Monasterio de las Cuevas en Kiev - Foto: Wikipedia - CC BY-SA 3.0

Ricardo Angoso

Está dejando que otra masacre se esté produciendo en el mundo sin que nadie haga nada de nada. Qué tristeza. Ha comenzado otra Guerra Fría en Europa, pero es evidente que nadie sabe cuándo y cómo terminará.

Mientras Vladimir Putin, el nuevo Hitler del siglo XXI, arrasa Ucrania a sangre y fuego, el mundo permanece atónito y pusilánime, cruzado de brazos, sin hacer nada para evitarlo. Como en los Sudetes, en 1938, y en Polonia, en septiembre de 1939, cuando Hitler invadió ambos territorios y el mundo calló, esperando que la maquinaría nazi no fuera más allá y el horror llegara hasta sus casas, tal como ocurrió más tarde, las potencias occidentales siguen cruzadas de brazos sin hacer más que balbucear inútiles discursos. Estamos fallando en algo, sobre todo ante el pueblo ucraniano, que sufre, muere y huye ante este súbito regreso a la barbarie.

En el siglo pasado, tendrían que llegar los bombardeos sobre París y Londres, entre 1939 y 1941, para que el mundo comprendiera ante la bestia fascista que se enfrentaba. Hoy Putin se ha convertido en un criminal de guerra despiadado y brutal, inhumano y salvaje. Dice que quiere desnazificar Ucrania asesinando al presidente judío de Ucrania, qué salvaje más burdo. Ucrania se desangra ante nuestros ojos, mientras las fuerzas rusas arrasan sin contemplaciones ni signos de humanidad el antaño granero de Europa. La otra cara de la moneda es el rostro heroico de Ucrania, que resiste y lucha contra el invasor, y del nuevo héroe europeo, el presidente ucraniano Volodimir Zelenski. 

Es obvio que nuestro inútil sistema internacional, en cuyo epicentro se sitúan las también inútiles Naciones Unidas, no sirve para hacer frente a una crisis de esta magnitud. A la brutalidad nazifascista de Rusia no le importan nuestras sanciones, que la historia demuestra que no han servido para nada a la hora de detener esta salvaje agresión, y que la palabrería occidental simplemente les resbala a los rusos. En Moscú están inmersos en un delirio imperial y enfermizo, más propio de un pasado que ya no volverá pero que nos golpea en el presente con esta carnicería infernal.

Chechenia, Bosnia, Nagorno Karabah, Ruanda, Armenia y Polonia, junto con tantos otros escenarios donde reinó el horror, fueron lugares apocalípticos en que se perpetraron terribles genocidios sin que nadie, en su momento, hiciera nada de nada. Como ocurre ahora. Nos horrorizamos antes los crímenes en los Balcanes y otras partes del mundo, como Ruanda, donde en apenas tres meses los hutus asesinaron a casi un millón de tutsis, y nadie movió ni un dedo, dejando ese asunto en manos de las Naciones Unidas, que es la mejor forma de que cualquier embrollo internacional acabe desembocando en una catástrofe humanitaria.


NUESTRO SISTEMA INTERNACIONAL HA FRACASADO

Pero no solamente las Naciones Unidas salen claramente desautorizadas, como tantas veces, sino que la OTAN, la Unión Europea y los Estados Unidos, como garantes y líderes de Occidente ante al mundo, nuevamente vuelven a mostrar a las claras su debilidad política y geoestratégica, dejando a Rusia como el nuevo gendarme del orden internacional, que dispone y manda en Europa, un continente en que si se consolida la ocupación de Ucrania por parte de Rusia todo habrá cambiado para siempre.

¿Qué es lo que ha llevado a Rusia a optar por la fuerza bruta frente a la razón e invadir de esta forma tan brutal y genocida a Ucrania, desafiando y humillando al mundo libre y democrático? En el fondo de esta guerra, de este conflicto entre la democracia y la brutalidad fascista que encarna claramente Putin, está la nostalgia por un pasado que nunca volverá, la frustración histórica por no poder ejercer el antiguo liderazgo en la escena postosviética, el desprecio hacia toda forma de resolución  diplomática de los conflictos y, en definitiva, un concepción política absolutamente autoritaria y antidemocrática del mundo, tal como concibe el máximo líder ruso las relaciones internacionales.

Y, a partir de ahora, ¿qué cabe esperar? Pues nada, la consumación de todo un plan, comenzado años antes con la ocupación de los territorios en las ex repúblicas soviéticas de Moldavia y Georgia, de la recuperación, por parte de Rusia, de la doctrina de soberanía limitada sobre los antiguos territorios postsoviéticos. La llamada “Doctrina Brézhnev” (o de la soberanía limitada) era una tesis política que fue expuesta por el máximo líder soviético, al que debe su nombre, allá por el año 1968: “Cuando hay fuerzas que son hostiles al socialismo y tratan de cambiar el desarrollo de algún país socialista hacia el capitalismo, se convierten no sólo en un problema del país concerniente, sino un problema común que concierne a todos los países comunistas”. Así Rusia, como antaño, se cree con el derecho a intervenir en su periferia, tal como hecho tantas veces, y como bien supo hacer su trabajo sucio en Budapest, en 1956, y luego en Praga, en 1968, destruyendo para siempre los breves experimentos del socialismo democrático en Hungría y Checoslovaquia, respectivamente. 

Nada bueno se augura después de la ocupación de toda Ucrania por parte de Rusia, sino más bien, al estilo de Hitler en los territorios que ocupaba, un paso hacia adelante y seguir en esa estrategia imperialista y expansionista que acabará envolviendo a Europa en una crisis de identidad. Tras Ucrania, todo valdrá, y el gobierno títere que instalen los rusos será reconocido por Moscú con toda seguridad. Sin responder a Rusia, Europa perderá su sentido y, a la larga, se verá envuelta en un marasmo de incertidumbre, inestabilidad y tensión permanente. Vienen tiempos turbulentos para todos, ya verán, y el futuro se nos presenta realmente incierto. 

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