Noticias del Holocausto eslovaco

Un país que tan sólo colaboró con los alemanes voluntariamente, pero que no fue ocupado oficialmente por los nazis hasta el final de la guerra. Es decir, sirve para desmitificar ese gran mito que presenta el Holocausto como un invento exclusivamente alemán al que fueron ajenos los demás pueblos, supuestamente ocupados y ajenos a la maquinaría criminal nazi. Los verdugos voluntarios de Hitler en los países ocupados tuvieron un papel protagónico en el Holocausto.


Luego el caso de Eslovaquia, un país rural, tradicionalmente católico y controlado por una jerarquía que incluso llega a colaborar con el régimen fascista instaurado por los nazis, tiene unas características peculiares. La Iglesia católica del país, con miles de sacerdotes e iglesias abiertas en toda la extensión del país, no podía desconocer lo que estaba ocurriendo, el envío de miles de judíos indefensos de todas las condiciones sociales, sexos y profesiones hacia los campos de la muerte. Era imposible en esas pequeñas aldeas y pueblos desconocer la suerte de lo que le estaba ocurriendo a los judíos.


Además, tanto en Eslovaquia como en sus vecinos, los grupos de carácter nacionalista y fascista siempre fueron antisemitas y comulgaban con las ideas de aniquilamiento y exterminio de los judíos que procedían de Alemania. La simpatía hacia las ideas nazis y el sentimiento de supremacía racial que emanaban del nacionalismo eslovaco hicieron el resto; muy pronto en toda Eslovaquia las estaciones de trenes se llenaron de judíos que partían hacia los campos de concentración y la vida judía, al igual que en el resto de los países vecinos, se apagaría para siempre.


Los orígenes del régimen fascista eslovaco

En 1938, una vez que Francia y el Reino Unido han aceptado por los ignominiosos Acuerdos de Munich, la desaparición de Checoslovaquia y la entrega de los Sudetes a la Alemania nazi, los nacionalistas eslovacos, con buenas relaciones con la Iglesia católica y el régimen de Berlín, comienzan a preparar el camino hacia la independencia. Unos meses más tarde, en marzo de 1939, el líder del nacionalismo eslovaco, Jozef Tiso, es recibido en la capital alemana con todo lujo de detalles y los nazis le “invitan” a proclamar la independencia del nuevo Estado eslovaco. El Vaticano vería con buenos ojos al nuevo engendro nacional-clerical eslovaco.


Días más tarde del apoyo alemán a la causa eslovaca, Tiso convoca una suerte de parlamento de la “nación eslovaca” y crea su propio país tutelado por los amos de la Europa del momento, los nazis. Francia y el Reino Unido, que dan ya por perdido todo en el Este de Europa, prefieren mirar hacia otro lado e ir aceptando la política de hechos consumados. Checoslovaquia, por su parte, ya ha sido anulada de la escena y poco puede hacer para frenar las ansias independentistas eslovacas. Su suerte, tras haber sido abandonada por las potencias occidentales, que siempre habían jurado que defenderían a los checoslovacos con las armas, está definitivamente echada. Checoslovaquia ha desaparecido por unos años, ha sido engullida por la “nueva Europa” de Hitler. Las tropas alemanas, una vez que Eslovaquia se ha sumado “voluntariamente” al “nuevo orden”, ya han entrado triunfalmente en Praga. Los eslovacos, aparentemente, correrían mejor suerte y se librarían de la ocupación alemana, al menos momentáneamente.

Pese a todo, el 23 de marzo de 1939 Hungría ocupa una parte de la nueva Eslovaquia y sus demandas con respecto al nuevo país son aceptadas por Alemania e Italia, que trazan ahora las nuevas fronteras de Europa en función de sus intereses políticos y estratégicos. Hitler, que sabe que necesita tener a Hungría entre sus aliados, cede unos 1.700 kilómetros de la nueva Eslovaquia, con unos 70.000 habitantes, a Budapest, pese al desconcierto y malestar de los eslovacos.

Desde el comienzo de la creación del nuevo Estado y el nombramiento de Tiso como máximo responsable del mismo, Eslovaquia sería muy dependiente de la Alemania nazi en todos los sentidos. Se trataba, ni más ni menos, de un Estado vasallo sometido a los caprichos y deseos de la Alemania nazi. Muy pronto se firmaría un “Tratado para la Protección de las Relaciones entre el Imperio Alemán y el Estado Eslovaco”, que se subordinaba formalmente en los terrenos político, militar y económico a la Alemania nazi.

El Estado formado por Tiso era un Estado autoritario, clerical y fascista. Teóricamente tenía un legislativo, que no era elegido democráticamente, y que estaba formado tan sólo por eslovacos. Aproximadamente el 20% de la población eran alemanes, gitanos, húngaros y judíos, quienes no tenían representación en dicha cámara y que estaban fuera del juego político. El partido gobernante, creado al estilo de los movimientos nazis y fascistas de la época, era el Partido Popular Eslovaco, una organización de carácter autoritario, con un gran líder dominando la escena, antisemita, católico y claramente racista, buen resumen del pensamiento nacional  de la época.

La tradición nacional eslovaca, en cierta medida muy parecida a la de la vecina Polonia, era muy antisemita, ya que desde los púlpitos católicos se había incitado al odio a los judíos y a los extranjeros. Los judíos, como quizá también los gitanos, se convirtieron en los chivos expiatorios de una ideología de corte fascista, violenta y que tendía a presentar los rasgos identitarios del diferente como impropios de la cultura eslovaca.


Colaboración con los nazis

Desde sus orígenes, y siempre bajo la atenta mirada y presión de los dirigentes nazis, el régimen fascista instalado en Bratislava decretó duras medidas y leyes antisemitas. Muy pronto, a los judíos se les prohibió trabajar en la función pública, se les cerraron sus negocios, les fueron vetados numerosos trabajos, como la medicina, la abogacía y la enseñanza, y fueron expulsados de todas las instituciones, como las universidades, los teatros y los liceos. Las medidas tomadas contra los judíos de Eslovaquia fueron muy parecidas a las tomadas en la Alemania nazi y en otras zonas ocupadas por los alemanes. También eran obligados a llevar señales distintivas de identificación externa.

Así las cosas, entre 1942 y 1944 las deportaciones de judíos comenzaron en todo el país y en las estaciones de Eslovaquia eran corrientes las concentraciones de los deportados con destino a los centros de la muerte. Hubo algunas protestas en el país, pero nada pudo salvar la vida de unos 70.000 judíos eslovacos fallecidos en los campos de concentración, es decir, aproximadamente un 75% de los mismos sobre un censo total de unos 90.000 hebreos. Algunos judíos estuvieron enrolados en los grupos de partisanos que en los finales de la guerra lucharían contra los nazis y sus aliados eslovacos.

Las deportaciones de los judíos eslovacos continuaron hasta octubre de 1944, cuando ya las tropas soviéticas estaban en las fronteras de Eslovaquia y el régimen se tambaleaba. Tanto las milicias locales eslovacas como la guardia del partido, la tristemente conocida como Guardia Hlinka, colaborarían en la “solución final”. Los judíos eslovacos, además, tienen el dudoso honor de figurar entre las primeras víctimas del campo de exterminio de Auschwitz.

Ya casi sin fuerzas y a punto de ser ocupada por los soviéticos, la Alemania nazi invadió temporalmente Eslovaquia y consiguió detener a otros 15.000 judíos eslovacos, que fueron enviados a los campos de la muerte en aquellos aciagos días. Resulta increíble que cuando el régimen nazi estaba a punto de desmoronarse como un castillo de naipes atacado desde todos los frentes, el único interés de los máximos jerarcas nazis tan sólo se centraba en detener y asesinar judíos, como si ése hubiera sido el único fin de la Alemania “diseñada” por Hitler.

Sin embargo, esta política excesivamente genocida, por decirlo de alguna forma, impulsada por los nazis chocó en algunas ocasiones con el espíritu tradicional católico de Eslovaquia y creó no pocas tensiones en la cúpula gobernante, dividida entre los partidarios del primer ministro, Vojtech Tuka, y el máximo líder, Tiso. Finalmente, al igual que en otras partes bajo la órbita alemana, las disputas fueron resueltas por los alemanes apoyando a una de las facciones (en este caso la de Tiso) y eliminando, en algunos casos hasta físicamente, a la otra, tal como ocurrió con el hijo del almirante Horthy en Hungría.

Ocaso y final del régimen fascista eslovaco

Entre octubre de 1944 y abril de 1945, en que el país se siente amenazado en todos los frentes por tropas aliadas, acciones guerrilleras y las tropas soviéticas en las mismas fronteras, la situación es de desbandada total. Numerosos dirigentes huirían del país y las fuerzas nacionales eslovacas, desmoralizadas por la ocupación alemana, ofrecen poca resistencia a los soviéticos, quienes finalmente entran en Bratislava el 4 de abril de 1945.

Un mes más tarde, el 8 de mayo de 1945, el “Gobierno” fantoche eslovaco en el exilio capitula ante el general americano Walton Walker en Austria, cesando todas sus actividades y poniendo fin al régimen creado por Tiso. Eslovaquia sería ocupada por las fuerzas soviéticas y dejaría de existir nominalmente, pasando a ser desde la ocupación territorio de la Checoslovaquia comunista.

Tiso, que huyó cobardemente del país, abandonando a su suerte a sus antiguos camaradas, intentó escapar a través de Austria, donde fue capturado por las fuerzas estadounidenses y entregado a las nuevas autoridades checoslovacas. Fue juzgado, condenado a muerte y ejecutado por crímenes de guerra en 1947. Pero, como en otras partes de Europa, una buena parte de los criminales de guerra y cómplices en el Holocausto huyeron de Eslovaquia tras ser ocupada por los soviéticos.

En la actualidad, según diversas fuentes, viven algo menos de dos mil judíos en Eslovaquia, la mayor parte de ellos en la capital del país, Bratislava. La aparente normalidad en que viven no debe hacernos olvidar que un día no tan lejano el horror se convirtió en algo cotidiano y el odio al diferente en la religión de un Estado partícipe de las mayores atrocidades cometidas en Europa en siglos.

Fotos: Museo Judío de Bratislava

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