Si leemos el comienzo la parashá de esta semana Emor en hebreo, descubriremos una aparente redundancia en el texto: “Dios le dijo a Moshé: Emor el Hacohanim bene Aharon, veamarta Alehem… que no podemos traducir mejor que «Di a los cohanim hijos de Aarón, y les hablarás…» (Vayikrá 21: 1). Un examen simple de este versículo revela un doble uso de la palabra «decir» de la raíz hebrea amar. ¡La primera aparición está en la forma imperativa, Emor! La segunda está en la forma imperfecta (familiarmente, el tiempo futuro), veamarta, «y les dirás».
Rashí trató de explicar la repetición diciendo que “está destinada a reprender a los adultos por sus hijos; que deberían enseñar a sus descendencias a evitar la inmundicia” (Rashí en Vayikrá 21:1), citando el Talmud en Yevamot 114a.
En los Diez Mandamientos, encontramos una orden con respecto al shabat: «Acuérdate del día Shabat para santificarlo…» (Éxodo 20: 8) y vemos cómo se comparte la relación entre padres e hijos de la misma manera como aprendemos la transmisión de prácticas que conducen a la purificación ritual. Cuando dice: «No harás ningún trabajo», ordena a los padres con respecto a su observancia del sábado cuando luego leemos: “tú, tu hijo, tu hija…” (Shemot 20:10). Esta parte del versículo ordena a los padres la observancia del shabat por parte de sus hijos y, de hecho, todos los mandamientos.
Entonces resulta fácil deducir que así como los cohanim en el Templo estaban obligados a mantener altos estándares de pureza y piedad por el bien de la comunidad, los padres eran vistos como portadores y transmisores de esta obligación por el bien de sus hijos. Tanto los sacerdotes como los padres deben someterse a los patrones más altos de conducta ética. Son modelos a seguir y ejemplos para quienes dependan de ellos para acceder a las mayores bendiciones de Dios.
El paralelo entre cohanim y padres es tan apto para Rashí en el siglo XI, que para nosotros en el nuestro. Transportar la mitzvá, el «yugo de los mandamientos», de los hombros de los padres judíos a los de los hijos es consistente con el pacto rubricado en Sinaí entre Dios y los israelitas.
Pero si bien en hebreo el concepto de “un yugo de mandamientos”, tintinea bien musicalmente, cuando se traduce, puede parecer una carga sin sentido e inexplicable, una obligación sin causa. Ello sucede cuando los adultos, padres o educadores, no hacen el esfuerzo de transmitir las enseñanzas de una manera que pueda ser comprendida y apreciada, por la próxima generación.
Las palabras iniciales de nuestra parashá, por lo tanto, son fundamentales para todo lo que sigue. Emor, «di» a ti mismo (adultos, abuelos, padres, mentores) lo que se espera de ti porque eres judío; Veamarta, y dilo para que tus hijos lo escuchen, porque aprenderán de tu ejemplo. Entonces, nuestra tradición perdura de generación en generación; de manos de experiencia a manos de jóvenes, nuestro judaísmo podrá florecer y prosperar.
El Sfat Emet del rabí Yehuda Leib Alter de Gur, nos trae un midrash de Vayikrá Raba que conecta nuestra cita del primer versículo de la parashá con Tehilim, “las alturas proclaman la obra de sus manos. Día tras día brotan sus palabras y noche tras noche ellos revelan conocimiento” (Tehilim 19: 3). Todo ese capítulo, describe el discurso cósmico de los cuerpos celestes. Los siguientes versículos (19:4-5) dicen: “No hay lenguaje, no hay palabras; no se oye su voz, pero por toda la tierra ha salido su sonido, y hasta el último rincón de la tierra habitada ha salido su mensaje”. Inicialmente se nos dice que las estrellas celestiales están hablando y transmitiendo conocimiento. Momentos después nos dice que no hay sonido audible proveniente de ellos, sin embargo, su «voz» sale a todo el mundo.
El Rebe de Guer nos dice que el salmo se refiere al conocido midrash del Or Haganuz, la «luz oculta de los primeros tres días de la Creación que según un relato de nuestros sabios (En Jaguigá 12a) será revelada a los justos en el futuro”. Esta luz, no es luminosidad física sino espiritual, es el conocimiento.
Este conocimiento está reverberando en todo el cosmos, pero no podemos comprenderlo, y este, dice, es nuestro trabajo en la Tierra.
Los justos, y, en nuestras aspiraciones, todos nosotros, tenemos el deber de buscar esa luz y revelar los secretos de la Torá. Esta tarea requiere pureza de mente y cuerpo, por lo que nuestra parashá, nos instruye sobre cómo evitar la contaminación y la profanación para que esa obligación deba ser extendida a la descendencia.
Y el rebe continúa conectando esta pureza con Sefirat Haomer, el recuento del Omer, que también se menciona en esta parashá.
Los días del recuento de Omer son una oportunidad de elevarnos, con una sublime presencia etérea. Para capitalizarlos, necesitamos usar este período para purificar nuestros «rasgos de carácter» para «recalibrar nuestra infraestructura emocional» para que podamos percibir mejor la Torá que está emergiendo del cosmos en todo momento. Como expresamos en parte de su plegaria: “despojarnos de las escorias, expurgarnos y desembarazarnos de nuestras impurezas….serán cincuenta días para enmendarnos”.
Aprovechemos estos días para preguntarnos: ¿Cuál es la Torá que debemos aprender hoy? ¿Qué me está diciendo Dios a través de las personas que te rodean y a través de los eventos terrenales y celestiales que percibimos y que afectan a tantas personas en el mundo?
Para ser sensibles y abiertos a esa Torá, debemos mirar hacia adentro, al corazón y a la mente, y limpiar los desechos emocionales que nos impiden escuchar la sinfonía cósmica que es oída a nuestro alrededor todos los días y particularmente en estos, que son tan difíciles para la humanidad toda.