Jasenovac, el campo de exterminio más desconocido y quizá más terrible durante el Holocausto  

9 mayo, 2021 ,
Guardias de la Milicia Ustacha desvalijando a un grupo de prisioneros a su llegada al campo. - Foto: Wikipedia - Dominio Público

“¿Buscas fuego? Lo encontrarás en las cenizas”.
Rabino Mosche Löw Sasow

Jasenovac es un lugar siniestro, su solo nombre todavía inspira terror en toda la región. Jasenovac es una palabra cargada de un gran significado en la memoria colectiva de los serbios. Todo serbio sabe lo que significó Jasenovac y sin tener el conocimiento de ese significado es muy difícil entender la historia reciente de este pueblo, cargada de tantos símbolos, fetiches y afrentas colectivas.

Este gran campo de concentración, creado por los fascistas croatas -los ustachas- en agosto de 1941 y cerrado en abril de 1945 por los partisanos de Tito, fue uno de los más grandes de Europa y diversas fuentes aseguran que en el lugar, auténtica máquina del crimen, murieron algo más de 700.000 serbios, judíos, eslovenos, gitanos, comunistas, partisanos yugoslavos y así hasta un sinfín de pueblos y condiciones. Antes de la liberación del campo, el 21 de abril de 1945, los fascistas croatas asesinaron a 2.000 prisioneros como venganza por la victoria de los comunistas en la guerra. Fue la última gran orgía fascista del régimen croata de Ante Pavelic, el último acto antes de la caída del telón de ese sainete auspiciado por Mussolini y Hitler.

En este lugar, que hoy se puede visitar y es un museo situado en territorio croata, se perpetraron una serie de matanzas y asesinatos en masa terriblemente crueles que superan, con creces, la imaginación humana. Los guardianes del campo, un grupo de sádicos sustraídos de su condición de seres humanos, establecían hasta concursos para ver quien mataba a más prisioneros degollándolos, siendo el merecedor del gran premio, tras haber asesinado a 1.360 campesinos serbios, Petar Brzica, un franciscano que después de la guerra escapó a los Estados Unidos y nunca fue juzgado por sus crímenes. Al parecer, a la bestia de Brzica se le vio en el año 2009 en un café de Zagreb, estaba mayor, pero gozaba de buena salud según las fotos publicadas en la prensa local y se mostraba sonriente. El «arquitecto» de todos estos planes criminales y demenciales, que incluso escandalizaron a los jerarcas nazis, fue el dictador croata Pavelic, quien, por cierto, acabó sus días plácidamente en Madrid, ciudad donde está enterrado y que nunca respondió acerca de sus abyectos crímenes. Su hija, Visnja Pavelic, también murió en la capital de España honrando, hasta el final de sus días, la memoria del genocida y defendiendo al régimen indefendible que fundara.

Las páginas del Museo Memorial del Holocausto de Washington dan cuenta de esta gran tragedia acontecida en el campo de concentración de Jasenovac: «Desde su creación en 1941 hasta la evacuación en abril de 1945, las autoridades croatas asesinaron a miles de personas en Jasenovac. Entre las víctimas se hallaban: entre 45.000 y 52.000 residentes serbios del llamado Estado Independiente de Croacia; entre 8.000 y 20.000 judíos; entre 8.000 y 15.000 roma (gitanos); y entre 5.000 y 12.000 croatas y musulmanes, que eran adversarios políticos y religiosos del régimen». Y sigue el relato sobre esta matanza en dichas páginas: «Las autoridades croatas asesinaron entre 330.000 y 390.000 residentes serbios de Croacia y Bosnia durante el periodo del gobierno ustacha; más de 30.000 judíos croatas fueron asesinados en Croacia o en Auschwitz-Birkenau». Incluso algunas fuentes elevan la cifra de fallecidos en ese recinto criminal hasta un millón de almas, algo que no sería disparatado dada la voracidad criminal del régimen en cuestión.


Métodos crueles y brutales

Los métodos de asesinatos eran salvajes en extremo. Según documentos elaborados por el Tribunal de Nuremberg, en 1946, “en Jasenovac se asesinaba con golpe de maza en la nuca, con cuchillo, con toda clase de objetos contundentes, por ahogamiento, hambre, quema de personas vivas y ahogamientos en piletas de cal viva”. También en Jasenovac hubo cámaras de gas en funcionamiento, donde murieron miles de confinados, y otros miles de reos fueron arrojados vivos al río Sava para que murieran ahogados.

“En la infame Jasenovac”, escribió el historiador Robert McCormick en su obra Croatia under Ante Pavelic, “miles de hombres, mujeres y niños fueron masacrados con balas, hachas, martillos y con cualquier otra herramienta al alcance”. La voracidad asesina de los ustasha solo era comparable, dice, “al de los miembros de las SS más maniacos del III Reich”.

El relato 44 meses en Jasenovac (2016), del superviviente Egon Berger, es una suma de detalles atroces: “El eco de alaridos horripilantes atravesaba el cuarto mientras Milos rajaba su cuerpo de arriba abajo, para luego cortarle el cuello”, “Uno de los ustasha, un niño de 12 años, sacó su cuchillo y le cortó las orejas al sacerdote”, “Mientras los alemanes envenenaban a sus víctimas y luego las quemaban, los us­tasha arrojaban a humanos vivos al fuego”, “El cementerio apestaba en los días más cálidos porque los cadáveres estaban enterrados en tumbas muy poco profundas. En ese mismo campo, donde fueron enterrados nuestros amigos y familiares, los ustasha habían plantado tomates”.

El novelista italiano Curzio Malaparte, en su novela Kaputt, narra que cuando visitó al líder de los fascistas croatas, Pavelic, le preguntó al líder croata acerca de un cesto de mimbre que había colocado sobre la mesa, a la izquierda del personaje, y recubierto con un tapetito que estaba algo levantado y dejaba entrever lo que parecían unas ostras. Así aparece la escena literalmente en la novela:

“-¿Son ostras de Dalmacia?- pregunté al poglavnik (caudillo).

Pavelic alzó la servilleta que cubría el cesto y, mostrándome aquellos frutos de mar, aquella masa gris y gelatinosa, me contestó sonriendo con su habitual, bonachona y cansada sonrisa:

-Es un regalo de mis fieles ustachas. Son veinte kilos de ojos humanos”.

Presumiblemente esos ojos pertenecerían a algunos de los miles de víctimas serbias, gitanas o judías que el infame régimen de Pavelic dejó en el camino y que el propio Malaparte pudo documentar como testigo en primera persona de aquella tragedia y de unos de los más bárbaros capítulos de la historia reciente de Croacia, que como todas las historias tiene sus terrenos de sombras grises y siniestras.

Los serbios nunca han olvidado estos crímenes y en su conciencia nacional pervive el recuerdo de los mismos, explicando, en parte, el gran temor de muchos serbios por tener que vivir nuevamente bajo la férula de un Estado croata, de tan triste recuerdo en la memoria de casi todos los pueblos de los Balcanes, no solamente de los serbios, sino de los gitanos, judíos y bosnios. Jasenovac es una sombra que se proyecta sobre la historia de Serbia de una forma alargada y que alimenta la memoria del pueblo serbio generación tras generación, sin caer en el olvido ni pasar tan luctuosa página en el recuerdo imborrable de aquellos que se fueron para siempre. Los gitanos y los judíos, que también sufrieron en sus carnes el horror de Jasenovac, apenas son recordados como víctimas de esta tragedia, dada su actual irrelevancia étnica en los censos de Croacia. Y para los croatas, es una de las páginas más negras y recientes de su historia, caída en el “olvido” tras la independencia y que no se debe nombrar en su presencia.

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