El tremendo lío de Tlaib-Omar: una primera evaluación

Ilhan Omar y Rashida Tlaib Foto archivo: REUTERS/Erin Scott

La decisión israelí de prohibir el ingreso a las representantes estadounidenses Tlaib y Omar debido a su apoyo al BDS ha provocado una tormenta de comentarios de detractores y simpatizantes de Israel. La decisión, justificada pero innecesaria, ilustra la profunda disfunción que ha llegado a caracterizar las relaciones entre Estados Unidos e Israel. Las actitudes venenosas estadounidenses iniciadas por el presidente Obama y la histeria que acompaña todo lo relacionado con el presidente Trump (y el primer ministro Netanyahu) prepararon el escenario para que Tlaib y Omar crearan una situación en las que Israel tuviera todas las de perder. El viaje de ellas habría resultado al final de cuentas en condenas, o en algo peor. Pero la manera en que la diplomacia pública israelí fracasó en presentar su caso demuestra una inadecuada comprensión de la situación y pésima gestión de crisis que no pudo derrotar la mala fe de las congresistas ni la intervención indeseada de Trump.

La decisión israelí de último momento de prohibir a las integrantes del Congreso de EE.UU. y prominentes partidarias del BDS, Rashida Tlaib e Ilhan Omar, es la culminación de un drama que comenzó hace varias semanas cuando se anunció el viaje. Representa el resultado pésimo de una simple y predecible trampa tendida por ellas y sus partidarios. El episodio también muestra la disfuncionalidad de la política israelí y estadounidense y de la relación entre ambas.

El viaje fue anunciado en julio después de que Tlaib y Omar se negaran a participar en el tradicional viaje a Israel organizado por AIPAC. Inicialmente, el asunto estuvo sujeto a mucha especulación y declaraciones contradictorias por parte de funcionarios israelíes sobre si se les negaría la entrada a las dos, con la creencia convencional de que serían admitidas.

Pero desde el principio era evidente que la palestina-estadounidense Tlaib, que se ha estado reuniendo regularmente con los Hermanos Musulmanes estadounidense y los partidarios de Hezbollah, y acusó a los judíos estadounidenses de «doble lealtad», y la somalí-estadounidense Omar, que introdujo la legislación del BDS en la Cámara de Representantes , construyeron (quizás incluso sin darse cuenta) un dilema sin solución para Israel. Las opciones israelíes eran intragables: podrían haber sido admitidas y haber creado un circo mediático durante la visita, cuando sin duda habrían proferido varias condenas contra Israel o bien negar su admisión.

Podría decirse que el peor resultado hubiera sido una visita al Monte del Templo por parte de las dos, lo que podría haber provocado disturbios que resultaran en heridos quizás incluso para las propias congresistas. Lo más probable es que los funcionarios de seguridad israelíes (o incluso estadounidenses) les hubieran impedido visitar el Monte del Templo, lo que hubiera resultado en una confrontación muy publicitada.

Desde el lado israelí, los mensajes contradictorios y el rechazo de último momento representaron la indecisión del Gobierno. Pero esta decisión fue seguida por la difusión por parte de la Oficina del Primer Ministro de que el viaje había sido parcialmente financiado por Miftah, una organización líder del BDS, y que el itinerario que no incluía reuniones con funcionarios o ciudadanos privados israelíes, solamente palestinos. Su viaje era difícilmente bilateral ni siquiera educativo; era simplemente una misión de propaganda.

Si esta información hubiera sido divulgado antes, incluso unas horas antes de que se anunciara la decisión final, podría haber ganado la pulseada o al menos hacer que la decisión israelí fuese más comprensible. Como suele ser a menudo el caso, la óptica de una decisión potencialmente justificable estuvo enturbiada por la demora, la indecisión y la aparente falta de interés.

Las respuestas estadounidenses fueron igualmente predecibles. El presidente Trump había transmitido su creencia de que a los dos se les debería negar la entrada y con su característico capricho tuiteó: «Mostraría una gran debilidad si Israel les permitiera a la representante Omar y a la representante Tlaib visitar. Odian a Israel y a todo el pueblo judío, y no hay nada que se pueda decir o hacer para que cambien de opinión. Minnesota y Michigan tendrán dificultades para colocarlas devuelta”.

Al hacerlo, y cualquiera que haya sido la razón, esto hizo que pareciera que Trump estaba forzando alternativamente la mano de Netanyahu o intentando apoyar su decisión (de cara a las elecciones israelíes), y que Netanyahu se postraba ante el dictado estadounidense. La antipatía de Trump hacia el «escuadrón» de las socialistas y particularmente hacia Omar y Tlaib, que lo han acusado repetidamente de «racismo» e «islamofobia», es profunda, al igual que su excesivo filosemitismo.

Los candidatos presidenciales demócratas, ninguno de los cuales está particularmente inclinado hacia Israel, expresaron en primer lugar su indignación. La senadora Elizabeth Warren declaró que «Israel no está avanzando su caso como una democracia tolerante o un aliado inquebrantable de Estados Unidos al prohibir que miembros electos del Congreso lo visiten debido a sus puntos de vista políticos. Esto es una movida vergonzosa y sin precedentes».

El senador Bernie Sanders fue más allá y declaró que la medida fue «una enorme falta de respeto hacia estas líderes electas, al Congreso de los Estados Unidos y a los principios de la democracia». Por su parte, Omar calificó la medida como una «afrenta». Una desaprobación más gentil provino de los simpatizantes de Israel, incluyendo el AIPAC y otras organizaciones comunitarias.

Estas y otras condenas pasan por alto convenientemente que Israel ha hecho lo mismo con legisladores de otros países, al igual que lo ha hecho EE.UU. con un parlamentario israelí y una serie de otros huéspedes, incluyendo al gran jugador de fútbol Diego Maradona, la cantante Amy Winehouse y el destacado político indio (y actual Primer Ministro) Narendra Modi, por motivos mucho más endebles. Negar la entrada a legisladores es inusual, pero difícilmente se puede pensar que no tiene precedentes.

Que comentaristas aparentemente inteligentes como la columnista del Washington Post, Anne Applebaum, describa la decisión, aunque equivocada, como algo que autoriza de alguna manera a los «líderes autoritarios» de todo el mundo a comenzar a «prohibir a los políticos de la oposición a viajar» es tan grotesco como desalentador. Los “autoritarios” no necesitan licencia para hacer lo que han estado haciendo desde siempre. El hecho de que Israel prohibiera a las congresistas (musulmanas) aparentemente ha cambiado de forma permanente la política global.

En general, las venenosas denuncias contra la política israelí y las expresiones de dolor pueden indicar el deseo de cambiar fundamentalmente la relación entre los dos países. Pero la respuesta desproporcionada, el brote de histeria e exageración, también miden el papel descomunal que juega Israel en la política estadounidense.

Más allá de esto, la descripción de la decisión como sin precedentes y una afrenta al Congreso no solo es deliberadamente exagerada y ahistórica: también es un respaldo irónico del status de vasallaje de Israel. El vasallaje fue «demostrado» al «adoptar el consejo de Trump» y al tomar una decisión soberana. Pero los demócratas también esperan que Israel se incline ante ellos, tal vez incluso más que Trump, solo que como los salvadores de Israel y en nombre de «preservar la democracia israelí». Junto con esto hubo amenazas, que surgieron rápidamente en el sentido de que debería esperarse una retribución cuando un demócrata asuma eventualmente la presidencia. Aquí también Israel está destinado a perder. En este sentido, la estrategia de la política exterior, en gran parte no comentada de Netanyahu, para alejar la dependencia israelí de los Estados Unidos parece premonitoria.

El hecho de que la historia de Tlaib-Omar haya eclipsado una revelación mucho más significativa de que los correos electrónicos de la ex secretaria de Estado, Hillary Clinton, habían sido enviados directamente desde su servidor a una dirección web en China dice mucho acerca de las tendenciosidad, si no de las estrambóticas prioridades del establishment político y mediático de EE.UU. No había forma de que la visita de Tlaib-Omar no se convirtiera en una noticia de primera plana, ya que las noticias reales de primera plana bajan de categoría rápidamente. Israel siempre lidera. Esto es signo de una política estadounidense disfuncional, inundada de teorías de conspiración y antisemitismo desde la elección de Trump.

Pero la falta de anticipación por parte de los funcionarios israelíes exaspera; el tren fue avistado mucho antes de que ocurriera el accidente. Debería haberse previsto una intervención impetuosa y destructiva por parte de Trump y planear contingencias. No hay señal de que esto se haya hecho. La diplomacia pública israelí, dividida con torpeza entre la Oficina del Primer Ministro, el multifacético Ministerio de Asuntos Estratégicos y el Ministerio de Exteriores, que tira a las rodillas, se pierde entre las grietas. También faltó coordinación con Estados Unidos a nivel diplomático formal y con varios legisladores y organizaciones.

Al final, habría sido sensato permitir que Omar y Tlaib visitaran y haber sido amables frente a sus animosidades. Sin embargo, a pesar de la tormenta, es poco probable que este lío tremendo en particular destruya la relación israelí-estadounidense o incluso vigorice el movimiento BDS. En cambio, consolidará los puntos de vista, incluyendo la hostilidad, en todos las partes y reforzará las opiniones lamentablemente justificadas sobre la ineptitud diplomática israelí. La fijación en el Gran Satanás Trump también ha sido asociada desde hace mucho tiempo con la del Pequeño Satanás Netanyahu y este incidente solo intensificará esa percepción, al menos entre los intelectualoides de izquierda.

Pero la transparente anormalidad de la relación entre EE.UU. e Israel, donde las demandas de vasallaje se mezclan con las afirmaciones de soberanía obstinadas y a menudo torpes, contra el telón de fondo de una alianza estratégica profunda e invaluable, el antisemitismo y el caos regional, y los rápidos cambios en los judíos estadounidenses y Estados Unidos en general y en la demografía global no pueden ser subestimadas. Esa anormalidad, un artefacto único de cultura e historia, no puede ser doblegada, solamente administrada. Es mejor que ambas partes empiecen a tomar el desafío en serio.

Dr. Alex Joffe (Ph.D. Universidad de Arizona). Se especializa en estudios antiguos y modernos de Oriente Medio, y en política exterior y cultura política estadounidense.

Compartir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.