Enemigo: un buen amigo

Joe Biden Foto: Departamento de Defensa de EE.UU./Lisa Fernando vía Flickr CC BY 2.0.jpg

Desde antes de la declaración de independencia, Israel ha tenido enemigos feroces. Primero se opusieron a su establecimiento, luego la combatieron con serias promesas de destruirla, de echar los judíos al mar. Contrario a los pronósticos, el Estado judío logró sobrevivir, y convertirse en pocas décadas en una potencia.

Con el pasar de los años, la existencia de Israel no está amenazada por medios de guerra convencional.  Pero por supuesto que sus enemigos pueden infringirle daños considerables y mucho dolor. El estado de no guerra no se traduce en uno de paz, pero dadas las posibilidades, es bastante satisfactorio comparado con lo que pudiera ocurrir.

Una muy antipática teoría cobra vigencia cada cierto tiempo. Resulta que la misma situación de precariedad en cuanto a seguridad, la soledad a la hora de defenderse y combatir a los enemigos, han sido los factores que motivaron y motivan los adelantos de Israel en todas las áreas, particularmente en aquellas de defensa.

Los embargos de armas, la negativa para acceder a ciertos armamentos, los boicots de distinto tipo, las condenas por motivos equivocados, los atentados de muy variada naturaleza y muy innovadores, impulsaron el ingenio de un país que cuenta con estrechas fronteras, el mar como retaguardia y una opinión pública internacional muchas veces desfavorable. La necesidad ha sido el motor de muchas innovaciones, de muchos éxitos.

Cuando Israel está en períodos de tranquilidad poco usuales, cuando las amenazas de siempre parecen algo disminuidas, cuando la confianza y autosuficiencia se elevan, los enfrentamientos internos se multiplican y enrarecen el panorama. Es, en buena medida, una situación propia de las democracias vibrantes, pero también una muestra de la intensa combatividad que viven las distintas corrientes ideológicas dentro de Israel llevando al país a enfrentamientos poco edificantes por decir lo menos.

Cuando la situación es delicada por causa de los enemigos, o por causas ajenas al control de los israelíes y de su gobierno, la reacción nacional es aquella que produce los resultados necesarios. Así ha sido cuando se ha tenido guerras, cadenas de atentados y la pandemia, por citar tan solo unos ejemplos emblemáticos.

Hace unos días, el enemigo gratuito que tiene Israel, la República Islámica de Irán, ha tenido alguna que otra escaramuza diplomática con la administración Biden. Esta última parece algo decepcionada por la posición de un Irán que exige demasiadas condiciones para volver al acuerdo nuclear, el mismo que al haber sido abandonado por la administración Trump, pareciera haber hecho estragos en un Irán muy sancionado. La actitud de Irán, el desaire a los americanos, aún si se subsana, ha sido más explicativo que mil palabras. Y también ha ahorrado buena parte del debate dentro de Israel, aquel que trata de defender la posición de Netanyahu respecto al tema o, por el contrario, descalificarla.

En el caso de Israel, la existencia y actividad de los enemigos terminan fomentando buenas acciones, y aclarando muchas situaciones. Resulta paradójico, pero así es.

Sí, en el tema que nos ocupa, a veces el enemigo produce aquello que sólo un buen amigo puede lograr.  Quizás hasta haya que agradecerlo.

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