Genios como Chagall, Altman y Shteremberg retornaron a Moscú con una amplia y ambiciosa exposición dedicada al arte de vanguardia hebreo que sucumbió hace un siglo ante el avance de la aplanadora del Realismo Socialista.
«Los contemporáneos llamaban ‘Renacimiento’ a este movimiento renovador» surgido a principios del siglo XX, comenta una de las curadoras (comisarias) de la exposición, María Gadas, en referencia a toda una pléyade de creadores que revolucionaron y llenaron de contenido al naciente arte soviético.
De Chagal a Altman
A este movimiento está dedicada la muestra «Vanguardia Hebrea. Chagal, Altman, Shterember y otros» inaugurada en el Museo y Centro de Tolerancia Hebreo de Moscú con un centenar de obras que incluyen dibujos, pinturas, esculturas, fotos y maquetas de escenografías.
Además de nombres tan conocidos como Marc Chagall, Nathan Altman o David Shteremberg, también están presentes creadores como El Lisitski, Robert Falk, Iosiv Chaikov y muchos más.
Les unía la búsqueda de sus tradiciones hebreas con una infinita sed de experimentación que juntó estilos de las vanguardias como el cubismo, el suprematismo, el constructivismo, el fovismo o el abstraccionismo.
«En torno a 1910 tiene lugar un increíble y brusco incremento del interés en las tradiciones y las comunidades hebreas por parte de los creadores de raíces judías, que se convirtió en el factor común de las principales figuras del nuevo arte hebreo de principios del siglo XX», añade Gadas, a su paso por las salas del museo.
Este interés, que tuvo su semilla en investigaciones etnológicas de las comunidades hebreas con la participación de jóvenes creadores, cuajó en la asociación Liga Cultural en Kiev, movimiento que se extendió por decenas de ciudades del Imperio Ruso y que abrazó la revolución bolchevique de 1917 con ansias de renovación.
Judíos rusos y ucranianos
Los visitantes pueden disfrutar aquí de las piezas suprematistas -con juegos de figuras geométricas y colores básicos- del pintor y diseñador El Lisitski, nacido en la región rusa de Smolensk, en las que predominan las ansias de otorgar un carácter utilitario al arte, materializadas en cubiertas de libros.
Muy diferentes resultan las obras de Shteremberg, original de la región ucraniana de Yitómir, que alternaban naturalezas muertas de particular perspectiva con personales paisajes en los que se ven la impronta de su estancia en París, donde bebió de la influencia de Paul Cezanne y se codeó con Chagall y Diego Rivera.
También resultan interesantes los experimentos escenográficos de Isaac Rabichev, oriundo también de la capital ucraniana, o los del moscovita Robert Falk, en los que confluye la sobriedad del diseño con amplias posibilidades de movimiento para los actores.
El plato fuerte de la muestra es la reconstrucción de una exposición de Chagall, Altman y Shteremberg celebrada en 1922 en Moscú, para lo cual se edificó una casa con tres salas a modo de caja china, de una muestra dentro de otra muestra.
«Es una exposición impensable en la actualidad, una especie de cosmos en un solo espacio», comenta Gadas, mientras invita a pasar al interior de esta «casa», con puertas y ventanas a través de las cuales se puede mirar en su interior.
A pesar del intenso trabajo de curaduría de la muestra, uno de sus principales artistas, Chagall, no pudo ser presentado a cabalidad, ya que la célebre galería Tretiakov se negó a ceder su serie «Introducción al Teatro Judío».
Sin embargo, los curadores de la muestra no quisieron prescindir de estas obras, que proyectaron en las paredes de la improvisada casa.
Revolución y exilio
Pese al creativo trabajo de la Liga Cultural durante varios años y la positiva actitud hacia el gobierno bolchevique de gran parte de sus integrantes, el movimiento fue desarticulado en los años veinte y sus sedes, entregadas a Narkomprós (Comisariado del Pueblo para la Instrucción), precursor del Ministerio de Educación de la URSS.
Tras la disolución de la Liga Cultural, muchos de estos creadores emigraron al extranjero, como Chagall, mientras que otros como Falk, Shterenberg, Altman o Lisitski, decidieron continuar viviendo y creando en la «nueva Rusia», tan parecida y tan distinta de la que soñaron.EFE