La revuelta contra el “sistema” de Irán en Irak y el Líbano

Manifestación en la plaza Tahrir de Bagdad Foto: REUTERS/Saba Kareem

El Medio Oriente está siendo testigo de los primeros ejemplos de rebelión popular en países dominados por Irán. En los muy diferentes contextos de Irak y Líbano, las protestas actualmente en curso tienen un enfoque similar sobre la corrupción política y económica, la mala gestión y el limitado acceso popular al poder y los recursos. En ambos casos, a pesar de este enfoque, los manifestantes se enfrentan al hecho de que sus países están dominados por una estructura impuesta por el exterior.

En Iraq, las manifestaciones comenzaron el 1 de octubre. Las protestas emergieron en Bagdad y se extendieron rápidamente a varias ciudades en la parte sur del país, incluidas las gobernaciones de Nasiriya, Diwaniya, Babilonia, Wasit, Mutana y Di Car. La causa inmediata fue el despido por parte del primer ministro, Adel Abdul Mahdi, del popular general, Abdul Wahab al Saadi, del cargo de subcomandante del Servicio de Contraterrorismo (SCT).

Sin embargo, el despido de Saadi fue, desde el principio, evocador de problemas más amplios. Saadi, un chií oriundo de Bagdad, es conocido por sus posiciones antisectarias y su profesionalismo. El STC, en el que sirvió, es una fuerza establecida y entrenada por los estadounidenses. Por lo tanto, su destitución fue interpretada ampliamente como un esfuerzo de las Unidades de Movilización Popular (UMP) vinculadas a Irán para deshacerse de un potencial rival.

Entonces, si bien el foco de las manifestaciones se desplazó rápidamente hacia los problemas económicos y sociales, en particular , y la falta de acceso a viviendas asequibles para los jóvenes, desde el principio, la cuestión del poder iraní que no ha sido elegido, no rinde cuentas a nadie y yace en el corazón de la gobernanza en Irak ha estado implícitamente presente.

Un manifestante, Moussa Rahmatallah, de Bagdad, de 28 años, describió este proceso en una entrevista publicada por el Centro de Informes y Análisis del Medio Oriente (Middle East Center for Reporting and Analysis). “El problema eran las cuestiones comunitarias y económicas, pero ahora se hizo más grande. Ahora, la principal demanda y el llamado a las manifestaciones es que quieren que el régimen caiga”.

Este, por supuesto, es el viejo eslogan que resonó en las plazas públicas de los países árabes durante la efímera «Primavera Árabe» de 2010-2011. Pero hay una diferencia significativa. En el Túnez de Ben Ali, el Egipto de Mubarak, la Siria de Assad, etc., quedaba claro qué era el régimen. Irak, sin embargo, tiene un sistema formal de democracia, un parlamento, elecciones regulares. Entonces, ¿cuál es el «régimen» al que se referían Rahmatallah y sus compañeros manifestantes?

Un manifestante lo expresó en los siguientes términos en un mensaje de Facebook: “¡La democracia sola mientras el país es saqueado no es suficiente! ¿De qué sirve poder participar en una elección, mientras se ve a las milicias intimidar a los ganadores reales con la amenaza de una guerra civil o lo que sea, para que luego les permitan tener un control mucho mayor sobre el gobierno? »

Irán y sus aliados parecen de manera similar sin ninguna duda como el «régimen» en cuestión (la palabra árabe «nizam» también se traduce, quizás más apropiadamente aquí, como «sistema») y es aquel por el cual dentro de las estructuras de la democracia formal, Teherán mantiene su propia estructura de poder político y militar independiente, contra cuyas decisiones no hay apelación que valga.

El hecho de que los iraníes estén convencidos a este respecto puede ser medido no por las declaraciones, sino por los hechos. Desde el principio, el poder armado de las milicias chiís ha sido movilizado junto a las fuerzas de seguridad oficiales del estado y en cooperación con ellas, con la intención de reprimir brutalmente las manifestaciones. El comandante de la Fuerza Quds del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica (CGRI) de Irán, Qassem Soleimani, voló a Irak el 2 de octubre para coordinar la operación, según un informe de The Associated Press.

El resultado es que en solo cuatro semanas de manifestaciones, más de 250 manifestantes han perdido la vida. Un informe de Reuters del 17 de octubre detalló el proceso en el cual se desplegaron francotiradores pertenecientes a milicias respaldadas por Irán en los tejados de las zonas donde se producían las protestas, con órdenes de disparar a matar. La operación, según Reuters, fue dirigida por un tal Abu Zeinab al Lami, un alto funcionario de la UMP estrechamente relacionado con Irán. Fuentes de seguridad iraquíes citadas por Reuters afirmaron que los francotiradores estaban «respondiendo directamente a su comandante [presumiblemente Lami o Soleimani] en lugar de al comandante en jefe de las fuerzas armadas».

La cadena de mando precisa y el alcance de la colusión permanecen en disputa. Pero el papel de las fuerzas vinculadas al CGRI como vanguardia en el intento de aplastar las protestas es claro.

La situación continúa escalando y no se vislumbra un final. El miércoles, se utilizó fuego real contra los manifestantes en la icónica ciudad chií de Kerbala. Dieciocho personas fueron asesinadas. Fuentes iraquíes dicen que las milicias Asaib Ahl al Haq y Ktaeb Hezbollah estaban activas en la ciudad. Las manifestaciones más grandes están teniendo lugar en la plaza Tahrir de Bagdad.

En las diferentes condiciones del Líbano, está en marcha una dinámica esencialmente similar. La protesta inicialmente relacionada con la oposición a los nuevos impuestos sobre el tabaco, la gasolina y los servicios de telefonía por Internet se convirtió rápidamente en un desafío generalizado al orden político arraigado y profundamente corrupto del país.

Las quejas de los manifestantes son socioeconómicas. No están dirigidas específicamente contra Hezbollah y sus amos iraníes. Los manifestantes quieren que la actual coalición de intereses sectarios arraigados y corruptos sea reemplazada por un gobierno de tecnócratas. Están motivados por el pésimo estado económico del Líbano, su desempleo masivo y su desorbitada deuda nacional.

Pero resulta que este orden actual es del agrado de la estructura iraní, que es el verdadero gobernante en el Líbano. Ofrece la conveniente cobertura administrativa bajo la cual Hezbollah puede preservar su propio poder sin ser molestado. En consecuencia, desde el 20 de octubre, cuando Hassan Nasrallah habló por primera vez en contra de las protestas, y con creciente fuerza después del 25 de octubre, los matones de Hezbollah y Amal han estado hostigando las manifestaciones y buscando provocar la violencia.

Hasta el momento, el primer ministro Saad Hariri ha presentado su renuncia. Los manifestantes han prometido permanecer en las calles. Exigen un gobierno de «expertos» y la abolición del sistema político sectario libanés, que permite el enquistamiento de las élites, a quienes consideran responsables del actual malestar económico. Como verdadero mandamás, ahora es Hezbollah quien tiene la movida, con respecto al nuevo gobierno que será establecido.

El punto esencial, tanto en los casos iraquíes como en el libanés, es que cualquier protesta o manifestación pública debe eventualmente plantear la cuestión del poder, es decir, ¿quién decide? ¿Y si hay derecho de apelación? Tanto en la situación libanesa como en la iraquí, una vez que se eliminan las decoraciones, las ficciones y las formalidades, los manifestantes se enfrentan a una estructura político-militar que no ha sido elegida, está armada y es completamente despiadada, que es la que toma la decisión final y quien controla el poder en el país. Esta estructura, a su vez, está controlada desde Irán, a través del mecanismo del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica.

En su retórica, a Irán le gusta llamar a su bloque regional el «Eje de Resistencia». La idea es que está uniendo fuerzas regionales oprimidas y auténticas contra las maquinaciones de Estados Unidos, Israel y sus títeres. En realidad, como muestran los acontecimientos actuales en Irak y el Líbano, el sistema iraní se parece más a uno colonial, en el que la capacidad de las poblaciones locales de decidir por sí mismas desaparece, y una estructura controlada por Irán se coloca en el poder por encima de ellos. Este dominio se lleva a cabo de una manera destinada a beneficiar a Teherán, con indiferencia hacia los intereses económicos y de otro tipo de la población en cuestión.

Los súbditos en Iraq y el Líbano están ahora en rebelión contra este sistema. Sin embargo, no está del todo claro si tienen los medios disponibles para plantearlo como un desafío serio.

Fuente: Jpost.com

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