Dr. Natalio Daitch
El triángulo de acero.
Qué duda cabe, que nuestros sabios dictaminaron que la Torá, el pueblo judío, y la tierra de Israel, constituyen un triángulo de fuego. Y son justamente estos tres elementos que nos permiten operar en cualquier lugar del orbe. Sea el iehudí que se encuentra parado en Yerushalaim frente al kotel, como aquel otro que, batalla las cientos y miles de batallas que cualquier hebreo debe batallar a diario y constantemente a los fines de cuidar el idishkait o judaísmo. en cualquier lugar del planeta.
Diferentes órganos del mismo cuerpo.
Sea un soldado de las FDI, que arriesga su vida para proteger la Tierra de Israel o sus habitantes, un colono que se asienta en la Tierra disputada y planta bandera. Un israelí común que trabaja y vive en Israel. Un rabino que funda una yeshivá (escuela rabínica), sea en la propia Tierra Santa o en la diáspora y que insufla vida judía y motoriza a muchos niños y jóvenes en el camino de la Torá. Aquellos judíos que hoy en Israel se preparan para respetar la Shemitá o año del descanso de la tierra.
Una madre que trae hijos al mundo, un judío diaspórico que ayuda a mantener colegios, y cementerios (Jesed shel Emet o bondad verdadera para con los difuntos). O aquellos piadosos que logran reunir fondos para construir Mikves o baños rituales. Aquellos que trabajan por el kosher accesible a todo el kahal o congregación. Los concurrentes diarios a Templos que ayudan a mantener el minián o quorum necesario para poder oficiar todos los días comunes, sábados y festividades. Los dirigentes de verdad, que abandonan su comodidad, y aún a riesgo de su seguridad, activan y conducen instituciones comunitarias trabajando para perpetuar la vida judía y un judaísmo sustentable.
Todos ellos, y muchos otros que sería extenso mencionar, todos ellos merecen ser llamados por» el amor de Tzión».
Días de Teshuvá. Final.
Transitamos los 10 días que median entre Rosh Hashaná y Iom Kipur, los días de arrepentimiento. Y el desafío es enorme, para cada iehudí, ya que en kipur se perdonan los pecados entre el hombre y D’os pero no entre el hombre y su prójimo.
Todas aquellas faltas, como ofensas o daños que hemos ocasionado, nos desafían a poder tomar la iniciativa y pedir perdón por aquello que hicimos por imprudencia, o inexperiencia, o por impulsividad, o por soberbia, o debido a cualquier yerro o enfoque que a nuestro parecer justificado o no, nos ha hecho tomar distancia de nuestro prójimo. No podemos amar la Torá o a Israel si no amamos a los judíos nuestros hermanos, siendo este el desafío final.
Como afirman nuestros sabios, si Sion fue destruida por odio gratuito, la corrección solo puede provenir de brindar amor gratuito. Pero amar a nuestros semejantes, no siempre es una tarea fácil, pero se trata del último muro que debemos salvar (saltar y derrumbar) si queremos ver como dice el versículo del profeta: » que su salvación arda como una antorcha».
Puede que después de todo no sea tan difícil, tender una mano a quién nunca nos saluda o voltea su cara, o desear un buen año a aquel familiar que nos pone distancia. O acercarnos (a saludar) en shalom a quienes pudimos haber lastimado o de quienes creemos tener derecho a estar enojados por alguna afrenta del pasado. O acercarnos a aquel judío que por alguna razón hemos esquivado e ignorado y obviado (evitado) o menospreciado.
En definitiva, la vida es corta, el tiempo urge, y solo la reunión y el acercamiento de los hermanos traerá la verdadera redención. Es mi deseo que el sonido del Shofar al final del día del perdón termine de despertar nuestros corazones para siempre. Y que sea entonces, que podamos ver la venida del meshíaj hijo de David en nuestros días. Y esto de lugar a la cesación de todos nuestros pesares y angustias. La reconstrucción del Beit Hamikdash en nuestros días y la redención definitiva de Israel y de la humanidad toda. Amén.