En la búsqueda de significado a Shabat Hagadol

19 abril, 2024 ,

Rabino Yerahmiel Barylka

Este Shabat, el último que precede a Pésaj, es conocido como Shabat Hagadol. ¿Cómo debemos traducirlo? ¿Es el Shabat de los adultos, el magno Shabat o quizás el gran Shabat? ¿O la palabra gadol significa algo totalmente distinto a lo que estamos acostumbrados? 

¿Por qué se llama así? Son muchas las explicaciones que intentan dar el sentido y el significado del día.

Algunos explican que se llama Shabat Hagadol porque ése fue el Shabat en que los egipcios quedaron petrificados y no dijeron nada cuando los israelitas tomaron ovejas, uno de los dos mil dioses del panteón egipcio, para sacrificarlas para Pésaj. Los carneros estaban asociados con dos dioses egipcios, Amón y Khnum, y también se consideraban símbolos de fertilidad. Los cuerpos de los carneros, a menudo, se momificaban y decoraban, y las esfinges con cabeza de carnero flanqueaban la entrada al templo de Amón en Tebas.

Como el pueblo de Israel salió de Mitzraim el 15 de Nisán (jueves), el Shabat anterior habría sido el 10 de Nisán, el mismo día en que Moshé pide a los israelitas que “tomen cada uno un cordero, según la casa de sus padres, un cordero por casa”. Tosafot explica que esta acción interesó y enfureció a los egipcios, por lo que los primogénitos suplicaron al Faraón que liberara al pueblo de Israel, pero este se negó. Y así, como resultado, los hijos mayores atacaron a sus padres, porque deseaban vivir.

Se acostumbra enseñar que la grandeza del día se deriva del daño que Hashem causó a la sociedad egipcia en ese contexto. Se llama Hagadol porque marca nuestra independencia como pueblo. Fue en este día cuando pudimos demostrar a nuestros amos egipcios que ya no les temíamos y que estábamos a punto de declararnos religiosa, cultural y físicamente independientes.

Otros creen que se llama así porque es costumbre que el rabino de la comunidad dé una exposición en Shabat Hagadol acerca de las normas de Pésaj. ¿Qué es lo que lo hace un gadol? ¿Su piedad, honestidad y erudición? Sin duda, estos son requisitos necesarios para la condición de gadol. Sin embargo, la reflexión sobre los grandes sabios de la historia judía revela que los guedolim más destacados de las generaciones tuvieron vetas de independencia, que afirmaron de maneras únicas y a menudo valientes.

El R. Norman Lamm z”l nos cuenta que R. Israel Salanter, conocido sobre todo por subrayar que las leyes interpersonales de la Torá tienen tanto peso como las obligaciones divinas, paseaba un día por la calle y se encontró con dos chicos que se habían peleado. El más fuerte había arrojado al más débil a una zanja junto a la carretera. “¿Qué ocurre?”, preguntó el rabino. El más fuerte respondió: “Hemos discutido sobre quién de los dos es más alto. Así que le tiré a una zanja para demostrarle que yo soy más alto que él”. “Niño tonto”, replicó el rabino, “¿no podrías haber conseguido el mismo propósito subiéndote a una silla en lugar de tirarle a una zanja?”. Lo que el rabino estaba enseñando era un secreto de la verdadera grandeza que consiste en alcanzar la eminencia sin aplastar a otro ser humano.

Ese es un verdadero y raro milagro, un nes gadol, que merece ser festejado. Así se comportaron nuestros antepasados a pocas horas antes de salir de la esclavitud. Tomaron los símbolos que habían sido de alguna manera también propios para ofrendarlos demostrando así su divorcio de esas creencias, pero no por eso se sintieron superiores.

En estos días terribles de guerra, –escribo estas líneas el yom rishón 14 de abril, después de haber estado toda la noche desvelado para poder correr al refugio si alguno de los muchos proyectiles arrojados por Irán nos hubiera amenazado-, no pasa un día en el que diplomáticos y políticos de muchas naciones del mundo, aquejados de lo que se ha convertido en una ceguera tradicional: gastan mucha más energía y sentimiento en defender al asesino que en evitar que causen sufrimiento a la víctima. Es que, por intereses personales y su falta de ética, han perdido la capacidad para separar entre el ataque del gamberro y la defensa de la víctima. Si a ello se suma un antisemitismo larvado, podemos ver cómo se ve el mundo en nuestros días. Esos personajes funestos hablan en nombre de una moral acomodaticia a sus intereses que intentan imponerla como única.

Volviendo al ejemplo del R. Salanter, no hay elocuencia ni humor que puedan disfrazar la pequeñez de espíritu, de quienes, para medirse con el otro, antes que subirse a una silla, arrojan a Israel a una zanja diplomática.

Y la misma lección es válida para todos nosotros.

Hemos llegado a la guerra de Sheminí Atzeret después de un período de pequeñez de espíritu. Toleramos que entre nosotros no todos los ciudadanos tengan los mismos derechos y las mismas obligaciones, que unos den la vida y otros vayan a reconocer los cadáveres. Que se haya puesto en peligro la democracia sin reaccionar lo suficiente para defenderla. Que la sociedad se haya dividido y que se haya perdido el respeto por el adversario. Que se negocie con la religión y de esa manera se desvirtúe y se desprestigie ante las personas de bien. Hemos tolerado los terribles errores que ha cometido y sigue cometiendo la autoridad sobrepolitizada.  

También organizaciones judías de la Golá se empequeñecieron, al grado que se ven sofocadas por la falta de visión y voluntad para cooperar, no tanto para proteger su propia autonomía como para asegurarse de que las otras no reciban crédito y poder. Sus autoridades se creen los únicos propietarios de la verdad.

Si deseamos un verdadero Shabat Hagadol tenemos que cambiar. Pensar, autocriticarnos y enmendarnos.

Shabat Hagadol nos recuerda que el camino hacia la grandeza de uno nunca debe pasar por aplastar a los competidores. El concepto de nes gadol -un verdadero milagro- nos enseña a cada uno de nosotros no sólo cómo actuar, sino también cómo pensar; en lo más íntimo de nuestros corazones. Debemos medir nuestro propio éxito o fracaso no en relación con nuestros vecinos, sino con estándares absolutos. Debemos, cada uno de nosotros, intentar hacernos grandes por nosotros mismos, no sólo por comparación con la pequeñez de los demás.

Pero concedido el aspecto negativo de esta definición de grandeza, que no debe producirse a expensas de los demás, ¿cuál es la definición positiva? ¿Qué queremos decir cuando afirmamos que uno debe hacerse grande por sí mismo y a través de sí mismo?

Quizá el Talmud pueda ayudarnos. Al hablar de las leyes que rigen lo que debemos hacer si encontramos un objeto que no tiene marcas distintivas y no ha sido reclamado, nos dice que puede podemos quedárnoslo. Si es un niño, un katán, el hallazgo pertenece a su padre o tutor. Si es un gadol, un adulto, le pertenece a él mismo. Y, sin embargo, el Talmud sostiene: Lo katán katán mamash, veló gadol gadol mamash (Bava Metziá 12b) -si bien “niño” y “adulto” normalmente se refieren a la cronología o al desarrollo físico, es decir, antes o después de los trece años, esto no es cierto en este contexto. Katán o ketanim con respecto a los hallazgos no es una cuestión de edad, sino de independencia. Un menor, o katán, es aquel hasomej al shulján aviv o shulján shel ajerim, que literalmente se apoya o se apoya en la mesa de su padre o en la mesa de otros. Un gadol o adulto, es aquel que tiene su propia mesa, que se mantiene a sí mismo.

Esto es más que una definición económica. Es una lección para toda la vida. Ser gadol, grande, significa ser uno mismo, recurrir a tus propios recursos espirituales, vivir fiel a tu propio destino y carácter.

Este fragmento de sabiduría talmúdica nos permite una definición de gadol con perspectivas totalmente nuevas de perspicacia y comprensión. Un gadol es alguien autosuficiente, que puede valerse por sí mismo, no sólo intelectualmente, sino también en todos los demás sentidos. Un katán espiritual mendigará migajas de las mesas de los demás; el que ha alcanzado la verdadera grandeza reparará en su propia mesa, por escasa que sea la comida.

En Egipto, a lo largo de su servidumbre, nuestros antepasados estaban en la categoría de los que “dependen de la mesa de los demás”. Habían asimilado la vida y los valores, la cultura y la religión egipcias. Se habían hundido en la minoría de edad espiritual o katnut, y este tipo de pequeñez no se puede redimir ni curar con plagas ni con la división de los mares ni con la independencia política. Lo que se necesitaba era nada menos que un milagro, el nes gadol, el milagro de la grandeza genuina mediante un acto que afirmara el yo espiritual, una unión con el destino, la imagen y el carácter judíos únicos, un corte valiente del cordón umbilical cultural que ataba a las víctimas judías a sus perseguidores egipcios. Esto se consiguió mediante el sacrificio de los “dioses” egipcios y el rechazo de su idolatría, que hasta entonces había sido aceptada por los israelitas. Este fue el milagro de la grandeza judía. Nadie más resultó herido, y fue un acto de independencia espiritual. Hasta el día de hoy lamentamos la muerte de los egipcios que se hundieron en el mar cuando nosotros pasamos pisando sobre su suelo. Por ello no decimos laudes -el Halel- excepto el primer día.

Esta es una enseñanza que se aplica universalmente. El que vive con permiso de otro, el que satisface su hambre cultural con las migajas de mesas extrañas, el que busca la estima con criterios ajenos, es un katán. El conformista abyecto, el servil buscador de estatus, el eterno adulador de los poderosos, es un energúmeno.

Los judíos cuya ambición de toda la vida es imitar a los movimientos ajenos y los que anhelan las migajas de las mesas del otro, llámese como se titule esa ideología, son menores también cuando están dotados de brillante oratoria y pronuncian grandes discursos y doctrinas. Aquellos que están dispuestos a conformarse con la condición de Estado judío, pero están dispuestos a abandonar todo intento de la mayor aspiración de ser judíos, sufren de un crecimiento espiritual atrofiado.

La primera promesa que Dios hizo al primer judío, Abraham, fue veeesjá legoy gadol, “Y haré de ti una gran nación” (Bereshit 12:2). Dios no se refería a goy gadol en el sentido de número o poder; los judíos nunca hemos tenido gran número ni mucho poder. Se refería a una nación de auténtica grandeza. Y por eso más tarde, cuando Dios le habla a Abraham del futuro amargo exilio de sus descendientes en Egipto, le da el mayor consuelo: Veajarei jen yetzeu birjush gadol (Bereshit 15:14), que suele traducirse: “Y después se irán con grandes riquezas”. En este contexto es mejor traducir: “Y después se irán con una riqueza de grandeza”. La riqueza es una ambición ordinaria; una fortuna de grandeza es la extraordinaria aspiración judía.

La Haftará de este Shabat concluye con una promesa del Todopoderoso: Hiné anoji sholej lajem et Eliyah hanavi lifnei bo yom Hashem hagadol vehanorá, “Estad atentos porque yo os enviaré al profeta Eliahu antes de que llegue el día del Señor, día grande y terrible,” (Malají 3:23). Tenemos que elegir: gadol o norá, grande o terrible. Vivimos en un mundo en el que hay que tomar decisiones. En el que Eliahu nos llama como a los judíos reunidos a su alrededor en el monte Carmelo, diciendo: “¿Hasta cuándo vacilaréis?”

No podemos darnos el lujo de vacilar ni de ser indecisos. Es o ser judío y grande, o doblarnos ante las mesas de los demás. El mundo en que vivimos no permitirá la pequeñez ociosa. El judaísmo no puede sobrevivir con la mezquindad del espíritu y la inmadurez de la insensatez. Si volvemos a la Torá y a la tradición, podremos forjarnos nosotros mismos el nes de gadol. Si deseamos perdurar debemos estudiar nuestras raíces cuyas lecciones nos convierten en seres libres.

La independencia de pensamiento y la creatividad son valores apreciados por nuestra tradición, y Pésaj es el momento de celebrarlos.

En Shabat Hagadol nos esforzamos por experimentar el Yom Hashem Hagadol, y al convertirnos de nuevo en un Goy Gadol, podremos legar a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos un rejush gadol, una herencia de auténtica grandeza.

Veheshiv lev avot al banim, velev banim al avotam – “para que haga cambiar el corazón de los padres en favor de los hijos, y el corazón de los hijos en favor de sus padres…” (Malají 3:24).

En nuestras manos está hacer del próximo Shabat uno verdadero gadol, creciendo para ello.

Estar pendientes de la vida y la salud de todos los rehenes para que todos nos movilicemos para lograr su libertad.

Debemos sentarnos al Seder como seres libres. Ninguno de nosotros lo será mientras haya un solo rehén vivo o muerto.

La humildad de ver a todos nuestros hermanos de la misma altura espiritual respetando al distinto será un primer paso.

¡Shabat Hagadol mevoraj!

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