Líbano: no importa a quien vote, Hezbollah gana

Dr. Jonathan Spyer

Las elecciones libanesas del 6 de mayo han resultado en una mayor consolidación de Hezbollah y sus movimientos asociados dentro de los marcos legales del estado. El movimiento y sus aliados ganaron más de la mitad de los escaños en el Parlamento de 128 escaños. Al mismo tiempo, las elecciones de 2018 no parecen destinadas a marcar el comienzo de ninguna alteración fundamental del status quo en el Líbano.

La mayoría lograda no fue suficiente como base para un cambio constitucional que altere las reglas del juego relacionadas, por ejemplo, con los acuerdos sectarios del reparto de poder que subyacen en la vida política libanesa.

Sin embargo, Hezbollah, Amal y compañía tendrán holgadamente más que su «tercer bloque» propio en el parlamento, suficiente para evitar cualquier cambio que no sea de su agrado.

Hezbollah y Amal barrieron en los consejos en las partes chiís del país, confirmando y consolidando su dominio sobre este sector. El secretario general de Hezbollah, Hassan Nasrallah, se declaró satisfecho con los resultados y dijo que confirman a Beirut como la «capital de la resistencia».

Los mayores perdedores fueron el “Movimiento Futuro” del primer ministro Saad Hariri. Esta lista vio su representación en el Parlamento declinar de 34 escaños a 21, en tanto que los candidatos apoyados por Hariri perdieron frente a los candidatos sunitas apoyados por Hezbollah en Beirut y Trípoli.

La disminución en los niveles de apoyo de Hariri y su partido al Mustaqbal refleja la sensación de que el proyecto del “Movimiento 14 de marzo” del cual formaron parte es -como se diría en el póker- una escalera quebrada.

Tras la retirada siria del Líbano, y el posterior asesinato del entonces primer ministro Rafiq Hariri, el “14 de marzo” trató de defender la noción del Líbano como un estado soberano, dirigido por sus instituciones, y con un Ejército mantenido fuera de la política.

Este es un proyecto que claramente ha fracasado. Su primera prueba de fuego fue en 2006 cuando Hezbollah llevó a cabo el ataque contra una patrulla del Ejército de Defensa de Israel del lado israelí de la frontera, que precipitó la guerra de 2006. Este incidente indicó que a pesar de su rol nominal, el “14 de marzo” como autoridad gobernante, fue incapaz de impedir que un partido político con su milicia propia y respaldado por una potencia extranjera (Irán) entrara en guerra en el momento y de la manera que eligiera.

Su segunda prueba de fuego llegó en mayo de 2008 cuando se comprobó que el “14 de marzo” no tenía la capacidad de desafiar el mandato de Hezbollah dentro del Líbano, así como no lo tuvo sobre la campaña violenta del movimiento (o la «Resistencia» como prefiere que lo llamen) contra Israel.

En aquel entonces, el Gobierno liderado por el “14 de marzo” intentó actuar contra el control de facto de Hezbollah del Aeropuerto Internacional de Beirut.

Amal y Hezbollah se apoderaron del oeste de Beirut en 48 horas, obligando al Gobierno a revertir las medidas previstas.

El tercer y último entierro del proyecto del “14 de marzo” para la normalización del Líbano se produjo con la guerra civil siria. En ese momento, Irán ordenó a Hezbollah que ayudara a compensar el déficit de efectivos del régimen de Assad.

Éste procedió a hacerlo, colocando a la población del Líbano, incluyendo a su electorado chií, en grave riesgo, una vez más, sin solicitar permiso.

Todos estos hechos explican el eclipse del “14 de marzo” y de Hariri.

Son, simplemente, un proyecto que ha fracasado.

Lo que resultará de las elecciones será un gobierno de coalición que probablemente incluirá tanto a Hezbollah como a sus aliados, y a los remanentes derrotados de la alianza del “14 de marzo”, cuyo componente principal es el “Movimiento del Futuro”, que lidera Saad Hariri. Es posible que Hariri regrese como primer ministro de la nueva coalición que se formará. Pero debido a la nueva aritmética parlamentaria, Hezbollah y sus aliados tendrán una mayor representación en la nueva coalición.

Los análisis de los comentaristas libaneses de las elecciones se caracterizaron siempre por matices, la sutileza y una comprensión sofisticada de la naturaleza a veces laberíntica de la política libanesa.

Como siempre, sin embargo, han tendido a centrarse en las minucias de los niveles de apoyo y, por lo tanto, de la representación en la próxima coalición, señalando el papel de la nueva ley electoral, esta vez, y la necesidad de nuevas alianzas tácticas electorales, y por lo tanto, de romper las viejas y claras estructuras del “14 de marzo” y su movimiento rival, el “8 de marzo”.

El análisis de las minucias y el proceso, si bien vale la pena, también puede jugar el papel de oscurecer el panorama general y sus implicaciones. Por lo tanto, es importante también tener éstos últimos en cuenta.

La renuncia forzada y la vertiginosa no-renuncia del primer ministro Saad Hariri, en noviembre de 2017, demostraron la impotencia esencial del primer ministro libanés en los asuntos cruciales.

Los elementos -que no son Hezbollah y sus aliados- están allí en el sistema de gobierno libanés para jugar el papel de tratar de convencer al mundo de que algo del Estado permanece, y que el país no se ha convertido simplemente en un títere de Teherán y sus milicias.

Para este propósito, las elecciones se llevan a cabo, en línea con las normas internacionales, los partidos compiten por los electorados, y cuestiones reales también están en juego.

Pero hay una gran franja de la política nacional que está totalmente fuera de los límites de la discusión política, y no es desafiado por ella. Se trata de la esfera de la política exterior y la «seguridad nacional».

En este sentido, una coalición gobernante en el que Hezbollah sea más fuerte desempeñará el papel de integrar aún más las instituciones nacionales con las de la «resistencia». Pero incluso si este no fuera el caso, los organismos de la «resistencia» ya son más fuertes que los del Estado, estos organismos son decisivos en la decisión de cuándo y con quién hacer la guerra, y esta no es una realidad sujeta a cambios en las urnas. Esa es la verdad saliente con respecto al Líbano hoy en día, y su presencia no debe ser oscurecida por un foco de discusión sobre las leyes electorales, los distritos electorales y las alianzas.

Esta ha sido la realidad por algún tiempo. Los planificadores israelíes lo saben muy bien. En Occidente, sin embargo, hay quienes aún no han reconocido la situación, a pesar de su sencillez. Desde este punto de vista, las elecciones parlamentarias libanesas no son la farsa vacía de los comicios en los países autocráticos, pero al igual que esas elecciones simuladas, sirven para oscurecer las verdades centrales de quién ejerce el poder en el sistema y quién no. Es decir, en el Líbano, en 2018, no importa a quien usted vote, Hezbollah (es decir, Irán) gana.

Fuente: Jpost.com

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