Foto: Wikipedia - Dominio Público

Si la de hoy fuera la primera lectura de nuestra vida de esta parashá y hubiéramos llegáramos a ella comprendiendo el texto pero sin haber estudiado nunca las infinitas interpretaciones de la Torá, igualmente podríamos hacer un resumen de las normas sociales con la lectura de los tres fragmentos citados. El primero se refiere a los derechos del «otro», el segundo a nuestra casa y a nuestra familia, y el tercero a toda la nación.

“»Maldito el que pervierta el derecho del extranjero, del huérfano y de la viuda». Y dirá todo el pueblo: «Amén» (Devarim 27:19).

«El tercer año, el año del diezmo, cuando acabes de separar todo el diezmo de tus frutos, darás también al levita, al extranjero, al huérfano y a la viuda, para que coman en tus aldeas hasta saciarse. Y dirás delante de .A., tu Dios: «He sacado lo consagrado de mi casa, y también lo he dado al levita, al extranjero, al huérfano y a la viuda, conforme a todo lo que me has mandado; no he transgredido tus mandamientos ni me he olvidado de ellos» (Devarim 26:12-13).

“Entonces dirás estas palabras delante de .A., tu Dios: «Aramí que quiso que mi padre perezca, hasta que descendió a Egipto y habitó allí con pocos hombres. Allí creció y llegó a ser una nación grande, fuerte y numerosa. Los egipcios nos maltrataron, nos afligieron y nos impusieron una dura servidumbre. Entonces clamamos a .A., el Dios de nuestros padres, y .A. oyó nuestra voz y vio nuestra aflicción, nuestro trabajo y nuestra opresión. .A. nos sacó de Egipto con mano fuerte, con brazo extendido, con grande espanto, con señales y milagros; nos trajo a este lugar y nos dio esta tierra, tierra que fluye leche y miel» (Devarim 26:5-9).

Esta parashá es una intersección entre el texto de Devarim y los capítulos que finalizarán la lectura de todo el Pentateuco. La serie de mitzvot que estuvimos estudiando a lo largo del libro se clausura con la de Bicurim y con la Confesión de los Diezmos, para dar paso al texto de despedida. Digno marco que nos recuerda nuevamente nuestras obligaciones con los más necesitados, incluso cuando ellos son «extranjeros» o ajenos. Cuando recogemos los frutos a tiempo y los podemos llevar al Templo, debemos reconocer antes que nada la magnanimidad del Creador que bendice nuestra tierra y proclamar jubilosamente que no nos hemos olvidado del cumplimiento de los deberes con el Leví, el extranjero, el huérfano y la viuda, ni hemos violado los mandamientos.

Ahora somos libres, y tenemos incluso independencia económica y en estos momentos no está de más contar con memoria histórica recordando a uno de nuestros antepasados. Sí a un miembro de nuestra propia familia que fue malvado y que intentó engañar a otro de nuestros antepasados. Ese personaje ruin, que se presenta tras declaraciones de solidaridad y amor, de buena voluntad y de buenas intenciones, que se aprovecha de nuestra ingenuidad no puede estar ausente porque nos acompaña siempre. La declaratoria nombrándolo, es para tener presente que, si bien debemos seguir siendo idealistas, necesitamos estar alertas frente a quienes desean hacernos el mal. (Si aceptáramos otras lecturas del mismo versículo, podríamos afirmar que no está de más recordar el tiempo de nuestras carencias cuando contamos con abundancia, para estimularnos a ayudar a otros menesterosos).

Esta parashá nos trae además el pacto según el cual once acciones diferentes provocan que sus autores sean maldecidos. Prohibiciones que por lo general se transgreden en forma privada. Ese acto solemne realizado antes del ingreso a la Tierra de Israel tiene mucha fuerza por sí mismo cuando el poder intimidatorio de la ley no es suficiente para que sea aplicada. La enumeración de las maldiciones nos descubre así un nuevo modelo de derecho que a su vez inspira su relación con normas legisladas muchos años después, casi sin percibirlo.

Hay delitos y faltas que no se pueden comprobar o que aún no han sido legisladas y si siguiéramos el principio que todo lo que no está expresamente prohibido es lícito, permitirían, como lo hacen en la mayoría de los códigos, absolver al culpable. «Nullum crimen, nulla poena, sine lege praevia«, es una regla que para quienes hablamos español no necesita traducción y fue creada para dar seguridad a las personas y evitar se comentan contra ellas injusticias. La ley penal no puede tener efecto retroactivo. No hay crimen ni pena sin una ley previa. Pero, a veces no es suficiente. Incluso otra regla instaura, justamente que no hay pena sin condena en juicio. Pero, todos sabemos que no siempre los delitos pueden ser probados.

Entonces, viene nuestra parashá y nos trae una pena de otro tipo: la maldición, diciéndonos, que no se alegren aquellos que buscan y más de una vez consiguen esconderse en los recovecos de la ley que infringen solapadamente y que pueden seguir presentándose en sociedad como personas honorables. Quizás nadie se haya enterado de sus faltas, pero, hay un ojo que ve, un oído que oye, y una mano que escribe todo en un registro indeleble. Y si eso no fuera suficiente, está la voz de “maldito” que la sociedad grita, condenando al supuesto inocente.

Y la Torá nos obliga nuevamente a elegir. Y nosotros elegimos, ya tan cerca del Día del Juicio, de su propio texto: «Si realmente escuchas a .A. tu Dios, y cumples fielmente todos estos mandamientos que hoy te ordeno, .A. tu Dios te pondrá por encima de todas las naciones de la tierra. Si obedeces a .A. tu Dios, todas estas bendiciones vendrán sobre ti y te acompañarán siempre: Bendito serás en la ciudad, y bendito en el campo. Benditos serán el fruto de tu vientre, tus cosechas, las crías de tu ganado, los terneritos de tus manadas y los corderitos de tus rebaños. Benditas serán tu canasta y tu mesa de amasar. Bendito serás en el hogar, y bendito en el camino. .A. te concederá la victoria sobre tus enemigos. Avanzarán contra ti en perfecta formación, pero huirán en desbandada. .A. bendecirá tus graneros, y todo el trabajo de tus manos. .A. tu Dios te bendecirá en la tierra que te ha dado. .A. te establecerá como su pueblo santo, conforme a su juramento, si cumples sus mandamientos y andas en sus caminos. Todas las naciones de la tierra te respetarán al reconocerte como el pueblo del SEÑOR. .A. te concederá abundancia de bienes: multiplicará tus hijos, tu ganado y tus cosechas en la tierra que juró a tus antepasados que te daría. .A. abrirá los cielos, su generoso tesoro, para derramar a su debido tiempo la lluvia sobre la tierra, y para bendecir todo el trabajo de tus manos. Tú les prestarás a muchas naciones, pero no tomarás prestado de nadie. .A. te pondrá a la cabeza, nunca en la cola. Siempre estarás en la cima, nunca en el fondo, con tal de que prestes atención a los mandamientos de .A. tu Dios que hoy te mando, y los obedezcas con cuidado. Jamás te apartes de ninguna de las palabras que hoy te ordeno, para seguir y servir a otros dioses».

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