Las implicaciones de una figura militar como presidente de Irán

Bandera ceremonial del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica, Imagen vía SpinnerLaserz Wikimedia CC BY-SA 4.0

En 2021, Irán se preparará para una elección presidencial incluso mientras enfrenta una crisis económica sin precedentes. Algunos conservadores argumentan que una figura militar podría cambiar el país en virtud de su «espíritu yihadista» y «carisma militar». Si bien el carisma de una persona como presidente es atractivo para algunos en Teherán, persisten impedimentos estructurales. El poder de la Oficina del Líder Supremo será un obstáculo formidable en el camino de cualquier figura militar que espere ascender a la presidencia en el corto plazo.

Con elecciones a menos de un año en Irán, ha habido muchos comentarios sobre la carrera electoral entre antiguos y actuales oficiales actuales del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica (IRGC, por sus siglas en inglés). La especulación ha variado desde figuras inesperadas como Hossein Dehghan, asesor militar del ayatolá Khamenei, y Rostam Ghasemi, exjefe del Cuartel General de Construcción de Khatam al-Anbiya del IRGC, hasta candidatos absolutamente predecibles como Mohsen Rezaei, ex comandante en jefe del IRGC, y Ali Shamkhani, secretario del Consejo Supremo de Seguridad Nacional (SNSC).

Para el IRGC, la fuerza económica y militar más fuerte del país, la idea de ocupar la presidencia siempre ha sido atractiva. Se cree que el ex presidente Mahmoud Ahmadinejad sirvió en el IRGC. Pero desde sus inicios, todos los candidatos con pedigrí senior del IRGC han perdido todas las elecciones en las que participaron. Las múltiples candidaturas fallidas de Mohsen Rezaei y el ex comandante de la Fuerza Aérea del CGRI, Muhammad Bagher Ghalibaf, cobran gran importancia.

Sin embargo, existen razones para creer que si una figura militar se postula para presidente esta vez, las probabilidades de que sea elegido son razonablemente altas, principalmente porque la mayoría de los iraníes podrían no votar, porque que ya no creen que sus votos hagan alguna diferencia. La baja participación de votantes establecerá grandes beneficios para el bando conservador. En las elecciones parlamentarias de 2020, en las que el país registró la participación más baja desde 1979, los partidarios de la línea dura salieron victoriosos y obtuvieron 223 escaños en el parlamento de 290 miembros. Un ex miembro de los altos mandos del IRGC se convirtió en presidente del parlamento.

Para lograr este objetivo, los conservadores pueden incluso intentar sabotear cualquier intento del presidente Hassan Rouhani de negociar con la Administración Biden o al menos retrasar dicha negociación hasta después de las elecciones presidenciales iraníes. Biden dejó en claro en su artículo de Foreign Affairs que si «Teherán vuelve a cumplir estrictamente con el tratado», él «volvería a unirse al acuerdo». Por ahora, mantener el status quo es de interés para los conservadores porque una disminución de la presión de Estados Unidos sobre Irán podría ofrecer un impulso a los pragmáticos en las elecciones.

Con Ghalibaf como presidente del Tribunal Supremo de línea dura y Ebrahim Raisi ocupando escaños en el SNSC, existe la posibilidad de que el presidente Hassan Rouhani sea flanqueado y superado en cualquier intento de revivir el acuerdo. Esto se debe a que, si bien el ex presidente del parlamento, Ali Larijani, interfirió con la administración Rouhani en el expediente nuclear, es probable que Ghalibaf sea menos indulgente.

El debate en Teherán

¿Por qué el régimen se siente atraído por una figura militar como presidente y cuáles son sus implicaciones? Para responder a estas preguntas, debemos examinar el debate en Teherán.

La idea de la elevación de un militar a la presidencia cobró impulso en 2018. Se especuló que Qassem Soleimani, entonces comandante de la Fuerza IRGC-Quds, se postularía para presidente en 2021. A pesar de que Soleimani nunca ha mostrado públicamente ninguna ambición de ocupar el cargo, era un operador político astuto que había cultivado lazos con figuras conservadoras y pragmáticas, incluido el ministro del exerior Javad Zarif, quien reveló que antes de la muerte de Soleimani se reunía con él todas las semanas. Soleimani también recibió el crédito del régimen como el que mantuvo a ISIS [Estado Islámico] alejado de las fronteras iraníes. Como resultado de toda esta creación de mitos, sus posibilidades de ganar habrían sido relativamente altas si hubiera podido participar en la carrera.

Incluso después de la muerte de Soleimani, el atractivo de un militar como presidente ha persistido. Los defensores argumentan que tiene una serie de beneficios. Primero, el país enfrenta graves crisis, entre ellas la falta de eficiencia y coordinación entre las organizaciones estatales y paraestatales. Un militar, argumentan, podría poner fin de inmediato al conflicto entre estas instituciones. Tendría el potencial de ganarse la confianza de grandes fundaciones revolucionarias que compiten con el presidente y están fuera del control del gobierno.

La misma lógica se aplica al compromiso con la administración entrante de Biden, que sigue interesada en ampliar el JCPOA abordando el programa de misiles balísticos de Irán y la red regional de apoderados [proxies]. Tener una figura militar en la presidencia podría aumentar la credibilidad de los negociadores de Irán entre facciones y Estados.

En segundo lugar, según los defensores, tener una figura militar como presidente salvaría al país de problemas futuros. Un presidente militar es percibido como un «símbolo de poder y autoridad» que podría enviar una fuerte señal de que la nación está preparada para la guerra. Hay muchas figuras en el establishment político iraní que creen que la guerra entre Irán y Estados Unidos es inevitable y que el país debe prepararse para el conflicto.

En tercer lugar, algunos argumentan que el régimen ha perdido su legitimidad y solo una figura militar puede reconstruir la confianza de la nación en el sistema. La República Islámica ha utilizado los ingresos del petróleo para financiar su autoridad, pero la combinación de sanciones y corrupción en la élite ha empañado la marca del régimen. Según los proponentes, la probabilidad de una baja participación es la mejor oportunidad para llevar al poder a una figura militar que pueda reorganizar y restaurar la fe de la nación en el sistema.

Incluso los elementos de la línea ultra dura en el campo conservador argumentan abiertamente que Irán necesita un dictador benevolente a la cabeza del país para solucionar sus problemas y eliminar la pobreza. “Debemos avanzar hacia el autoritarismo, o de lo contrario colapsaremos”, dijo Ibrahim Fayyaz, quien es considerado el ideólogo de los conservadores. “Hoy, nuestra legitimidad se erosiona, nuestra eficiencia se ve socavada e incluso la cohesión de nuestro sistema se ha visto perturbada. Solo un dictador benévolo, un militar o una persona con disciplina militar, puede arreglar este sistema».

Los pragmáticos del régimen argumentan, sin embargo, que dado que el principal problema del país es su debilitada economía, el país estaría mejor atendido por un presidente con experiencia económica. Según esta línea de pensamiento, la elección de un presidente soldado implicaría que la República Islámica ha llegado a un callejón sin salida y no puede encontrar soluciones a los problemas más arraigados de la nación.

El obstáculo supremo

Es poco probable que un militar como presidente sea la panacea para los problemas de la República Islámica. La Oficina del Líder Supremo sigue siendo un obstáculo formidable.

Con la creciente influencia de la Guardia en Teherán, un nuevo presidente con un pedigrí de alto nivel en el CGRI podría ser un actor poderoso en el establishment de una República Islámica con cabeza de hidra. Teóricamente, podría enhebrar la aguja diplomática y política de manera más efectiva a través de los Estados armados, profundos y electos de Irán. Sin embargo, esto no significa que será omnipotente.

Un militar como presidente no sería un verdadero «dictador benevolente», como han argumentado algunos defensores. El ayatolá Ali Khamenei sigue siendo el comandante en jefe constitucional. En sus 31 años como líder supremo, Khamenei, a través del equilibrio político, ha centralizado y consolidado el control sobre los aparatos estatales en expansión del régimen. Recientemente, en el debate sobre la postura del régimen antes de las elecciones presidenciales de Estados Unidos en noviembre, Khamenei demostró que mantiene firmemente el control como titiritero estatal. Según los informes, rechazó la solicitud de la Fuerzas Quds-IRGC de represalias significativas en medio de la campaña de máxima presión de Estados Unidos, la explosión en la instalación de enriquecimiento nuclear de Natanz y los ataques israelíes en Siria.

Al mismo tiempo, ha atacado a la administración Rouhani. En las declaraciones más recientes de Khamenei en una ceremonia conjunta de graduación de las Fuerzas Armadas, advirtió: “Los cobarde no tienen derecho a hablar de racionalidad porque racionalidad significa cálculos correctos. El enemigo está tratando de plantear una descripción errónea de la racionalidad y algunas personas en el país repiten ignorantemente las palabras del enemigo». Esta fue una reprimenda implícita al presidente Hassan Rouhani, cuya marca política ha sido «prudencia y esperanza». Además, en octubre, después de que Rouhani invocara la paz del Imam Hassan para justificar las negociaciones con Occidente y fuera atacado por la línea dura en el parlamento, el Líder Supremo intervino y defendió al presidente, diciendo que «la profanación está prohibida». En todos estos episodios, se pudo ver que Khamenei controla al IRGC, a los conservadores y a Rouhani, y, en el proceso, asegura su autoridad verdaderamente suprema.

Por lo tanto, el equilibrio del Líder Supremo entre los diferentes órganos gubernamentales, especialmente sobre la cuestión de si negociar con la Administración Biden, probablemente continuará incluso si un ex oficial militar conservador es elegido presidente. Esta eventualidad no excluiría la posibilidad de negociaciones. Khamenei autorizó tales conversaciones incluso bajo administraciones de línea dura; el canal secundario entre Estados Unidos e Irán, por ejemplo, comenzó bajo Ahmadinejad.

Por último, el Líder Supremo en ejercicio ha demostrado estar menos dispuesto a delegar que su predecesor, el ayatolá Ruhollah Khomeini. Esta diferencia de estilo personal se pudo ver en medio de la campaña de máxima presión estadounidense. Rouhani argumentó que Irán está involucrado en una guerra económica y que su administración debería recibir poderes de emergencia. Él comparó la situación con la guerra Irán-Irak, cuando se estableció un consejo supremo que “tenía todos los poderes, e incluso el parlamento y el poder judicial no intervinieron”. Pero Khamenei ha rechazado tales solicitudes de más autoridad presidencial. Como respondió el editor en jefe  del conservador Kayhan: «[T]u ya tenías suficientes poderes». Sin embargo, Khomeini encomendó al entonces presidente del Parlamento Akbar Hashemi Rafsanjani como comandante en jefe interino al final de la guerra Irán-Irak. La renuencia de Khamenei a hacerlo es una demostración de su necesidad de control.

La situación podría cambiar si Khamenei queda incapacitado o muere. Dada su edad, 81 años, es concebible que el próximo presidente de la República Islámica sea el último de Khamenei. Para evitar un vacío de poder, es posible que tras la desaparición de Khamenei, el régimen establezca un consejo de liderazgo interino, que, según el artículo 111 de la Constitución, estaría compuesto por funcionarios como el presidente del Tribunal Supremo, el presidente y un miembro clerical del Consejo de Guardianes seleccionado por el Consejo de Conveniencia.

Aquí es donde un candidato de los altos rangos del IRGC que emerja como presidente podría resultar fundamental. Tener una figura así en la escena garantizaría constitucionalmente un asiento en la mesa de toma de decisiones.

Al final, el debate sobre tener una figura militar como presidente es un indicador de una batalla más amplia por la sucesión. Si bien tal jefe ejecutivo puede lograr un consenso dentro del sistema de manera más eficaz, seguirá estando sujeto a la autoridad del Líder Supremo. Mientras Khamenei permanezca en el cargo, esa ecuación de poder permanecerá sin cambios.

Fuente: BESA Centro Begin-Sadat de Estudios Estratégicos

Farhad Rezaei es profesor invitado de relaciones internacionales en Glendon College, Universidad de York e investigador asociado en el Centro de Estudios de Política Internacional. Es coautor de Irán, Revolution y Proxy Wars (Palgrave Macmillan, 2019).

Jason Brodsky es director de políticas de United Against Nuclear Iran.

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