Elul y las selijot

19 agosto, 2020
Foto: Wikipedia - CC BY-SA 2.5

Elul no debe vivirse con melancolía, ni con llantos ni con lamentaciones. Elul es y debe sentirse como un mes de vida y vitalidad. No puede ser de otra manera, en el mes uno de cuyos acrósticos didácticos, pese a que su nombre es de origen extranjero, es “yo soy para mi amado y mi amado es para mí”, frente al cual el profeta Malají nos previene 3:14 “… ¿y qué aprovecha que guardemos su ley, y que andemos tristes delante del altísimo de los ejércitos?”.

Después de las respuestas que debemos darnos diariamente, para entender los límites de nuestra propia dimensión, tal como aparecen en el devocionario: “¿qué somos, qué es nuestra vida, qué es nuestra bondad, nuestra generosidad, nuestro poder, nuestro coraje, nuestra valentía?, debemos preguntarnos: ¿cuál es nuestro rumbo? ¿Cuál es nuestro objetivo? ya que las respuestas sinceras, nos permitirán que diseñemos hacia dónde dirigir nuestra existencia y elegir el mejor rumbo y los medios más eficientes.

Su respuesta nos brinda la oportunidad de humanizarnos en elul, y diseñar hacia dónde dirigir nuestra vida. Cuando encontramos nuestro sentido, podemos darle sentido a nuestras acciones. En este contexto la teshuvá, adquiere otra dimensión. Pero, el sentido no se logra sin esfuerzos. En realidad no se logra sin tomar la decisión concreta de encontrarlo. El primer paso para encontrar un objetivo en la vida es diseñarlo, bosquejarlo, afinarlo, escribirlo, encuadrarlo, depurarlo, limarlo, afilarlo. No es un fenómeno externo. No se logra por herencia. No se copia del Internet. No cae del cielo. La oración ayuda. La intención coopera. La educación conjuga. Pero, solo la voluntad personal e individual permite su diseño. Es la búsqueda de la totalidad. Sólo en esa categoría uno se humaniza.

El caballo, noble bestia, criatura distinguida y bella, seguirá el destino que otros le impongan, con riendas, mordazas, latigazos y rebencazos. O, se perderá sin rumbo por las campiñas en búsqueda de un poco de pastizales, hasta que después de su último día se convierta en carroña que nadie admirará ni recordará. Sin sentido vivió, sin sentido murió. Tras su muerte -la nada-. Cuando uno se fija los propios objetivos, se permite soñar. Avanzar. Subir. Y quien sube, encuentra en su propia ascensión fuerzas para aspirar a más. Si sabe dónde está la cumbre, tiene posibilidades de alcanzarla, por más lejana que parezca. Lleva con alegría su mochila y su equipaje, sus alimentos y su agua. Cuando comienza a escalar, saca fuerzas de flaqueza y avanza. El alpinista decidido, no se conforma en la elección de la cumbre, ni se le ocurre auto-engañarse. No le importa la conquista sin esfuerzo. Su mérito reside en el placer de poder marchar contra viento y marea. Hay algunos escaladores que en momentos de flaqueza, se dejan vencer por el hambre, por la sed, por la soledad. Se dejan derrotar por las inclemencias del tiempo y a veces por las burlas de los que dicen ser sus amigos. Pero, cuando tienen en claro cuál es su destino, se recomponen, rearman sus equipos, el espiritual, el psicológico, el bagaje que tienen que llevar y vuelven a intentarlo. Con comprar, alquilar o fabricar los equipos y las cuerdas, piolet, y crampones, no suben un centímetro, pero, sin ellos, tampoco se puede escalar. Si nos dedicáramos nada más que a escarbar minuciosa y pacientemente cada falta, y si incluso las alcanzáramos a enmendar a todas o a la mayoría, sin ver el objetivo de nuestro pasaje por el mundo terrenal, podríamos entregar un balance positivo por el accionar, pero, nos faltaría lo más esencial, saber hacia dónde nos dirigimos y a que distancia nos hayamos del objetivo vital.

En elul se abren los caminos para llegar a la altitud celestial, allí nadie es rechazado. al contrario, quienes traían un equipo pesado, lleno de materiales inservibles, de experiencias fallidas, de errores y caídas, con todos sus rasguños y fracturas, son recibidos con muchos méritos, ya que habían probado otras sendas en la búsqueda, antes equivocada de un destino mejor. No se puede cargar el equipo con tristeza ni pensando en que las metas no se van a lograr. Ese no es el camino. La senda debe estar colmada de alegría desde el primer día.

Cuando madruguemos a decir Selijot en elul, y comencemos nuevamente a oír el sonido del shofar, revisemos nuestras acciones, limpiemos nuestros equipos de lo superfluo, borremos las experiencias equivocadas y los caminos del mapa que no nos llevaron a nada y con alegría, rediseñemos nuestro objetivo y así lograremos la teshuvá que nos acerque al inicio de un nuevo año, en el que podamos, humanizados, cumplir con la voluntad de nuestro creador.

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