La historia de los judíos en España – Parte III

A la izq. Cuadro Virgen de los Reyes Católicos en el que aparece arrodillado detrás del rey Fernando el Católico, el inquisidor general Tomás de Torquemada, y arrodillado detrás de la reina el inquisidor de Aragón Pedro de Arbués. Wikipedia – Dominio Público. A la der. Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón. Foto: Wikipedia – Dominio Público

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Link de la Parte II: https://aurora-israel.co.il/la-historia-de-los-judios-en-espana-parte-ii/

Edad Moderna

Antijudaísmo e Inquisición

Así cuando en Castilla entre 1449 y 1474 se vivió un período de dificultades económicas y de crisis política (especialmente durante la guerra civil del reinado de Enrique IV) estallaron revueltas populares contra los conversos, de las que la primera y más importante fue la que tuvo lugar en 1449 en Toledo, durante la cual se aprobó una Sentencia-Estatuto que prohibía el acceso a los cargos municipales de ningún confesso del linaje de los judíos -un antecedente de los estatutos de limpieza de sangre del siglo siguiente-.

Para justificar los ataques a los conversos se afirma que estos son falsos cristianos y que en realidad siguen practicando a escondidas la religión judía. Sin embargo, los conversos que judaizaban, según Joseph Pérez, eran una minoría aunque relativamente importante. Lo mismo afirma Henry Kamen que además señala que cuando se acusaba a un converso de judaizar, en muchas ocasiones las “pruebas” que se aportaban eran en realidad elementos culturales propios de su ascendencia judía -como considerar el sábado, no el domingo, como el día de descanso-, o la falta de conocimiento de la nueva fe –como no saber el credo o comer carne en Cuaresma-.

Cuando accede al trono Isabel I de Castilla en 1474, casada con el heredero de la Corona de Aragón, el futuro Fernando II de Aragón, el criptojudaísmo no se castigaba, “no, por cierto, por tolerancia o indiferencia, sino porque se carecía de instrumentos jurídicos apropiados para caracterizar este tipo de delito”.​ Por eso cuando deciden afrontar el “problema converso”, se dirigen al papa Sixto IV para que les autorice a nombrar inquisidores en sus reinos, lo que el pontífice les concede por la bula Exigit sincerae devotionis del 1 de noviembre de 1478. “Con la creación del tribunal de la Inquisición dispondrán las autoridades del instrumento y de los medios de investigación adecuados”.​ Según Joseph Pérez, Fernando e Isabel “estaban convencidos de que la Inquisición obligaría a los conversos a integrarse definitivamente: el día en que todos los nuevos cristianos renunciaran al judaísmo, nada les distinguiría ya de los otros miembros del cuerpo social”.

Expulsión

En las Cortes de Madrigal de 1476, los Reyes Católicos recordaron que tenía que cumplirse lo dispuesto en el Ordenamiento de 1412 sobre los judíos -prohibición de llevar vestidos de lujo; obligación de llevar una rodela bermeja en el hombro derecho; prohibición de ejercer cargos con autoridad sobre cristianos, de tener criados cristianos, de prestar dinero a interés usurario, etc.-. Cuatro años después, en las Cortes de Toledo de 1480 decidieron ir mucho más lejos para que se cumplieran estas normas: obligar a los judíos a vivir en barrios separados, de donde no podrían salir salvo de día para realizar sus ocupaciones profesionales. Así, a partir de esa fecha las juderías quedaron convertidas en guetos cercados por muros y los judíos fueron recluidos en ellos para evitar “confusión y daño de nuestra santa fe”.

A petición de los inquisidores que comenzaron a actuar en Sevilla a finales de 1480, los reyes tomaron en 1483 otra decisión muy dura: expulsar a los judíos de Andalucía. Los inquisidores habían convencido a los monarcas de que no lograrían acabar con el criptojudaísmo si los conversos seguían manteniendo el contacto con los judíos.

El 31 de marzo de 1492, poco después de quedar finalizada la guerra de Granada -con la que se ponía fin al último reducto musulmán de la península ibérica-, los Reyes Católicos firmaron en Granada el decreto de expulsión de los judíos, aunque este no se haría público hasta finales del mes de abril. La iniciativa había partido de la Inquisición, cuyo inquisidor general Tomás de Torquemada fue encargado por los reyes de la redacción del decreto.​ En él se fijaba un plazo de cuatro meses, que acababa el 10 de agosto, para que los judíos abandonaran de forma definitiva la Corona de Aragón y la Corona de Castilla: “acordamos de mandar salir todos los judíos y judías de nuestros reinos y que jamás tornen ni vuelvan a ellos ni alguno de ellos”. En el plazo fijado podrían vender sus bienes inmuebles y llevarse el producto de la venta en forma de letras de cambio -no en moneda acuñada o en oro y plata porque su salida estaba prohibida por la ley- o de mercaderías.

Aunque en el edicto no se hacía referencia a una posible conversión, esta alternativa estaba implícita. Como ha destacado el historiador Luis Suárez, los judíos disponían de “cuatro meses para tomar la más terrible decisión de su vida: abandonar su fe para integrarse en él [en el reino, en la comunidad política y civil], o salir del territorio a fin de conservarla”.​ De hecho durante los cuatro meses de plazo tácito que se dio para la conversión, muchos judíos se bautizaron, especialmente los ricos y los más cultos, y entre ellos la inmensa mayoría de los rabinos.

Los judíos que decidieron no convertirse, tuvieron que malvender sus bienes debido a que contaban con muy poco tiempo y hubieron de aceptar las cantidades a veces ridículas que les ofrecieron en forma de bienes que pudieran llevarse porque la salida de oro y de plata del reino estaba prohibida -la posibilidad de llevarse letras de cambio no les fue de mucha ayuda porque los banqueros, italianos en su mayoría, les exigieron enormes intereses-. También tuvieron graves dificultades para recuperar el dinero prestado a cristianos. Además debían hacerse cargo de todos los gastos del viaje -transporte, manutención, fletes de los barcos, peajes, etc.-.

En el decreto se explica que el motivo de la expulsión ha sido que los judíos servían de ejemplo e incitaban a los conversos a volver a las prácticas de su antigua religión. Al principio del mismo se dice: “Bien es sabido que en nuestros dominios, existen algunos malos cristianos que han judaizado y han cometido apostasía contra la santa fe Católica, siendo causa la mayoría por las relaciones entre judíos y cristianos”.

Los historiadores han debatido extensamente sobre si, además de los motivos expuestos por los Reyes Católicos en el decreto, hubo otros. Se ha alcanzado cierto consenso en situar la expulsión en el contexto europeo y destacar que los Reyes Católicos en realidad fueron los últimos de los soberanos de los grandes Estados europeos occidentales en decretar la expulsión -el reino de Inglaterra lo hizo en 1290, el reino de Francia en 1394-. ​ El objetivo de todos ellos era lograr la unidad de fe en sus Estados, un principio que quedará definido en el siglo XVI con la fórmula “cuius regio, eius religio”, que los súbditos deben profesar la misma religión que su príncipe.​ Así pues, como ha destacado Joseph Pérez, con la expulsión “se pone fin a una situación original en la Europa cristiana: la de una nación que consiente la presencia de comunidades religiosas distintas”.​ “Lo que se pretendió entonces fue asimilar completamente a judaizantes y judíos para que no existieran más que cristianos. Los reyes debieron pensar que la perspectiva de la expulsión animaría a los judíos a convertirse masivamente y que así una paulatina asimilación acabaría con los restos del judaísmo. Se equivocaron en esto. Una amplia proporción prefirió marcharse, con todo lo que ello suponía de desgarramientos, sacrificios y vejaciones, y seguir fiel a su fe. Se negaron rotundamente a la asimilación que se les ofrecía como alternativa”.

El número de judíos expulsados sigue siendo objeto de controversia. Las cifras han oscilado entre los 45.000 y los 350.000, aunque las investigaciones más recientes, según Joseph Pérez, la sitúan en torno a los 50.000, teniendo en cuenta los miles de judíos que después de marcharse regresaron a causa del maltrato que sufrieron en algunos lugares de acogida, como en Fez, Marruecos.​ Julio Valdeón, citando también las últimas investigaciones, sitúa la cifra entre los 70.000 y los 100.000, de los que entre 50.000 y 80.000 procederían de la Corona de Castilla, aunque en estos números no se contabilizan los retornados.

Como ha destacado Joseph Pérez, “en 1492 termina, pues, la historia del judaísmo español, que sólo llevará en adelante una existencia subterránea, siempre amenazada por el aparato inquisitorial y la suspicacia de una opinión pública que veía en judíos, judaizantes e incluso conversos sinceros a unos enemigos naturales del catolicismo y de la idiosincrasia española, tal como la entendieron e impusieron algunos responsables eclesiásticos e intelectuales, en una actitud que rayaba en el racismo”.

Los sefardíes

La mayoría de los judíos españoles expulsados se instalaron en el norte de África, a veces vía Portugal, o en los países cercanos, como el reino de Portugal, el reino de Navarra o en los Estados italianos -donde paradójicamente muchos presumieron de ser españoles, de ahí que en el siglo XVI los españoles en Italia fueran frecuentemente asimilados a judíos-. Como de los dos primeros reinos también se les expulsó pocos años más tarde, en 1497 y en 1498, respectivamente, tuvieron que emigrar de nuevo. Los de Navarra se instalaron en Bayona en su mayoría. Y los de Portugal acabaron en el norte de Europa (Inglaterra o Flandes). En el norte de África, los que fueron al reino de Fez sufrieron todo tipo de maltratos y fueron expoliados, incluso por los judíos que vivían allí desde hacía mucho tiempo -de ahí que muchos optaran por regresar y bautizarse-. De esta época data la primera comunidad de judíos sefarditas asentados en Melilla. Los que corrieron mejor suerte fueron los que se instalaron en los territorios del Imperio otomano, tanto en el norte de África y en Oriente Próximo, como en los Balcanes -después de haber pasado por Italia-. El sultán Bayaceto II dio órdenes para que fueran bien acogidos y su sucesor Solimán el Magnífico exclamó en una ocasión refiriéndose al rey Fernando: “¿A éste le llamáis rey que empobrece sus Estados para enriquecer los míos?” Este mismo sultán le comentó al embajador enviado por Carlos V “que se maravillaba que hubiesen echado los judíos de Castilla, pues era echar la riqueza”-.

Como algunos judíos identificaban España, la península ibérica, con la Sefarad bíblica, los judíos expulsados por los Reyes Católicos recibieron el nombre de sefardíes. Estos, además de su religión, “guardaron asimismo muchas de sus costumbres ancestrales y particularmente conservaron hasta nuestros días el uso de la lengua española, una lengua que, desde luego, no es exactamente la que se hablaba en la España del siglo XV: como toda lengua viva, evolucionó y sufrió con el paso del tiempo alteraciones notables, aunque las estructuras y características esenciales siguieron siendo las del castellano bajomedieval. […] Los sefardíes nunca se olvidaron de la tierra de sus padres, abrigando para ella sentimientos encontrados: por una parte, el rencor por los trágicos acontecimientos de 1492; por otra parte, andando el tiempo, la nostalgia de la patria perdida…”.

Fuente: Wikipedia

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3 thoughts on “La historia de los judíos en España – Parte III”
  1. Actualmente residen en España unos cuantos miles de judíos, la cifra exacta se desconoce, antes de la Guerra Civil las comunidades judías más importantes eran las de las ciudades africanas de Ceuta y Melilla, pero ahora mismo en todas las provincias españolas al menos existe una comunidad judía, aunque sea pequeña, curiosamente exceptuando la provincia de Almería, una de las últimas que perteneció a al-Andalus y que fue un importante puerto, de carácter militar y comercial, si no fue el más importante de al-Andalus, donde los judíos fueron los principales responsables de la prosperidad económica que consiguió la Almería musulmana, según se ha podido conocer hace unos pocos años por documentos de la Geniza de El Cairo. Además, fue la ciudad más tolerante, aunque no destacase intelectual o culturalmente, por ejemplo Maimónides se refugió en Almeria durante unos meses tras las persecuciones de los almohades, los musulmanes más fundamentalistas. Desde la Expulsión en 1492 solo se conoce un caso reciente de un judío que residió en Almería hasta su fallecimiento hace ya unas décadas, además es una de las provincias más ultraderechista de España, fueron los que comenzaron a votar masivamente al nuevo partido fascista Vox, o un grupo local de neonazis probablemente sea el responsable de las continuas pintadas nazis y antisemitas que aparecen en un pequeño monumento, que los comunistas erigieron en homenaje a los almerienses asesinados en los campos de concentración de Mauthausen.

    En cualquier caso, los judíos españoles es como si no existieran, o si decidieran emigrar todos a la vez en España nadie lo notaría. Según los listados publicados de apellidos españoles de origen judío, como el que se tomaba como referencia oficial para que judíos sefardíes pudieran solicitar la ciudadanía española, prácticamente el 99% de los españoles católicos tienen al menos uno de esos apellidos, o una gran mayoría los dos apellidos, el paterno y el materno. Si bien, los judíos o judeoconversos tomaban apellidos españoles, o en un principio los judíos practicaban el proselitismo, es decir, quizás muchos españoles, y musulmanes, se convirtieran al judaísmo, sin embargo, hoy día los porcentajes de ADN de los españoles con origen judío es muy bajo, muy inferiores a los porcentajes de ADN de moros, siendo la región de Galicia y alrededores, Asturias, León y el oeste de Castilla La Vieja, las que presentan los mayores porcentajes de ADN de moros y judíos entre los españoles, con un 11% de total de su ADN con origen norteafricano, ADN heredado de bereberes o los más oscuros de todos los moros, o mucho mayor es el porcentaje encontrado en Portugal. Estas regiones tienen un mayor porcentaje de ADN de moros y judíos, incluso que los andaluces del sur de España, se cree que debido a las migraciones provocadas por las persecuciones de los españoles católicos. Cuando habitualmente los andaluces son llamados «moros» por algunos entre el resto de españoles o los del Norte, evidentemente como un insulto, o cuando en círculos racistas españoles los gallegos o celtas serían la raza aria española, equivalente a la raza aria de los nazis alemanes. Mientras que los españoles con menos ADN de moros y judíos, o los más similares a los europeos, son los de las regiones separatistas del País Vasco o Euskadi y la de Catalunya, cuando los catalanes son llamados judíos por el resto de españoles, es uno de sus insultos habituales.

    Otros estudios genéticos afirman que uno de cada cinco españoles tiene ascendencia judía y uno de cada 10 tiene genes heredados de los habitantes del Norte de África. Estos bailes de cifras pueden deberse a los distintos límites temporales que se pueden tomar a la hora de acotar los estudios genéticos de ancestros de un grupo poblacional, o por las operaciones matemáticas posteriores. En general, resulta muy confuso, y los españoles nunca están por la labor de aceptar ninguna información que les «perjudique». Habitualmente, muchos españoles adoptan la opción de ser europeos algo mezclados, a causa de su mayor tolerancia, por ser el catolicismo mucho más tolerante que el resto de sectas cristianas, sin embargo, todavía está por ver qué opción toman o a qué experto copiará la mayoría de españoles para explicar los últimos descubrimientos en paleogenética sobre los ancestros europeos, como que todos los europeos hace 10.000 años eran de piel negra o muy oscura, con pelo negro y algo rizado, o más tarde se produjeron varios grandes movimientos migratorios procedentes principalmente de Oriente Medio y Eurasia, hasta el último de hace tan solo unos 4.500 años, los Yamna o yamnaya, un pueblo estepario, procedente de las actuales Ucrania-Rusia, a su vez con ancestros variados, hasta de Siberia, Mongolia o China. Los yamna son los que sustituyeron la totalidad del ADN de la población masculina en toda Europa, la femenina conservó el ADN anterior o las mezclas anteriores, o los Yamna son el origen de todos los idiomas indoeuropeos, prácticamente todos a excepción del euskera de los vascos.

    1. Atención por favor: le agradecemos sus comentarios pero oportunamente le solicitamos no sean extensos. Si desea puede enviarnos sus notas a [email protected] y podríamos publicarlas. No podemos continuar aprobando comentarios extensos. Muchas gracias.

  2. Por lo que parece, la explicación para el baile de cifras en el porcentaje de ADN judío que se encontraría en la población general española se debe a la dificultad para definir lo que era un judío, pudiéndose confundir con ADN de Oriente Medio o con ADN de otros pueblos que quedó mezclado entre los españoles o peninsulares de la época, como los fenicios. Los moros de Al-Andalus no todos eran bereberes o norteafricanos, el ADN más sencillo de distinguir, con una media del 10% entre los españoles actuales. También puede aparecer ADN de persas y árabes de Oriente Medio, o pueblos bereberes hay varios.

    Por ejemplo, Abderramán I era un árabe del clan de los Omeyas, el único superviviente de una gran revuelta que se inició hacia el año 740, y que en gran parte se debió al clasismo o racismo que se gastaban los Omeyas, con constantes conflictos internos con jariyíes y alíes. «Fueron estos últimos quienes iniciaron una revuelta en Irán que pretendía restituir el poder califal al clan de los hashimíes (al que habían pertenecido Mahoma y Alí). A la cabeza de la revuelta, en el último momento y sin que los historiadores hayan conseguido explicar bien cómo, se puso Abu l-Abbás (también conocido como As-Saffah), jefe de los abasíes, una rama secundaria de los hashimíes». Abderramán I era hijo de una bereber, una de las varias esposas del padre, por este motivo se le unieron los bereberes para conquistar al-Andalus, aunque ya desde antes la totalidad de la península ibérica estuvo en manos de moros, con una población compuesta por Omeyas, árabes, persas y beréberes, o también mezclas como la de Abderramán III, el más conocido califa Omeya era muy blanco, de cabello rubio rojizo y con ojos azules, por ser hijo de una concubina cristiana probablemente vasca. Aunque los españoles le solían caracterizar con el típico aspecto de moro, con la piel muy oscura y pelo oscuro, al parecer a Abderramán III le daba vergüenza su aspecto, muy diferente al del resto de moros. En la época de mayor esplendor de la España musulmana los bereberes eran ciudadanos de segunda, hubo algunos conflictos internos. Las posteriores invasiones de almorávides y almohades fueron encabezadas por moros mucho más intransigentes bereberes norteafricanos, sobre todo los almohades persiguieron a los judíos y causaron la definitiva decadencia de al-Andalus.

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