mié. Ene 22nd, 2025

Noventa minutos de reunión, quince jerarcas nazis y brindis con coñac: cuando se aprobó la “solución final a la cuestión judía”

La cita fue en la Villa Wannsee, en el 56-58 de la calle Am Grossen Wannsee, con vistas al lago Wannsee. La casa, en el sur de Berlín, había pertenecido a una familia judía

El 20 de enero de 1942, hace ochenta y tres años, un grupo de burócratas del Tercer Reich resolvió su total apoyo a las políticas que anunciaba Reinhard Heydrich, delfín de Adolf Hitler, en su discurso. En la Conferencia de Wannsee, se dispuso la aceleración del plan nazi de exterminio: la matanza de once millones de judíos europeos. Y todos brindaron. El día en que se abrieron las puertas del horror

Por Alberto Amato

Todo duró una hora y media. En ese lapso, quince personas decidieron que once millones de seres humanos, la población judía de la Europa de entonces, debían ser asesinados. Pasados los noventa minutos, los quince jerarcas nazis bebieron coñac, brindaron y regresaron a sus puestos de relieve en el gobierno de Adolf Hitler. De los quince personajes, ocho lucían doctorados académicos.

Cuando el 20 de enero de 1942, fueron cerradas las puertas de la mansión donde se celebró lo que se conoce como Conferencia de Wannsee, que selló el destino de los judíos y puso en marcha la llamada “solución final” ideada por el nazismo, un hombre quedó a cargo de elaborar las actas de esa reunión; su tarea, en especial, era la de traducir a un lenguaje neutro, ambiguo y enigmático las duras propuestas que se escucharon ese mediodía helado en una mansión del sur de Berlín requisada a una familia judía, que había sido elegida por Reinhard Heydrich, el delfín de Hitler, Jefe de la Oficina de Seguridad del Reich, la mano derecha de Heinrich Himmler y el segundo al mando de las poderosas SS.

Ese secretario de actas encargado de disfrazar el espanto, era Adolf Eichmann, el nazi que sería capturado por el servicio secreto israelí en Argentina en mayo de 1960. Durante el juicio al que fue sometido en Jerusalén, Eichmann intentó esconder, sin éxito, su papel de mero escribiente en aquella conferencia entre asesinos en la que no había personajes de reparto. Y, acaso a su pesar, acercó algunos datos clave para desentrañar parte de la trama secreta de aquella conferencia que fue el punto de partida del Holocausto. A través del sistema ferroviario europeo, y con la precisión de un entomólogo, Eichmann tendría a su cargo el envío a los campos de la muerte de Auschwitz, Treblinka, Sobibor, Chelmno, Belzec y Majdanek de millones de judíos deportados de Alemania y de los países ocupados por el nazismo.

A ochenta y tres años de aquel día, la Conferencia de Wannsee es vista con otros ojos en un intento, tal vez fatuo, de restarle la enorme importancia que tuvo en el destino de Europa. Los nuevos ojos que miran aquel viejo episodio, afirman que la decisión de eliminar a los judíos de Europa ya estaba tomada en secreto, tácita y recóndita, por el nazismo. Y que ya más de medio millón de judíos habían sido asesinados en los campos de concentración dispersos por Alemania y por la Polonia ocupada desde septiembre de 1939, cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. La revisión histórica de Wannsee afirma también que se trató de una reunión entre burócratas, en la que Heydrich quiso asegurarse que los ministros de Hitler que verían afectadas sus funciones cuando empezaran las deportaciones masivas y el genocidio, aprobaban el plan nazi de exterminio.

Los quince jerarcas nazis que participaron de la Conferencia de Wannsee

Es verdad. Pero un dato que no es estadístico pone en gran parte las cosas en su sitio. En marzo de 1942, dos meses después de la Conferencia de Wannsee, el setenta y cinco por ciento de las víctimas del Holocausto, calculadas en seis millones de personas, estaban con vida. Once meses después, estaban todos muertos.

La persecución nazi a los judíos se había hecho política de Estado desde la toma del poder por parte de Hitler, el 30 de enero de 1933. El régimen nacionalsocialista recurrió a la violencia, a la presión económica, a la persecución social y racial para alentar a los judíos alemanes a que abandonaran el país de forma “voluntaria”. Entre 1933 y 1941, quinientos treinta y siete mil judíos alemanes, austríacos y checos habían emigrado de sus países. Fue el primero de los datos que puso Heydrich sobre la mesa de Wannsee al abrir la sesión de noventa minutos. Leía un resumen elaborado por Eichmann, responsable de la RuSHA, Oficina Central de Raza y Asentamiento de las SS.

Dos meses y diez días después de la irrupción de Hitler como Canciller, el 7 de abril de 1933, una ley de Restauración de la Función Pública excluyó a los judíos alemanes de los servicios civiles y de la profesión legal; otros decretos similares les impidieron aprender y ejercer otras profesiones, la de médico por ejemplo. El régimen nazi prohibió la entrada de los comercios judíos al mercado económico y la publicidad de esos comercios y empresas en diarios y revistas, canceló todos los contratos de la comunidad con el gobierno. Los negocios judíos fueron boicoteados y atacados, lo que llevaría el 9 de noviembre de 1938 a la “noche de los cristales rotos” en la que fueron saqueados negocios en toda Alemania, asesinados sus propietarios y quemados sus templos.

En septiembre de 1935 las llamadas Leyes Raciales de Núremberg prohibieron los matrimonios entre judíos y personas de origen germánico; penaron las relaciones extramatrimoniales entre judíos y alemanes de otros credos, e impidieron por ley la contratación de mujeres alemanas menores de cuarenta y cinco años para realizar tareas en hogares judíos. La Ley de Ciudadanía del Reich estableció que sólo quienes tuviesen sangre alemana podían ser considerados ciudadanos: los judíos perdieron su nacionalidad, junto a otros grupos étnicos minoritarios; la ley estableció también quiénes debían ser considerados judíos y quiénes no. Cuando se inició la Segunda Guerra, en septiembre de 1939, doscientos cincuenta mil de los cuatrocientos treinta y siete mil judíos que vivían en Alemania, habían emigrado a Estados Unidos, Palestina y Reino Unido entre otros países.

Las personas a eliminar distribuidas en dos grupos de países: A y B. En el A se incluían a los territorios ocupados o bajo control del Reich. En el B figuraban aliados, estados clientes, países neutrales o los que ya estaban en guerra con Alemania

El exterminio de los judíos europeos empezó ni bien el nazismo invadió Polonia en septiembre de 1939. Con la guerra en marcha, nacieron también los primeros campos de exterminio y las matanzas continuaron en cada país ocupado por los nazis y se acentuaron en el verano de 1941, cuando el Reich invadió la Unión Soviética. Una detallada lista de la cantidad de judíos a asesinar en Europa, que Heydrich enarboló en la Conferencia de Wannsee, establecía que sólo en la URSS los asesinatos llegarían a cinco millones de seres humanos.

El 31 de julio de 1941, Hermann Göring autorizó a Heydrich a preparar un plan que resultara en “una solución final a la cuestión judía” en los territorios europeos bajo dominio alemán, y para coordinar la participación de todos los ministerios que se verían implicados en ese plan de exterminio. Heydrich propuso enviar a Siberia a la población judía de Europa del Este y de la URSS, para usarla como mano de obra esclava o para que fuesen asesinados. Ese plan se llevaría a cabo de inmediato luego del triunfo alemán sobre Stalin, una victoria que Hitler calculaba en meses. No fue así. Pero la matanza en la Unión Soviética se intensificó; estuvo a cargo de los Einzatsgrupen, los “grupos de operaciones” que seguían al ejército en las áreas conquistadas sólo para acorralar y asesinar a los judíos: Heydrich había decretado que todo varón judío de entre quince y cuarenta y cinco años, debía ser fusilado.

La Conferencia de Wannsee debió celebrarse el 9 de diciembre de 1941. Pero dos hechos la retrasaron. El primero, una feroz contraofensiva rusa lanzada el 5 de diciembre cerca de Moscú, que estaba a punto de ser sitiada, desbarató los planes alemanes de obtener una rápida victoria en el Este. Más que eso, Hitler entendió enseguida que la guerra sería larga. Dos días después, el 7, el ataque japonés a Pearl Harbor determinó la entrada de Estados Unidos en una guerra mundial que había cambiado para siempre. Heydrich canceló las invitaciones que había enviado para que los ministros de Hitler se reunieran el 9 de diciembre en las oficinas de Interpol, creada por Göring, en el número 16 de Am Kleinen Wannsee. Hitler decidió que los judíos europeos tenían que ser exterminados de inmediato, y no al final de la guerra como había planeado. El 18 de diciembre, el Führer discutió con Himmler el destino de los deportados en su famosa “Guarida del Lobo”, en Prusia, según anotó Himmler en su diario, que evitó mencionar cualquier orden expresa de Hitler; sólo anotó: “los judíos deben ser destruidos como los partisanos”.

“Besprechungsprotokoll” quiere decir “acta de reunión”. Cuando cayó el Reich, todos los que tenían copias del documento quemaron sus rastros. Todos menos uno, Martin Luther, que había muerto de causas naturales

Finalmente, el 8 de enero de 1942 Heydrich volvió a enviar las invitaciones para la reunión de jerarcas nazis el martes 20 de ese mes ya no en la sede de Interpol, sino en la Villa Wannsee, en el 56-58 de la calle Am Grossen Wannsee, con vistas al lago Wannsee. Además de Heydrich y de Eichmann, los invitados fueron: el Gruppenführer Otto Hoffman, jefe de la Oficina de Raza y Asentamiento de las SS; el Gruppenführer Heinrich Müller, uno de los jefes operativos de la Gestapo; el doctor Karl Eberhard Schöngarth, Oberführer y comandante del servicio de inteligencia de la Gestapo; el doctor y Oberführer Gerhard Klopfer, secretario permanente de la Cancillería del Reich; el doctor y Sturmbannführer de las SS Rudof Lange, comandante del servicio de inteligencia nazi en Letonia; el doctor Georg Leibbrandt, subsecretario del Reich para los Territorios Ocupados del Este; el doctor Alfred Meyer, secretario de Estado y viceministro del Reich para los Territorios Ocupados del Este; el doctor Josef Bühler, secretario de Estado y autoridad de la Polonia ocupada; el doctor Roland Freisler, secretario del ministerio de Justicia del Reich: el doctor Wilhelm Stuckart, Brigadeführer y secretario del ministerio del Interior; Erich Neumann, Oberführer y jefe de la Oficina de Planificación del Plan Cuatrienal, el programa de medidas económicas que encabezaba Göring; Friedrich Kritzinger, secretario permanente de la Cancillería del Reich y Martin Luther, subsecretario de Relaciones Exteriores del Reich.

Heydrich abrió la reunión y habló a lo largo de una hora. No habría debate sobre ninguna de sus propuestas: el poderoso jefe de las SS comunicaba las decisiones adoptadas por Hitler (jamás se citó su nombre en las actas) por Göring, Himmler y por el propio Heydrich. Con el apunte elaborado por el meticuloso Eichmann, Heydrich había dividido dos grupos de países: A y B. En el A se incluían a los territorios ocupados o bajo control del Reich. En el B figuraban aliados, estados clientes, países neutrales o los que ya estaban en guerra con Alemania. En ambos listados figuraban la cantidad de personas a eliminar en cada uno. Heydrich reseñó las diferentes medidas que el nazismo había llevado adelante desde su ascenso al poder y comunicó la decisión de “evacuarlos al Este” como una “solución temporal previa a la solución final”. Explicó: “Bajo la correcta dirección, los judíos serán enviados al este para ser usados para el trabajo de manera adecuada. En grandes columnas de trabajo, bajo separación por sexos, los judíos capacitados para trabajar serán llevados a estas áreas para construir carreteras; durante lo cual, indudablemente, una gran parte serán eliminados por causas naturales. Los del posible remanente final, al formar parte, indudablemente, de la porción más resistente, tendrán que ser tratados de acuerdo a esta condición, como la selección natural que representan, ya que en caso de ser liberados actuarían como la semilla del renacimiento judío”. Así decían las actas escritas por Eichmann; los crímenes estaban simulados bajo los eufemismos “de manera adecuada”, “serán eliminados por causas naturales” o “tratados de acuerdo a esta condición”, se les aplicaría “el tratamiento correspondiente”.

Luego, el delfín de Hitler también informó lo que ya estaba decidido. Para evitar dificultades legales y políticas, dijo, era indispensable precisar quiénes debían ser “evacuados”. Definió entonces una categoría de judíos que no serían asesinados, entre ellos los veteranos de la Primera Guerra que hubiesen sido heridos, o que hubieran recibido la Cruz de Hierro. Luego habló de quienes tenían sangre judía solo en parte o quienes estaban casados con personas no judías, una tierra de nadie que las Leyes de Núremberg habían dejado adrede en una nebulosa; habló también de los “mischlinge”, una palabra despectiva que los nazis usaban para definir a las personas mestizas. Dijo que los habría de primer grado, con dos abuelos judíos que serían tratados como tales, lo que equivalía al asesinato. Esa regla no se aplicaría a quienes estuviesen casados con una persona que no fuese judío y tuviesen un hijo en común.

Los “mischlinge” de segundo grado, con un solo abuelo judío, serían tratados como alemanes a no ser que estuvieran casados con algún “mischling” de primer grado, o con algún “judío puro”, o “tuviesen una especial e indeseable apariencia racial por la que se distinguiesen como judíos”, o cargaran con un “expediente político que mostrase que se sentían o actuaban como judíos”. Finalmente, Heydrich habló de adquirir “experiencia práctica en el proceso para la próxima solución final de la cuestión judía”, que, se cifró en Wannsee, incluiría a once millones de personas y que implicaba una cacería humana que llegaría Inglaterra e Irlanda, Suiza, España, Turquía y a las colonias francesas del norte de África.

Heydrich fue puntual, preciso y meticuloso porque presentía que habría resistencia a su propuesta, que no era tal, sino una decisión ya tomada por las más altas autoridades del Reich. Se equivocó. Los convocados a la conferencia estuvieron entusiasmados y apoyaron el plan de exterminio. Otto Hoffmann, jefe de la Oficina Central de Raza y Asentamiento, planteó las dificultades legales y administrativas de los matrimonios mixtos y propuso su disolución o anulación obligatoria y hacer más amplio el uso de la esterilización como alternativa. Erich Neumann, que hacía efectivo el programa económico fijado por el Plan Cuatrienal, pidió indulgencia para los trabajadores judíos de las industrias vitales en la guerra: Heydrich le prometió que no serían ejecutados. Josef Bühler, secretario de Estado del Gobierno Central, apoyó a pleno el plan y pidió que las ejecuciones empezaran lo antes posible.

Al cierre de la conferencia, los jerarcas nazis sirvieron coñac, brindaron y bebieron. Cuando fue enjuiciado en Jerusalén por sus crímenes de guerra, Eichmann recordó: “Los caballeros estaban juntos, de pie o sentados, y hablaban del tema con un lenguaje bastante diferente al que tuve que usar luego para los informes. No medían sus palabras. Hablaban acerca de métodos para matar, de liquidación, de exterminio”. Eichmann había recibido instrucciones precisas de Heydrich para que las actas no fuesen textuales y que no apareciera en ellas nada explícito. En su juicio de 1961 en Jerusalén recordó: “¿Cómo debía decirlo? Cierto lenguaje y cierta jerga exagerados tuvieron que ser traducidas por mí al lenguaje de oficina. No podía quedarme ahí parado y solo escuchar. Pero las palabras sí me llegaron”. Finalmente, admitió que en Wannsee “se acordó cuáles serían los distintos métodos de asesinato”, y que algunas expresiones destinadas a los judíos como “tratamiento apropiado”, así lo transcribían sus actas, significaba el asesinato. Ian Kershaw, el gran biógrafo de Hitler explica en su obra: “Aunque, como testificó más tarde Eichmann, se hablase explícitamente de matar, eliminar y exterminar, Heydrich no estaba organizando un programa existente y definido de matanza en campos de exterminio. Pero la Conferencia de Wannsee fue un peldaño clave en el camino hacia el terrible desenlace genocida”.

Heydrich no llegó a ver los resultados de su plan de exterminio. Cuatro meses y siete días después de Wannsee, el 27 de mayo de 1942, dos partisanos checos entrenados en Londres por la Dirección de Operaciones Especiales británica, que se habían lanzado en paracaídas sobre territorio checo desde un avión de la Real Fuerza Aérea, arrojaron una bomba al paso del auto de Heydrich, un Mercedes 320 con matrícula “SS 3″. Herido, el jerarca nazi intentó perseguir a sus atacantes pistola en mano, pero fue baleado y cayó herido en el diafragma, bazo y pulmón. Murió el 4 de junio en un hospital de Praga.

Nada de todo lo dicho y escrito en Wannsee se hubiese sabido si no hubiese actuado el azar. En 1947, el fiscal estadounidense Robert Kempner encontró en los archivos incautados por los aliados en el Ministerio de Asuntos Exteriores de Hitler, un documento de quince páginas con un sello inquietante, “Documento confidencial del Reich”, y un título inofensivo: “Acta de Reunión”. Eran las actas de Eichmann sobre la Conferencia de Wannsee. Se habían hecho treinta copias y todas habían sido destruidas por sus dueños al terminar la guerra, para que no quedaran rastros. Todas menos una, el número dieciséis, que había pertenecido a Martin Luther, el subsecretario de Relaciones Exteriores de Hitler, que había muerto de un paro cardíaco en mayo de 1945, días después del suicidio de Hitler, de la caída del Reich y de la derrota alemana. El fiscal Kempner usó esa copia como prueba en los juicios de Núremberg que siguieron al de los jerarcas nazis celebrado en 1946.

El nombre de Adolfo Hitler nunca figuró en ninguna de las actas de Wannsee, ni en ningún otro documento, oficial o privado, que hablara sobre su plan de exterminio de los judíos en europeos. Pero el 30 de enero de 1942, diez días después de Wannsee, Hitler habló en el noveno aniversario de su ascenso al poder en Alemania. Ante un público enfervorizado que desbordaba el Sportpalast de Berlín, dijo: “Tenemos muy en claro que la guerra sólo puede terminar o con el exterminio de los pueblos arios o con la desaparición de los judíos de Europa (…). Yo ya dije el 1° de septiembre de 1939 en el Reichstag (y procuro no hacer profecías precipitadas) que esta guerra no acabará como se imaginan los judíos, con el exterminio de los pueblos ario europeos, sino que el resultado de esta guerra será la aniquilación de la judeidad. Se aplicará ahora, por primera vez, la vieja ley judía; ojo por ojo, diente por diente”.

Wannsee había abierto las puertas del horror.

Fuente: INFOBAE

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