron expuestos ya que debido a la cuarentena el trafico marítimo es mínimo; las identidades de los mercenarios fue determinada rápidamente, ya que todos llevaban sus papeles de identificación reales, y la más notoria, era que había la certeza de que la operación estaba completamente infiltrada por los militares venezolanos disidentes, quienes actuaron como dobles agentes. Todos son errores inexplicables, dado el perfil de los “especialistas” involucrados.

En lo que respecta al ciudadano normal, una sencilla y neófita mirada a los medios genera muchas inquietudes.

¿Cómo es posible que veteranos mercenarios, soldados curtidos en Afganistán e Irak, se involucraran en una operación develada por la prensa, se entregaran tan mansamente y ahora se encuentren ofreciendo toda clase de información detallada a sus captores (uno de los mercenarios indicó que trabaja directamente bajo las órdenes de Donald Trump)?

¿A qué se debe el escandaloso fracaso de una operación que supuestamente estaba apoyada por la Casa Blanca y el Palacio de Nariño, tal como lo reclama el Gobierno venezolano?

¿A quién beneficia más este desastre?

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