La soberanía israelí y sus inverosímiles padrinos

Benjamín Netanyahu y Barak Obama Foto: Casa Blanca Pete Souza

El entusiasmo del primer ministro Benjamín Netanyahu por la idea de aplicar la soberanía israelí a partes de la Ribera Occidental puede explicarse por el deseo de aprovechar la oportunidad histórica creada por la actitud excepcionalmente favorable del presidente Trump hacia Israel. Sin embargo, hay otro elemento que merece mucha atención: la reacción de Netanyahu ante la implacable hostilidad de la administración Obama.

Algunos aspectos a largo plazo en relación con la posible aplicación de la soberanía israelí a partes de la Ribera Occidental son claros. Sería la culminación parcial de las aspiraciones sionistas de larga data por controlar el antiguo corazón del pueblo judío y la necesidad estratégica de crear fronteras defendibles para Israel. Los primeros sionistas se las arreglaron con áreas que podían comprar y establecerse y tenían dudas sobre presionar para controlar áreas como Siquem (Shjem), Hebrón y las tierras altas centrales, a pesar de su importancia ancestral judía. Pero, aunque tenían una mentalidad práctica y a menudo no eran religiosos, reconocieron la importancia de esas regiones para el pueblo judío y el proyecto sionista a largo plazo.

Lo mismo ocurre con la cuestión de las fronteras defendibles. El Plan Alón, que surgió inmediatamente después de la Guerra de 1967, preveía el control israelí del Valle del Jordán. La construcción de comunidades alrededor de Jerusalén fue diseñada con el objetivo de crear una mayoría judía permanente dentro de una configuración defendible de la ciudad. La creación de Ariel y otros bloques de asentamientos tenía la intención de crear profundidad estratégica y defender los centros de población existentes.

La cuestión de la aplicación de la soberanía en algunas áreas ha molestado durante mucho tiempo a los líderes israelíes, que tienen que lidiar con el movimiento de los asentamiento y la derecha, así como con los palestinos y la comunidad internacional. La sensatez de los sucesivos gobiernos laboristas y del Likud, en permitir o patrocinar barrios judíos tanto en áreas cercanas a las comunidades judías como en medio de las poblaciones árabes, puede ser cuestionada desde el punto de vista de la política nacional e internacional. Minorías crearon realidades estratégicas con las que los gobiernos tuvieron que lidiar. Como bloque electoral y demográfico, el movimiento de asentamientos ejerce una presión significativa, y lo hace en nombre de la aplicación de la soberanía.

Dejando de lado estas presiones a largo plazo, la realidad a corto plazo es que la Administración Trump ha demostrado ser excepcionalmente favorable a Israel. Ninguna administración estadounidense ha estado dispuesta a apoyar a Israel diplomáticamente con la misma determinación y afecto. Los Estados Unidos bajo Trump han caído constantemente en posiciones pro-israelíes, desde trasladar la embajada de Estados Unidos a Jerusalén y retirar los aportes a UNRWA hasta el plan «Acuerdo del Siglo» para adoptar la posición israelí de que la intransigencia palestina no solo ha sido el obstáculo clave para la paz, sino algo que ya no debería ser recompensada.

A través de las señales dadas por el embajador de Estados Unidos, David Friedman, y por el secretario de Estado, Mike Pompeo, Estados Unidos ha dejado claro que, en su opinión, la soberanía es una decisión interna israelí. Esta posición contrasta fuertemente con las declaraciones de los gobiernos de Europa Occidental para quienes el movimiento es anatema. Uniéndose a la condena hay demócratas estadounidenses, incluidos los miembros de la antigua Administración Obama, como la ex NSA, Susan Rice. Estas advertencias también pronostican las políticas probables de una posible Administración Biden, que esencialmente sería una tercera Administración Obama, amplificada por la extrema izquierda y las alas musulmanas del nuevo Partido Democrático progresista.

Estas objeciones sugieren un aspecto hasta ahora ignorado de la toma de decisiones israelí. La aplicación de la soberanía no representaría simplemente un deseo israelí de cambiar el status quo antes de las elecciones estadounidenses en noviembre. Hasta cierto punto, también constituiría una respuesta del primer ministro Benjamín Netanyahu al trato propinado por la Administración Obama. Obama puede llegar a ser un padrino involuntario de la aplicación de la soberanía israelí a partes de la Ribera Occidental.

El tratamiento a Israel por parte de la Administración Obama está bien documentado, desde reiteradas condenas a la «construcción de asentamientos», sin importar cuán leves o teóricas, hasta la burla constante hacia los líderes israelíes calificándolos como mentirosos y «chickenshits» [literalmente: “mierda de pollo”. Significando: irrelevante y que no vale la pena], y el esfuerzo encubierto de última hora para orquestar a la ONU para que condene todas las actividades israelíes a través de la Línea Verde como «asentamientos” en la Resolución 2334, y sobre todo, al acuerdo de JCPOA con Irán.

Las preocupaciones y concesiones israelíes fueron descartadas y ridiculizadas por Obama a cada paso. Los partidarios de Israel, incluidos los miembros del Congreso de Estados Unidos, fueron espiados ilegalmente, y el eco de Washington en la Cámara resonó en contra de ellos. La comunidad judía de Estados Unidos fue dividida deliberadamente por organizaciones construidas por aliados de la administración, precisamente con el propósito de neutralizar la unidad judía estadounidense sobre Israel. Incluso los tan apreciados paquetes de ayuda militar masiva a Israel fueron en parte esfuerzos para subvertir las industrias y exportaciones militares israelíes.

Estas fueron solo algunas de las actividades de la Administración Obama, que incluyeron espiar ilegalmente a periodistas y conspirar con la campaña de Clinton para iniciar una investigación de la Administración Trump sobre falsas premisas, con el objeto de privarla de legitimidad y de capacidad de conducir la política interna y extranjera sin impedimentos.

Pero la antipatía única hacia Israel como el impedimento para un realineamiento masivo de las relaciones de Estados Unidos con los mundos árabe y musulmán, sobre todo con Irán, la convirtió en un objetivo para la Administración Obama. Para Obama, en el ámbito político y aparentemente personal, la paz se podría lograr en todo el Medio Oriente solo si se resuelve el conflicto árabe-israelí, lo que significa poner fin a la «ocupación» y los «asentamientos». Estos parámetros se hicieron explícitos en el discurso de Obama en mayo de 2011: la paz se basaría explícitamente en las «fronteras» de 1967. El objetivo de la Administración Obama fue un statu quo que sea beneficioso para Israel y tolerable para los palestinos, pero la presión sobre el tema del acuerdo solo sirvió para alejar a los palestinos de las negociaciones y para internacionalizar el conflicto.

Se puede argumentar que la implacabilidad del desprecio de Obama por Israel fue traumática para Netanyahu y sus funcionarios. Trauma es un término relativo, pero la antipatía de la Administración Obama era evidente incluso para los observadores casuales. ¿Cuánto más obvio fue para los funcionarios israelíes? Es muy posible que esto haya elevado el tema de la soberanía a una prioridad más alta en la mente de los tomadores de decisiones que desean consolidar las ventajas estratégicas y hacer menos probables las futuras concesiones exigidas por EE. UU.

Las reacciones de Netanyahu a los esfuerzos de Obama contra él y contra Israel se pueden inferir en sus numerosas declaraciones y completándolas con información sobre sus decisiones políticas específicas. Este fue un choque entre dos egos de gran tamaño, cada uno con un sentido de misión histórica que los colocó en oposición directa en aspectos críticos. No había amistad entre ellos.

Como muchos de los esfuerzos de la Administración Obama, sus políticas fracasaron. Creyendo que eran más inteligentes que los demás, seguros de que siempre estaban en el «lado correcto de la historia», y convencidos de que sus oponentes no solo estaban equivocados, sino que eran estúpidos e inmorales, Obama y los miembros de su antigua administración tuvieron que ver cómo fracasaron sus políticas, o fueron desechadas por Trump.

La senzatez de las políticas de Trump, y ciertamente el estilo con el que fueron creadas y ejecutadas, merece amplias críticas, incluso en Medio Oriente. Pero el hecho es que no queda nada de los esfuerzos de Obama para apuntalar a los Hermanos Musulmanes, alcanzar a un entendimiento con Irán, apaciguar a Turquía, permanecer fuera de Siria o depender de las instituciones internacionales. La soberanía puede ser otro legado involuntario de Obama, junto con el desastre de Libia.

Desde que Obama dejó el cargo, Netanyahu ha sido acorralado por las continuas acusaciones de corrupción, la incapacidad de formar un gobierno a pesar de tres elecciones, la pandemia del coronavirus y las señales contradictorias de la Administración Trump, que por sus propias razones tardó en revelar su plan de paz. Con las elecciones en EE. UU. cerniéndose, Netanyahu puede haber jugado torpemente la carta de soberanía y casi en el último minuto posible. Pero en una ironía de la historia, la Administración Obama puede haber ayudado a acelerar un tren que se mueve lentamente hacia su estación.

Fuente: BESA – Centro Begin-Sadat de Estudios Estratégicos

* Alex Joffe es un erudito no residente en el Centro BESA y miembro Shillman-Ingerman en el Middle East Forum.

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