La ira de los “Beta Israel”, un grito de hastío contra la brutalidad policial y la discriminación

Un protestante se encara a un policía en Tel Aviv durante las protestas por la muerte del joven israelí de origen etíope Salomon Tekah por disparos de un policía. / Foto: Corinna Kern (Reuters)

“Primero debo decir que no vinimos de otro lugar. No somos etíopes. Mis padres nacieron allí, pero somos de Israel. Igual que los judíos de origen iraquí no dicen que son iraquíes. Esta es la primera diferencia: en Israel siempre dicen que los judíos etíopes son de Etiopía. Mi color es diferente, pero soy igual que todo israelí y mi sangre es judía”.

Con esta demoledora frase empezaba una entrevista que mantuve con Amir Tagai en 2017, un joven israelí de tez oscura. Durante el encuentro,  Amir, visiblemente enfurecido, agradeció que un periodista se sentara a escuchar los reclamos de su comunidad, formada por más de 100.000 judíos procedentes de Etiopía, y que en gran parte llegaron a Israel en oleadas masivas en los años 80 y 90 en las operaciones “Moisés” y “Salomón”, en aviones que logró fletar secretamente el Mossad.

La rabia, la violencia y el caos vividos ayer en cruces de carretera por todo el país se desató tras la muerte por disparos de Salomon Tekah por parte de un policía fuera de servicio. El  joven de 18 años perteneciente a esta minoría –también conocidos como “Beta Israel”-, se encontraba en el barrio de Kiryat Haim, a las afueras de Haifa, donde se produjo un altercado en un parque. Contrariamente a las declaraciones del policía que abrió fuego, un testigo afirmó que el agente no se encontraba en peligro cuando disparó.

Fue arrestado por corto tiempo, y luego liberado bajo arresto domiciliario, medida que enfureció todavía más a los miles de israelíes de descendencia etíope que salieron a protestar masivamente.

En el cruce de Azrieli, en el corazón de Tel Aviv, se vivieron escenas de violencia y anarquía. Si bien las primeras horas de la concentración, que empezó a las 5 de la tarde, fueron relativamente tranquilas, los ánimos se caldearon tras los cortes de carreteras, cuando un conductor intentó saltarse el bloqueo y decenas de manifestantes enfurecidos arremetieron contra el vehículo.

En una entrevista radiofónica, un portavoz policial afirmó que se permitió el corte de carreteras en primera instancia “para garantizar el libre derecho a protestar”, pero tras los primeros incidentes, agentes antidisturbios cargaron duramente –incluso lanzando gases lacrimógenos-, y la jornada concluyó con 137 arrestados y 83 heridos, entre ellos 47 agentes.

Otro de los debates surgidos en las ondas giró en torno a la legitimidad de protestas que suponen cortes masivos de autopistas, que ayer atraparon a más de 50.000 viajeros, paralizando las comunicaciones terrestres en el centro neurálgico de Israel.

Una de las concentradas, que como tantos testimonios prefirió mantenerse en el anonimato, clamó que “el racismo y la discriminación llevan ocurriendo hace muchísimo tiempo. La policía puede disparar a un joven tan fácilmente debido a su origen. Si no hubiese sido etíope, no hubiera acabado así”.

Lo ocurrido ayer en la Krayot de Haifa, la autopista que cruza Netanya o el cruce Azrieli de Tel Aviv fue el estallido de una bomba a presión que Amir ya me alertó que ocurriría. Durante nuestro encuentro, revisó los graves altercados en 2015: tras la agresión –filmada- de dos policías al joven soldado negro Damas Pakada vestido de uniforme militar (y condecorado posteriormente por su servicio en una prestigiosa unidad de ciber inteligencia), miles de judíos de color se concentraron en la plaza Rabin y se enfrentaron a la policía, que respondió con violencia extrema.

“No puede ser que el Estado de Israel haga esto a un soldado que se supone que protege al país. En la marcha nos golpearon como a terroristas, desde el primer momento llegaron con armas, caballos y esposas, querían llevarnos a ese terreno. Llegamos sin nada, y nos dispararon con cañones de agua. Si no quieres violencia, no llegas a la manifestación así. Parecía que llegaban a la guerra con rifles pesados y gas lacrimógeno, y cuando ves que alguien te va a dañar, temes y entras al trapo”, recordaba Amir sobre aquellos trágicos eventos.

Un coche en llamas en el cruce Azrieli de Tel Aviv. / Foto: Corinna Kern (REUTERS)

En los últimos años, varias actuaciones policiales han contribuido a alimentar la espiral: en 2014, Yosef Salama fue electrocutado y lanzado fuera de la comisaría tras ser detenido por sospechas de allanamiento de morada; en julio del mismo, un voluntario en la policía fue arrestado por romper la nariz a un joven tras una persecución; en 2015, Damas Pakada fue agredido en uniforme militar por dos policías en Holón; en enero de 2019, el joven Yehuda Biagda murió por disparos cuando la policía descubrió que portaba un cuchillo en Bat Yam (su familia afirmó que tenía problemas mentales); y el pasado domingo, Salomon Tekah se convirtió en la última víctima mortal, que desató la ira no solo de los suyos, sino de israelíes pertenecientes a otros sectores que se unieron a los lamentos y las protestas.

Otro manifestante manifestó su hartazgo: “sientes que te puede pasar en cualquier momento. Es un ciclo que sigue ocurriendo indefinidamente. Cuando se convierte en sistemático, te preguntas: ¿es que tu vida vale menos?”. En la marcha se clamó contra la discriminación que viven los israelíes de origen etíope, tanto en escuelas, “donde hay lugares donde a los etíopes los separan”, como en el ejército, donde un informe publicado recientemente indicó que los reclutas procedentes de esta comunidad tienen la tasa más alta de arrestos en prisiones militares.

Amir me explicó al detalle el duro periplo que pasaron sus padres, que huyeron de Etiopía a Sudan a pie, donde esperaron en campamentos hasta que fueron fletados a Israel. Una hermana mayor suya pereció en el desierto antes de la “aliyá” de su familia.

Me contaba orgulloso como los suyos, descendientes de la tribu judía “Dan” que se exilió a Etiopía, “conservamos nuestro judaísmo. No había internet ni teléfonos, y ni tan siquiera sabíamos que había judíos en España. Mis antepasados pensaban que eran los únicos judíos del mundo. No sabían ni que Israel volvía a existir como país. Lo conocían por la Torá: existe Jerusalén y ahí debemos llegar algún día. Preservaron todas los mitzvot (‘mandamientos’) según la Torá”.

Pero si bien el estado de Israel hizo el esfuerzo de embarcarlos hacia el estado judío, dejó de lado su integración en una sociedad con costumbres totalmente distintas a su estilo de vida en la África rural.  “Lo que hicieron fue tirarnos al norte y al sur bien lejos (ciudades como Afula o Dimona), no en el centro donde se cuece todo. Si quieres empoderar a una población e impulsarlos a que progresen, no puedes dejarlos a un lado y que se espabilen para entender el carácter israelí, la cultura o el idioma. En Ra’anana, Givatayim, Hod Hasharon, Herzliya o Tel Aviv, ciudades fuertes económicamente, no hay apenas etíopes”.

A pesar de las dificultades, Amir se instaló en el barrio de Hatikva al este de Tel Aviv, donde emprendió su propio canal online para promover el hip-hop en Israel. Durante la charla, enumeró las múltiples discriminaciones que afronta: en 2017, solo había un diputado de origen etíope en un parlamento de 120; el rabinato central en muchos casos no reconoce su judaísmo, por lo que muchos rabinos rehúyen casarles; sus tradiciones y gastronomía apenas son conocidos en el “mainstream” israelí; y afrontan enormes dificultades para alquilar o comprar casas, ya que algunos consideran que “devalúan el valor de la zona”.

Todo ello comporta que muchas familias de origen etíope vivan hoy bajo el umbral de la pobreza y situaciones de exclusión social, y que muchos jóvenes se vean abocados a una vida callejera, con el consiguiente uso de alcohol y drogas.

Amir, que fue capitán de las FDI y perdió a su mejor amigo durante una operación en Gaza, dijo que “en mi unidad era el único etíope, pero siempre me apañé y nunca me sentí molesto. Yo no veo colores, es lo último que miro sobre alguien. Me fijo en el corazón y dejo el resto de lado. No quiero hacer al resto lo que me molesta que me hagan, porque a mí siempre me miraron según mi color”.

Mientras, en Haifa, Worka Salomon, padre del fallecido Salomon, reclamaba el martes: “devolvedme a mi hijo. Pedimos justicia. Mi hijo se fue, pero espero que sea la última víctima”.

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