Fernando Savater: “Soy un laico gracias a Dios”

Joseph Hodara
El filósofo y periodista español Fernando Savater atinó a seguir las huellas de pensadores como Ortega y Gasset y Miguel de Unamuno sin revelar apego alguno al régimen franquista.
Aunque cursó los estudios universitarios cuando el caudillo aún se mantenía en el poder, al concluirlos prefirió abandonar su país para retornar en el amanecer de nuevos tiempos. Pronto se distinguió en la cátedra universitaria y en la pública opinión por su severa crítica al terrorismo vasco y por su resuelta defensa del sistema democrático.
Es categórico: “No existe libertad para renunciar a la libertad…”
Nació en San Sebastián, España, en julio 1947. En sus primeros pasos fue orientado por la Escuela de Francfort, entidad que nació en los años veinte en la frágil república de Weimar, conducida mayoritariamente por pensadores de origen judío. Formación la suya que más tarde se enriqueció con las ideas liberales que imprimieron fisonomía y rumbo a la cultura europea.
La lista de sus publicaciones abruma; un libro cada año amén de múltiples notas periodísticas, giras internacionales y conferencias. No es fácil leerle debido a la riqueza de su vocabulario que desconcierta e incluso fatiga a no pocos lectores.
Rinde bien, no obstante, el esfuerzo. Libros como Apología del sofista (1973) y El diario de Job (1983) nos fecundan con la ironía y las paradojas que contienen. Rasgos que se reiteran en su autobiografía Mira por dónde.  No sin fundamento una encuesta internacional efectuada en 2003 lo inserta entre los 65 pensadores hoy más influyentes en el mundo.
Reflexionando sobre los valores que adolescentes -y su propio hijo- deberían asimilar para bien guiarse en la vida escribió Ética para Amador, en 1991. Libro que puede leerse sin costo -salvo el personal esfuerzo- ingresando al Google. Aquí subraya que “el objetivo no es fabricar ciudadanos bienpensantes (ni mucho menos mal pensados) sino estimular el desarrollo de librepensadores…”
Cabe leer con hondo interés su ensayo sobre cine y literatura inserto en el volumen Sin contemplaciones (Ed. Ariel, Buenos Aires, 1994). Recuerda allí a León Tolstoi que al aludir al naciente séptimo arte escribió: “Ya veréis cómo este pequeño y ruidoso artefacto… revolucionará nuestra vida: la vida de los escritores. Es un ataque directo a los viejos métodos del arte literario. Tendremos que adaptarnos a lo sombrío de la pantalla y a la frialdad de la máquina”.
Savater se inclina a coincidir con Tolstoi: el cine ha cambiado – incluso trastorna – el estilo de los escritores.
Los relatos toman mayor velocidad, las escenas cambian bruscamente, el interés del lector debe preservarse sin respiros: resonancias del cine en la novela.
Concluye este filósofo español: “el invento hechicero de la imagen en movimiento ha crecido hasta convertirse en un dictador del gusto narrativo al que obedecen por convicción o interés muchos novelistas actuales”.
Sin embargo, las diferencias entre el cine y la literatura son aún significativas. Por un lado, la palabra escrita es importante en la medida en que conduce a una vivencia o reflexión en la intimidad mientras “que en el cine la exterioridad se impone con fuerza mucho mayor hasta el punto de distraernos de lo importante: cuando leemos un capítulo de Ana Karenina, aunque sepamos cómo va vestido el personaje podemos desentendernos de ello… mientras que en la película el traje, el paisaje y los gestos de la protagonista no consienten nunca ser olvidados”.
Por otro lado, es breve y resumida la narración cinematográfica de modo que el amor se expresa con un beso, la cólera con una taza rota, la muerte con un féretro”.
Así, el cine desarma y simplifica las complejidades psicológicas y afectivas. Se precisan buenos directores y no menos inteligentes espectadores para transportar los aciertos literarios a la pantalla.
Juzgo que Savater se equivoca al sostener que el libro y la literatura habrán de perdurar más allá de la televisión, del WhatsApp y del Facebook.  Los actuales hábitos y gustos de los adolescentes parecen alejarse del drama escrito. Circunstancia que con frecuencia -confesión personal-  me inhibe y entorpece al presentar columnas como ésta al anónimo lector. Sin embargo, aún adhiero a este capricho… ¿hasta cuándo?

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