Historia y olvido

16 diciembre, 2019 , ,
Hitler conversando con Ernst Hanfstaengl y Hermann Göring, 21 de junio de 1932 - Foto: Wikipedia - CC BY-SA 3.0 de

Miente, miente, que algo quedará (Joseph Goebbels)

El 27 de febrero de 1933 marca un nuevo rumbo en Alemania, moría la democracia y daba comienzo al nuevo régimen hitleriano, totalitario, donde de la noche a la mañana moría el viejo estado alemán de la República de Weimar y empezaba a flamear una nueva administración de mano del canciller Adolf Hitler y sus secuaces que daría vuelta la página de la historia de Occidente hasta el presente. Con este acto barbárico caerían las máscaras y el bien y el mal darían a ver sus caras ya sin ambages, ni miramientos, ni simulacros, cada quien optaría por su anhelo partidario, ya sea de un lado o del otro, y nos enfrentamos así a una nueva condición humana, sabe decir, a una raza de corruptos, codiciosos, ignorantes, hombres despiadados, no sólo Hitler, que tomaron el poder con un afán depredador, con la apropiación de los bienes de los judíos, con un apetito codicioso y particularmente agresivo.

No podemos decir que este cambio de orientación fue sorpresivo, ya desde los años 1919/22 Hitler venía anunciando su ideología, y que una chusma populachera venía aplaudiendo, es así como nos vaticina: “están ustedes humillados, están derrotados. La Alemania es una nación enferma. Reconózcanlo. Confiesen su mal. Han tratado de engañarse a sí mismos de que están contentos con esta lamentable república. Esos que los han atacado por la espalda, los judíos, los marxistas, son los que los gobiernan hoy. Les impiden recobrar su dignidad.
Son la muerte de la nación de ustedes y la muerte de ustedes mismos, pues ustedes son la Alemania. ¡Sean hombres! ¡Arrojen a los traidores, a los judíos, a los pacifistas, a los republicanos..!

A partir de la asunción de Hitler como el nuevo Canciller ganando una elección con tan solo el 37% de votos, los ciudadanos alemanes, sobre todo de origen judío y los disidentes políticos no poseerían ya sus casas, podían ser detenidos sin previo aviso por manos no de la policía sino por la denominada “policía del pueblo”, los nuevos canallas delatores. También interceptaban las comunicaciones tanto verbales como postales y los diarios no tenían permiso para expresar su opinión libremente. Esto acontece en 1933 y en ese mismo año se inaugura el campo de concentración de Dachau en las afueras de Munich para presos políticos, judíos, comunistas, escritores y periodistas, todos opositores al nuevo régimen nazi de Adolf Hitler.

No preguntamos, ¿los hombres aprendieron de la Historia? No lo creo, hoy vemos renacer cada uno de estos pasos siniestros sobre todo en América Latina, llámese Venezuela, Cuba, Colombia, Chile y veremos que destino le depara a la Argentina con el retorno de una conducción de tenor peronista, populachero y demagógico otra vez.

Toda esta cohorte de depredadores se apodera del poder no sólo con fines patrióticos sino con un afán desmedido de codicia y enriquecimiento ilícito a base de la corrupción, privilegios personales por encima del hambre del pueblo.

La economía de guerra de los primeros años en Alemania no impedía de la apropiación vía redes legales e ilegales para abastecer a los funcionarios, no sólo con objetos de primera necesidad, sino incluso con los de lujo, a los llamados “clientelismos mafiosos”.

No sólo Hitler se benefició ilegalmente de riquezas, sino que habitó en mansiones de lujo, pero el que más se destacaría por apropiaciones y robos fue Goering, el mayor ladrón de objetos de arte, muchos cuadros robados aún siguen desaparecidos.

El pueblo alemán no puede argumentar que no sabía lo que acontecía en su país bajo el régimen nazi, dado que el programa de las futuras operaciones fue leído por millones de alemanes a principios de los años 30, contenido que les fue conveniente para deshacerse y apropiarse del patrimonio de sus vecinos judíos.

Un documento aportado por la política de Hitler el 24 de febrero de 1920, escrito por el ideólogo del partido, el ingeniero Gottfried Feder, enumera diez principales objetivos a llevarse a cabo por el régimen nazi y que se empezó a aplicar en 1933. Destacamos algunos de sus puntos a saber: sólo puede ser Volksgenosse (ciudadano) un sujeto de sangre alemana, por lo tanto quedan “excluidos” de esa categoría todos los judíos. Además, dice que si resultara imposible alimentar a la totalidad de la población del Estado, los miembros de las naciones extranjeras que no son considerados por lo tanto ciudadanos deben ser expulsados. Lo que no quedó entendido por el común de la población que “excluidos” más adelante significaría aniquilados en las cámaras de gas, con la vil excusa de no ser arios puros, pero que en verdad se debió a motivos de saqueos y robos desmedidos para apropiarse del patrimonio de la comunidad judía, no sólo en Alemania, sino de toda la Europa invadida.

Haciendo un poco de historia, recordemos que Adolf Hitler nace el 20 de abril de 1889 en Austria, en la frontera del Tirol con Baviera. Su abuelo se llama Johann Georg Hiedler, ayudante de molinero. Tuvo un hijo natural con María Ana Schicklgruber en 1837. El vástago nacido de esa unión fue inscripto con el apellido de su madre, recién a los 40 años fue legitimado por su padre, tomó entonces el nombre de Alois Hitler, escrito al igual que su padre, pero dado la ignorancia del funcionario que lo inscribe, tiene esa diferencia con el apellido original, y éste sería el padre del futuro Führer del Tercer Reich, carnicero de la historia del siglo XX.

La madre de Adolf se llama Klara Poelz, ésta es la tercera esposa de Alois, 23 años menor que él, además de ser una prima lejana.

Cuando Adolf nace su madre tenía 29 años y su padre 52. Ella había sido una mucama y deja su empleo en su ciudad natal y va a Viena por un lapso de seis años con una ocupación desconocida, donde “desconocida” bien nos trae una alusión a “prostituta”, pero dicho esto tan sólo en el plano de la conjetura.

De regreso nuevamente a la ciudad de Spital se casa con Alois y tienen tres hijos: Adolf, Paula y Edward que fallece joven.

Alois fallece en 1903 y Klara de un cáncer cuando Adolf tiene 16 años, quedando huérfano a esa edad. Allí comienza un destino de deambulación y luego de pobreza una vez que despilfarra la herencia familiar. Ese deambular lo llena de odio y rencor ante la visión de vidas ajenas mejores que la suya, odio que luego habría de encausar culpando a los judíos opulentos que ve en Viena de su miserable destino y el de todos los alemanes, argumento que no es obsoleto dado que cuando hay algún descalabro económico o caen las bolsas de mundo, siempre viene a boca de jarro el argumento de que la judería mundial es la responsable.

El surgimiento de su liderazgo no fue azaroso ni casual, sino que se debió a una conjunción histórica donde la situación económica de una Alemania devastada efecto de haber perdido la Gran Guerra, hace de semillero y dan cabida a personajes de la talla de un Adolf Hitler.

El rol de las ideologías es desenmascarar los motivos inconscientes que unen a un grupo identificados por argumentos políticos, culturales y económicos. Dicha conjunción no se da de forma accidental sino que son la respuesta a un momento histórico y de un proceso social. Y la masa encarnecida precisaba otra vez munirse de un chivo expiatorio para sus desgracias, y Hitler se las ofrece, ahora ya no con un argumento religioso sino con uno científico diciendo que el judío es una plaga, debido a ello había que eliminarlo al igual como lo hacen con otros virus Pasteur y Koch entonces, había que erradicar el virus del judaísmo, y el único camino era vía la espada. De esta manera se recuperaría la salud social del pueblo alemán y se preservaría la sangre pura, sin contaminaciones de esa raza judía e inferior. Esa fue la mentira ideológica de Blut und Boden.

Con tan sólo 30 años Hitler pronuncia una de sus primeras ideas antisemitas, nominando a los judíos una “tuberculosis racial de la Nación”… y que su eliminación debe realizarse por una batalla legal para su total remisión y sacar al judío de “nuestro medio”.

Tres años más tarde, en 1922, culpa a los judíos del colapso económico tras la pérdida de la Gran Guerra que daría como resultado el tratado de Versalles, la pérdida territorial y el pago a los enemigos por causa de provocar Alemania dicha guerra. Y de hecho, ni los héroes condecorados durante la Primera Guerra Mundial se salvaron de las cámaras de gas si éstos eran judíos.

Y con esos argumentos segregativos y demagógicos Hitler se fue erigiendo en el líder supremo de una Alemania que necesitó creer en él, en un padre omnipotente que los salvaría de todos los males, sumergiendo de forma conveniente como todo demagogo a un pueblo en la ignorancia y el fanatismo, condimentos de los que se nutren los pueblo embrutecidos y que los tiranos, tanto de ayer como del presente, saben muy bien cómo aprovechar. Reacondiciona a una nueva Alemania que ya no sería acorde a la Constitución libre y democrática de la República de Weimar, sino que se convertiría en un estado populachero, volkish, como lo nominara Hannah Arendt, que debió identificarse a una condición racial aria, eliminando a la “seducción judía”, efecto de la corrupción y que llevó a la desunión del verdadero pueblo alemán. Estas palabras son parte del testamento político de Hitler, su legado desde el bunker en 1945, pero que no es más que la ratificación de su miserable ideología política suministrada durante los 12 años del gobierno nazi.

Ahora bien, ya desde 1942 se podría decir que la guerra del Tercer Reich estaba perdida, y a esta conducción se le planteaba el dilema de cómo informar de ello a la masa fanática y aún crédula. En la navidad de 1944 la capital del Reich, Berlín, queda reducida a escombros efecto de los bombardeos nocturnos de los británicos y diurnos de los americanos. A Goebbels, ministro de propaganda, ya no le quedan más argumentos para seguir embaucando al pueblo alemán de su derrota, y anuncia que se preparen para una “navidad alemana”, sabe decir, sin velas, guirnaldas, ni gansos, sino en la Heilge Nacht, asumirla con total austeridad, entre escombros y casas derruidas. La cruda realidad ya no resistía ningún relato ideológico, partidario y de optimismo por una Germania que debía durar mil años. Y el saludo jubiloso a su Führer de Heil Hitler, los alemanes lo sustituyeron por un triste: ¡Bleib übrig!, es decir: ¡Sobrevive!

Y otra vez se nos impone la pregunta: ¿el mundo aprendió la lección en cuanto a las consecuencias de seguir los pasos de los líderes totalitarios y demagógicos?

Yo no me autorizo a dar una respuesta, es tan sólo una invitación a que cada uno se la responda en la soledad de su conciencia, de apostar por un mundo mejor, sobre todo, para aquellos que nos sucederán, para las criaturas que aún deben vivir una vida mejor, y por ende es nuestro deber y nuestra responsabilidad cuidar de ese legado para que aún tengamos un mundo libre, culto y civilizado, de lo contrario acontece su reverso llamado: Barbarie. ■

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