Naftalí Bennett y Benjamín Netanyahu Foto archivo: GPO Haim Zach

¿Hacia dónde vamos? ¿Es que estamos yendo hacia algún lado, o estamos estancados y sólo nos queda la sensación de movimiento? La razón nos dice que esta pandemia de alguna manera será superada, sea por un más o menos rápido o paulatino aumento de la inmunidad de la población, sea por la puesta en operación de vacunas que nos protejan, sea por la disponibilidad de tratamientos que resulten eficaces, sea por una combinación de todo ello. Pero mientras tanto la persistencia de la peste y sobre todo sus efectos sobre la vida cotidiana y el bienestar individual y colectivo -el súbito desempleo masivo, los temores por la incapacidad de generar ingresos, el obligado aislamiento en y de los hogares, el obligado aislamiento del país- no parece encontrar a estas alturas, al menos en el caso de Israel, una respuesta reconfortante y adecuada por parte de las autoridades: por el contrario, lo que se ha venido gestando es una desconfianza y descreimiento  creciente en ellas,

Es ya un lugar común señalar la urgencia y determinación con que se habría atendido en Israel el comienzo de la pandemia, elementos responsables en gran medida de la baja incidencia del Coronavirus en Israel entre los meses de marzo y mayo (y cuya autoría se atribuye al -y se autoatribuye el-  primer pinistro Benjamín Netanyahu: aunque no nos olvidemos de las apocalípticas visiones que presentara en su oportunidad, en línea con sus constantes referencias  a las “amenazas existenciales” que sólo él podría remontar). Pero la segunda ola que estamos viviendo aparece junto con las apresuradas y prematuras decisiones de apertura por parte del Gobierno, que en muchos casos respondieron a presiones de grupos de interés, contra opiniones más mesuradas y cautelosas: y esas decisiones se acompañan, un día sí y el otro también, con disposiciones que se contradicen entre sí, y con promesas de distribución indiscriminada de fondos públicos  (¿será esto último un intento de apaciguar las crecientes manifestaciones de repudio, de las que estamos siendo testigos?).

Estas idas y venidas reflejan, en la realidad actual, el estado del ambiente político israelí, con un gobierno llamado de coalición, pero en el cual lo que abundan son las disputas internas. Quizás la más notoria en estos momentos gire alrededor del proyecto de presupuesto, que el Likud se empeña en que cubra sólo el año 2020, mientras que Cajol Laván insiste en que abarque también el 2021, como estaba pactado en los acuerdos de la coalición (ver nota anterior). El hecho es que el presupuesto, cualquiera sea el período que abarque, debería aprobarse antes de fines de agosto, so pena de disolución automática de la Knéset en caso de no cumplirse con esa fecha. Se ha comentado que el primer ministro Netanyahu estaría contemplando esa posibilidad -la  no aprobación en fecha del presupuesto público- para ir así a nuevas elecciones. Aunque esos comentarios no se han confirmado, habrían despertado la preocupación del presidente de Israel, Ruben Rivlin, plasmada en un mensaje dirigido a todos los miembros del Poder Ejecutivo, en el cual afirmaba que ir a elecciones en las actuales circunstancias sería “terrible”.

Todo lo anterior configura un panorama que de alguna manera puede calificarse como caótico en lo inmediato, pero en el cual, además, está ausente toda especulación sobre “el día después”, sobre la forma en que este país ha de retomar su funcionamiento a la salida de la pandemia. Porque si la razón nos dice que saldremos de ésta, la sociedad -y sus representantes legítimos- deberían estar empeñados en una doble tarea: En lo inmediato,  unir esfuerzos para superar de la mejor manera posible el trágico paso de esta pandemia, mostrando solidaridad y responsabilidad civil y atendiendo a las recomendaciones de quienes están analizando con rigor científico, aquí y en todo el mundo, la naturaleza de esta enfermedad para mejor combatirla (quizás ese ejemplo cunda en filas del gobierno).

En paralelo con ello  es necesario aceptar que el desarrollo de esta pandemia ha acelerado el proceso de deterioro del modelo neoliberal, aunque también ha mantenido -y en algunos casos consolidado- sistemas de gobierno autoritarios e iliberales  Por ello, en muchas partes del planeta se ha comenzado a reflexionar sobre cómo funcionarán las sociedades humanas a la salida de esta pandemia, o más bien cómo se querría que funcionen, vislumbrando esa salida como el punto de partida de una llamada “nueva normalidad”. Claro está que es posible definir muchas “nuevas normalidades”, pero lo que sí debería resultar claro es que difícilmente habrá un retorno a la “vieja normalidad”.

Esto es lo que debería llevar, en Israel, a reflexionar y a promover nuevos modelos de funcionamiento en lo político, ya que el estatus quo actual, que comprende la ocupación de los territorios de Cisjordania, es cada vez más insostenible, y la seguridad puede y debe alcanzarse sin recurrir sólo al lenguaje bélico. Y también en lo económico y en lo social, porque cada vez resulta más evidente que la continuidad del modelo actual sólo puede ahondar las diferencias internas y concentrar más el crecimiento económico -y sus beneficios- en una selecta minoría, profundizando aún más las brechas sociales.

Pero seamos realistas. Con la actual composición política y de liderazgos en Israel, no se puede avanzar en los cambios necesarios. Y la construcción de alternativas lleva tiempo, porque entre otras cosas requiere la aparición de nuevas figuras, de hombres y mujeres dispuestos/as a reemplazar a la actual clase política con un programa claro de acción, que hoy por hoy no existe (aunque quizás se esté formulando entre manifestación y manifestación).

Y la realidad también nos dice (y las encuestas lo confirman) que si hoy se llamara a elecciones, un porcentaje cada vez mayor de ciudadanos no sabría por quién votar, porque el rechazo al actual primer ministro no es suficiente; se requieren además alternativas satisfactorias, y éstas no están todavía a la vista. Como muestra de ello, alcanza con recordar que en el actual espectro político en Israel se encuentran dos partidos de extrema derecha -Israel Beiteinu con Avigdor Liberman y Iemina Jadashá con Naftali Bennet-  que militan hoy en la oposición sólo por distanciamientos personales con Benjamín Netanyahu, porque en materia de posiciones políticas prácticamente no tienen diferencias.

¿Hacia dónde vamos, entonces? En nombre del realismo, no queda más que abocarnos desde ya a la construcción de un programa para el futuro que se nos viene encima, que sirva para unir voluntades alrededor de una plataforma común de acción que dé sentido social a sus reclamos actuales. Y la viabilidad de ese programa  ha de radicar al menos en dos ejes:  que la participación de la generación joven en su construcción sea decisiva, porque es de su futuro que estamos hablando, y que las líneas de fuerza de ese programa contemplen necesariamente  una renovación y reorientación del sistema educativo, que lleve tanto a continuar con las experiencias de creatividad de esta sociedad, como a realzar sus reservas de solidaridad, que aquí y allá vienen mostrando que es posible vivir en paz, sin pensar siempre que una guerra nos espera en el horizonte.  Esa es la nueva normalidad a construir y por eso se vale repetir, con la generación del 68: “Seamos realistas, pidamos lo imposible”  .

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