Luz y sombras en Edgar Allan Poe

17 agosto, 2016

Joseph Hodara
No pocos adolescentes logran esquivar ese mundo turbio de personajes y reflexiones que colma la imaginación y la escritura de Edgar Allan Poe. Las angustias y la perplejidad que suelen abrumar a estos tempranos lectores encuentran no pocos espejos tanto en las incursiones poéticas como en los nocturnos relatos de este escritor. El Nunca más que se repite sin pausas en El Cuervo- poema que Allan Poe enhebró en algún momento oscuro de su vida- no sólo pretende cerrar algún dolido recuerdo. Por el contrario, lo reabre constantemente para señalar que angustias y decepciones jamás se fugarán de la humana condición. Un mensaje que también modela todos sus relatos. Dos de ellos son inescapables para cualquier sensible lector: El gato negro y La carta robada.
La travesía vital de Edgar Allan Poe tiene claras proyecciones en su obra literaria. Nació en Boston, Estados Unidos, en 1809, y morirá acercándose a los 40 años. Desaparición prematura – incluso considerando la esperanza de vida en su entorno- empujada por constantes incertidumbres y por el consuelo falaz del alcohol.
El mismo dirá: “mi vida ha sido capricho, impulso”. Habría podido añadir: “una pertinaz ambición de encontrar y encontrarme, constantemente en combate contra la lógica euclideana.” Sostenida ambición que explica las múltiples resonancias que sus relatos han tenido sobre diversas figuras, desde Dovstoyevski a Kafka y al mismo Borges. En español, Julio Cortázar tuvo el acierto de traducir con infalible puntería todos sus cuentos (Alianza Editorial, Madrid 1970); también intentó enhebrar una breve biografía.
Sus padres descendían de ingleses que llegaron al nuevo mundo impulsados por esa mezcla de angustias y esperanzas que abruman a todo migrante. La miseria y las enfermedades los doblegaron; con tres años de edad, Edgar quedó huérfano a merced de alguna familia que quisiera extenderle elemental protección. La ofreció John Allan, padre adoptivo que apenas revelará tolerancia y apoyo a Edgar cuando fracasará en alimentar sus ambiciones como escritor en un contexto que apenas apreciaba este papel. El régimen feudal, esclavista y sureño entonces imperante en su país no tendía a aceptar ni a comprender a los que se atrevían a enhebrar algunas letras. Razón por la cual Allan Poe se inclinó a adoptar la carrera militar en West Point con un sueldo de cinco dólares al mes que apenas cubría sus elementales necesidades.
Sin embargo, muy temprano tomó la decisión de vivir y sobrevivir en virtud – y con los vicios – de su exclusivo y absorbente trabajo como escritor. Inclinación que lo condujo a conocer la pobreza y el hambre, que se acentuaron con las drogas y el alcohol. Acaso el carácter- sombrío, pesimista, nocturno – de sus múltiples relatos es fiel espejo de las trágicas fluctuaciones de su vida. Con buenas razones, se le considera el más alto representante del relato gótico, es decir, el misterio y el terror, lo imprevisto y lo imprevisible.
Señalo como ejemplo El gato negro. Mereció múltiples versiones al español (no sólo de Cortázar; también de Borges) y fue llevado al cine en forma de episodios que el youtube ofrece a cualquier interesado. Se trata de un alucinante y al mismo tiempo lúcido relato. Quien lo recuerda se dice: “no estoy loco y sé muy bien que esto no es un sueño…” Un personaje que dice amar a los animales, especialmente a los gatos. Así adopta a Plutón, que se convierte en su “favorito y camarada”. Amistad que duró algunos años hasta que la irritación y la intemperancia se descargan brutalmente contra su esposa. Ánimo que lo lleva a matar al gato negro. Al paso de los días, se arrepentirá de esta acción y adoptará, borracho en una taberna, otro felino negro que se asemeja curiosamente al primero. Pero sus alternancias en el ánimo y no cesan, y cuando intenta descargar un golpe de hacha al animal, éste lo elude y el golpe mortal lo recibe su esposa. Esconde cuidadosamente el cadáver, pero el gato negro revelará la negritud de su acto.
La carta robada tiene un argumento que con justos motivos enciende la curiosidad de analistas de la humana conducta (Lacan fue uno de ellos). Se trata del robo de una importante carta que, si es publicada, causará trastornos a los gobernantes. Un inspector de la policía francesa pide ayuda a un par de amigos pues las pesquisas en el domicilio del ladrón no conocen acierto alguno. Relata que sus detectives revisaron cuidadosamente- una y otra vez – los muebles y las paredes de la casa sin encontrar nada. Circunstancia que inquieta severamente al inspector. Su puesto y prestigio están en peligro. En un reencuentro, uno de los amigos le informa que tiene la carta en sus manos. El jefe policial apenas contiene el asombro y pide saber dónde y cómo la encontró. La respuesta: en un tarjetero, muy cerca del escritorio, lugar que por obvio y visible jamás fue revisado por el docto detective…
Moraleja: las soluciones a múltiples dilemas son con frecuencia obvias y sencillas; pero por ser tales su adopción parece lastimar las presuntas habilidades de nuestro ego. Las ignoramos entonces. Una de las lecciones que Edgar Allan Poe nos ofrece. Otras se verán en futuras páginas. ■

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