Los judíos en la guerra civil española

La guerra civil española (1936-1939) desangró a España en un conflicto interminable y encarnizado y también dividió al mundo durante tres largos años. El mundo libre, liderado por las potencias democráticas de Europa y Estados Unidos, simpatizó sin apoyar militarmente con la causa republicana, mientras que las potencias fascistas, Alemania e Italia, apoyaron con armas y soldados a los sublevados por Franco.

 Los judíos de muchos países del mundo se alistaron por miles en las Brigadas Internacionales que apoyaban a los republicanos contra Franco en la contienda. Esta es, brevemente, su historia.

por Ricardo Angoso

El 18 de julio de 1936, cuando Europa se estaba debatiendo entre el fascismo y el comunismo, un grupo de militares españoles dio un golpe de Estado contra la Segunda República española. El golpe, que se inició en las plazas españolas en África y en las islas Canarias  fracasa inicialmente, pero España queda dividida casi en dos mitades; una en manos del gobierno republicano, que controla las grandes ciudades donde los alzados en armas han fracasado, y otra controlada por los militares rebeldes, que acabarían instalando su capital en la ciudad de Salamanca. Acababa de comenzar la guerra civil española que duraría tres largos e interminables años.

Foto de George Nathan, británico de origen judío

La guerra civil española, que ha generado una inmensa literatura de todos los géneros, dividió al mundo entre los que apoyaban al bando republicano y los que, por el contrario, mostraban abiertamente su simpatía por el bando nacional que lideraba Francisco Franco. Las potencias fascistas, Alemania e Italia, apoyaron descaradamente y mandando fuerzas militares a los nacionales, mientras que la izquierda internacional -socialistas, comunistas y también muchos liberales- tomaron partido por la Segunda República.

La causa republicana fue vista en Europa y en otras partes del mundo como una lucha romántica por preservar la democracia, las libertades y, en definitiva, los grandes valores de la humanidad por los que valía la pena incluso morir. Entonces, ya con la guerra en pleno desarrollo y con combates virulentos en casi todos los frentes de guerra, miles de extranjeros de más de cincuenta nacionalidades e ideologías diferentes vinieron a luchar en favor de los republicanos, entre los que se encontraban varios miles de judíos llegados, principalmente, de Francia, Polonia, Palestina, Alemania, la Unión Soviética, Canadá y también de los Estados Unidos.

Mientras la causa de los republicanos era bien recibida en la Europa democrática y en los Estados Unidos, el bando nacional era genéticamente antisemita y simpatizaba con los regímenes fascistas de Europa sin ocultarlo ni maquillarlo. Los principales ideólogos del fascismo español, adheridos a la causa golpista que representaba Franco, tenían ideas antisemitas, como eran los casos de Ramiro Ledesma, Onésimo Redondo y José Antonio Primo de Rivera -aunque con matices-. Mención aparte eran otras figuras del nuevo movimiento nacional, claramente filonazis, como eran los casos del ministro de Asuntos Exteriores y “yernísimo” Ramón Serrano Suñer y el periodista Víctor de la Serna. Un diario de la Falange, el partido oficial del nuevo régimen franquista, publicaba en esos días de guerra, para despejar dudas: “Crearemos campos de concentración para vagos y maleantes políticos; para masones y judíos; para los enemigos de la Patria, el Pan y la Justicia. En territorio nacional no puede quedar ni un judío, ni un masón, ni un rojo”.

Banderas de los dos bandos

Los judíos, ya despojados de todos sus derechos en Alemania y más tarde en Italia, simpatizaban abiertamente por los republicanos, tal como escribía en una nota a su ministerio el embajador franquista en Atenas, Sebastián Romero Madrigales: “La casi totalidad de los sefarditas sienten simpatía por los rojos, por saber que están con ellos los judíos del mundo entero”. Sin embargo, eso no fue óbice para que un pequeño grupo de diplomáticos españoles, incluido Romero Madrigales, ayudara a salvar judíos durante el Holocausto al margen de la posición oficial de España y jugándose su carrera.

Aunque las cifras varían mucho según los autores, se puede calcular entre 35.000 y 40.000 extranjeros lucharon codo a codo con los republicanos para defender su causa, de los cuales entre 4.000 y 7.000 eran judíos, aunque las cifras exactas nunca se podrán conocer y según las fuentes varían notablemente. Un estudioso del tema, Alberto Fernández, asegura que “de entre estos cuarenta y cinco mil extranjeros voluntarios en la zona del Frente Popular, se puede calcular que había entre ocho mil quinientos y diez mil judíos, venidos desde todos los puntos de Europa y  algunos de África y América”, una cifra que, sinceramente, me parece exagerada.

Creo, objetivamente, que la cifra más bien habría que situarla entre 5.000 y 7.000 judíos como máximo enrolados en esta fuerza militar de apoyo a los republicanos. El estudioso y brigadista, radicado en Israel, Josef Toch eleva esta cifra a los 7.758 pero sin aportar una lista que avale tal dato cuantitativamente. La mayoría de ellos procedía de países donde reinaba el antisemitismo, como fue el caso de los rumanos, los alemanes y polacos de origen judío que lucharon en la guerra civil española y casi todos ellos profesaban ideas socialistas, sionistas o comunistas. Pese a las dudas sobre su número, no cabe duda que, pese a todo, seguramente los judíos eran el segundo grupo más importante detrás de los franceses, que aportaron a las Brigadas Internacionales unos 10.000 hombres. Al menos había unos 1.200 judíos procedentes de Estados Unidos, otro millar de Polonia y unos 450 llegados desde Rumania. 

El hecho de ser judíos no fue determinante en su enrolamiento en las Brigadas Internacionales, sino que, como señala la profesora Raquel Ibáñez, “los judíos de estos países tienden, consiguientemente, a minimizar la influencia de una motivación específicamente judía en su decisión de ir a España y a relegar su judaísmo y sus posibles influencias a la esfera privada, según el concepto de la sociedad general en que viven; esta postura se ve incluso exacerbada, al menos de cara al exterior, como reacción al antisemitismo creciente de ciertos grupos de esa sociedad que, justamente, tienden a cuestionarles su pertenencia a ella”. 

Los judíos se integraron en varias unidades militares republicanas y lucharon en varios frentes repartidos por la geografía española. También hubo una compañía o unidad formada exclusivamente por judíos conocida como la Unidad judía Botwin o Compañía Judía Naftali-Botwin, denominada en algunos partes de guerra como Segunda Compañía del Batallón Palafox, y participó activamente en las batallas de Extremadura, Aragón y, finalmente, en la fallida batalla del Ebro. Fue fundada inicialmente con 152 hombres y permaneció nueve meses en existencia activa en combate, llegando a morir al menos seis oficiales al mando de la misma y siendo capturados 90 de sus miembros por las tropas de Franco. Durante su efímera existencia llegó incluso a publicar un periódico en idish. Algunos de sus miembros fueron Alter Szerman, Karol Gutman, Jasza Zawidowicz, Moishe Rozenberg, Yosef Lipsman y Shamuel Shlosberg, por citar tan solo unos cuantos de una larga lista.

Foto del Museo de la Batalla de Jarama (Morata de Tajuña, Madrid)

EL FINAL DE LAS BRIGADAS INTERNACIONALES

También hubo judíos en el contingente enviado por la Unión Soviética a ayudar a España, tal como nos relata el experto ya citado Alberto Fernández: “De los 557 soviéticos venidos a España -ninguno, al parecer, contra su voluntad- el diez por ciento eran judíos. Por no citar más que a algunos de los más conocidos, empezaremos por Rosenberg, llegado en calidad de Cónsul a las cuatro semanas de empezar la guerra; Wladimir Birchitzki, consejero en la industria de armamento; general G. M. Stem, el primer consejero ante el mando español; general lacob Smitkewitch (Douglas), consejero en la aviación republicana; Arthur Stacehwski, de origen polaco, consejero económico acerca del Gobierno de la República; Gregor Kulik, dirigió la política militar soviética en España; general Kleber (Lazar Stem), Orlov, Berzin, que jugó papel importante en la defensa de Madrid, etc. Muchos de los citados desaparecieron durante las purgas estalinistas”.

A finales de 1938, casi una vez consumada la derrota republicana tras el fracaso de la batalla del Ebro, en la que el ejecutivo de la República había depositado todas sus esperanzas para contener al bando franquista, comenzaron a salir los primeros brigadistas hasta febrero de 1939, en que los últimos abandonaron definitivamente España. Entre los últimos en irse están incluidos 86 miembros de la Unidad Botwin que fueron internados en los campos de concentración abiertos por los franceses para internar a los republicanos españoles que huían por miles tras la caída de Cataluña y de los que no sabemos la suerte que correrían.

Entre judíos destacados que lucharon en la guerra civil española, hay que destacar varios: Pinkus Karti, que fue uno de los organizadores de la insurrección en el gueto de Varsovia; Otro, Szyr, que fue vice-primer ministro en Polonia, en 1945; el político y escritor checoslovaco Artur London; el rumano Water Roman, alto cargo militar en el gobierno comunista de su país; el agente secreto británico George Nathan, aguerrido y frío militar; y también a tres mujeres judías valientes, que se enrolaron como enfermeras para atender a brigadistas y soldados españoles en la guerra, las hermanas Vera, Golda y Rachel Luftig. Hubo más brigadistas y enfermeras judías en esta guerra civil, pero dejamos para otra entrega sus historias.

Fotos recibidas del autor de la nota

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4 thoughts on “Los judíos en la guerra civil española”
  1. Buen dia a todos, mucha gente dice que Francisco Franco era antisemita, pero era muy cercano a mi familia en Melilla, ya que el desembarco que se realizo desde las islas canarias a la peninsula espanola, fue embarcada en la flota de barcos de la familia Salama.

  2. Durante la Guerra Civil Española, había al menos tres grandes grupos de judíos en el país. El primer grupo estaba compuesto por los judíos españoles de Ceuta y Melilla, ciudades situadas en el norte de África. Estos judíos habían logrado la ciudadanía española a finales del siglo XVIII, gracias a las leyes de libertad religiosa promulgadas durante la Primera República, un breve intento de democracia en la historia de España. Posteriormente, en 1903, un número considerable de judíos se sumó a esta comunidad debido a la violencia antisemita que surgió durante una guerra civil entre moros de Marruecos.

    El segundo grupo estaba compuesto por un menor número de judíos españoles que vivían en la península ibérica. Aunque este grupo era más reducido, España se convirtió en un refugio para muchos inmigrantes judíos, especialmente en ciudades como Barcelona, que ofrecían una relativa apertura en un contexto europeo cada vez más antisemita. Barcelona, en particular, albergó a una significativa población de judíos extranjeros.

    El tercer grupo de judíos se encontraba también en Barcelona, compuesto en su mayoría por extranjeros que habían llegado para participar en unas olimpiadas libres alternativas, también conocidas como olimpiadas populares, organizadas en contraposición a los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936. Muchos de estos judíos extranjeros, algunos de ellos con inclinaciones comunistas, se unieron al bando republicano durante el conflicto.

    Franco fue un personaje con una doble moral respecto a los judíos. Por un lado, ordenó a los filonazis falangistas, que eran muy antisemitas, dejar de asesinar y torturar a los sefardíes españoles de Ceuta y Melilla al comienzo del golpe militar, a petición de algunos banqueros judíos del norte de África que le habían prestado parte del dinero para su golpe de Estado. Sin embargo, por otro lado, escribió en contra de los judíos en sus escritos antimasónicos anónimos bajo el seudónimo de Jakim Boor, un nombre que eligió para burlarse de los masones, ya que Jakin y Boaz son los nombres que los masones dan a las dos columnas simbólicas situadas a la entrada de la logia, en imitación de las que el maestro arquitecto Hiram colocó en el vestíbulo del Templo de Jerusalén (Jakin a la derecha y Boaz a la izquierda).

    Es bien conocido que Franco tomó una postura especialmente hostil hacia los masones, tratando de erradicarlos, ya que creía que eran una élite colocada por los judíos para conspirar contra España y el mundo. Sin embargo, también es sabido que él mismo intentó ser admitido en la masonería española en dos ocasiones, probablemente influenciado por su hermano menor Ramón, a quien veía como el verdadero héroe de la familia, o por su padre, quien también simpatizaba con la masonería y la elogiaba mientras menospreciaba a su hijo Franco.

  3. Perdón, los judíos españoles de Ceuta y Melilla lograron la ciudadanía española a finales del siglo XIX, no XVIII, gracias a las leyes de libertad religiosa promulgadas durante la Primera República, un muy breve intento de la primera democracia en toda la historia de España.

  4. El apellido correcto de Sebastián Romero era RADIGALES y no Madrigales como erróneamente escribe el periodista en dos ocasiones a lo largo del artículo.

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