Paul Auster: «Escribir una novela es una cirugía a corazón abierto»

Amos Oz y Paul Auster Foto: David Shankbone Wikipedia CC BY-SA 3.0

El escritor judío estadounidense Paul Auster opinó que escribir una novela es como «una cirugía a corazón abierto», y contó que escribiendo su más reciente obra descubrió que la sociedad de EE.UU. sigue estando tan dividida como en los años 60 y «no ha cambiado esencialmente».

En una entrevista en Buenos Aires, el autor de superventas explicó que, para él, crear requiere «estar muy relajado, y abrirse para que el mundo se precipite dentro de ti, y que al mismo tiempo lo que está dentro de ti pueda salir. Es como una cirugía a corazón abierto».

«Tienes que llegar a un estado en el cual desapareces, te dejas a ti mismo atrás, y eres un médium a través del cual está sucediendo», relató Auster, y añadió que no podría escribir sin alcanzar ese estado porque «tienes que abrirte tanto a ti mismo que puedas entrar en las mentes y almas de otras personas».

El escritor afirmó que «encontró un sorprendente número de cosas que pensó que jamás encontraría» indagando en su niñez, por primera vez en su vida adulta, para escribir sus últimas novelas, sin las cuales no podría haber llegado a «4 3 2 1», la obra que está presentando en Buenos Aires.

Ese material que pensó en un primer momento «inaccesible» fue lo que le hizo sentir que estaba «arando el terreno» e hizo posible su creación más reciente: «Si no hubiese explorado mi niñez, no me hubiese tentado escribir una novela que ficciona» esa etapa de la vida.

Auster, que quiso saber los nombres y la procedencia de cada uno de quienes le preguntaban (para conversar con «gente real»), aseguró que «4 3 2 1» no es más diferente de los anteriores que cualquiera de sus libros, «solo más largo», y que para él el proceso de escritura es siempre el mismo: «frase a frase, y quieres que cada frase sea lo mejor posible».

Auster, que «nunca ha sido capaz de responder a la pregunta del por qué» escribe una obra o le da una determinada forma, narra en su última novela la vida de Archibald Ferguson, un judío nacido en Nueva Jersey en 1947, dos rasgos compartidos con el propio autor, con una estructura en la que cada capítulo tiene cuatro versiones del desarrollo de la historia.

El estadounidense rio contando que una mujer le había confesado que encontró confuso el libro después de leerlo salteado, como «Rayuela», de Cortázar, un modo que no era su intención: «Creo que el ciclo es lo emocionante, hay una especie de energía creada por las historias que intervienen, que da color a lo que estás leyendo ahora».

La «gran revelación» que descubrió al escribir su colosal obra de casi mil páginas fue que «aunque estaba escribiendo de cosas que ocurrieron hace 50 o 60 años, Estados Unidos no ha cambiado esencialmente», y sigue teniendo «los mismos problemas de siempre» y está «tan dividida como en los años 60, que era un tiempo de tremendos conflictos».

Aunque cree que la situación no es la misma, se refirió a que tuvo que cambiar el título inicial, «Ferguson», el nombre del protagonista, cuando un pequeño pueblo del que nunca había oído hablar, llamado también Ferguson (Missouri), se convirtió en un símbolo de la lucha racial cuando un policía blanco mató a un joven negro desarmado, Michael Brown.

«Fue una manera horrible de aprenderlo, pero no hemos cambiado», declaró Auster, quien observó que ya no podría usar más el título original porque cualquiera que lo viese pensaría que trataba de temas raciales.

El también director de cine y teatro expresó que acabar un libro es como «dar a luz, y luego estás vacío», por lo que siempre se toma un tiempo antes de pasar a escribir el siguiente.

«En mi caso, necesitas recargar. Es como tirar de la cadena», bromeó, y expuso que al escribir «tienes que darlo todo y cuando acabas no te queda nada», y que siempre que le sucede cree que es «imposible que vaya a ser capaz de imaginar otra historia».

Y, en ese periodo de espera, avanzó que actualmente se dedica a escribir, sin ficción, sobre un autor al que admira, su compatriota Stephen Crane, muerto en 1900 a los 28 años.

«Si hoy alguien publica su primera obra con 28 años le dirían que es precoz, ¡y él estaba muerto y tenía escritas más de diez!», reflexionó. EFE

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