Las protestas multitudinarias semanales contra el primer ministro, Benjamín Netanyahu, estuvieron marcadas por el recuerdo del exjefe de Gobierno Yitzhak Rabin, de cuyo asesinato se cumplen esta semana 25 años, en un clima de tensión social que para muchos se asemeja al de entonces.
Desde hace casi seis meses, sábado a sábado, las inmediaciones de la residencia de Netanyahu en Jerusalén concentran a miles de manifestantes. Más jóvenes o más mayores, portando banderas o carteles, haciendo más o menos ruido, pero siempre están.
Anoche, sin embargo, estas protestas semanales, que piden la renuncia del mandatario, contaron con una presencia particular: el exprimer ministro, Yitzhak Rabin, se paseó por las calles de Jerusalén e incluso por la que era entonces su residencia oficial.
Lo hizo en carteles con su imagen portados por algunos de quienes lo votaron, en enormes banderas que ondearon junto a las banderas negras típicas de estas protestas y hasta en insignias con su cara pegadas al pecho de jóvenes que aún no habían nacido cuando fue asesinado a tiros por un extremista de derecha, Yigal Amir.
Su presencia, lejos de darle un aire serio y triste a la manifestación, le aportó una fuerza y un entusiasmo que hacía meses no tenía, sacó a más gente a la calle, sobre todo personas mayores, y agregó la cuestión de la paz a un movimiento de protesta enfocado principalmente en el juicio por corrupción contra Netanyahu (acusado de fraude, cohecho y abusos de confianza en tres casos distintos) y en lo que consideran una gestión irresponsable de la pandemia.
«Uno de los principales incidentes que llevaron a su asesinato fue la incitación, incluyendo por parte de Netanyahu, que hoy está haciendo lo mismo, instigando a su base en contra de quienes estamos aquí luchando por la democracia», dijo Amy Klein, residente en el norte de Israel que viajó tres horas para asistir a la protesta en Jerusalén.
«Creo que nuestra democracia se encuentra amenazada y el primer ministro tiene que abandonar su puesto. Todo lo que hace lo hace por su interés personal, para evitar ir a la cárcel», agregó, mientras de fondo la multitud gritaba «revolución, revolución».
Ese grito se escuchó también en distintas partes del país, de norte a sur y de este a oeste, incluyendo en Tel Aviv, en la mítica plaza Rabin, donde el 4 de noviembre de 1995 mataron al entonces primer ministro, y, para muchos, a la esperanza de la paz.
Aquel día, en aquella plaza, en una manifestación en favor de los hoy frustrados Acuerdos de Paz de Oslo, estaba Tal, padre de cuatro hijos y habitual miembro de las protestas contra Netanyahu.
«Es importante recordar a Rabin, recordar cómo solía ser el Gobierno en este país, pero esa no es la razón por la que salimos a la calle. Salimos para que quienes están hoy en el poder entiendan que se tienen que ir», explicó.
De fondo, el grito ahora era «nosotros, el pueblo, salimos a la calle».
Más allá de los incesantes cánticos, los distintos bailes y los múltiples instrumentos que musicalizaron la protesta, también hubo lugar para el recuerdo y la reflexión.
De un minuto a otro, los presentes se sentaron, portando pequeñas velas encendidas, y tras un breve silencio entonaron al unísono la Canción para la Paz, prácticamente un himno del movimiento pro-paz, y recordada por haber sido la canción de cierre del acto en que asesinaron a Rabin, en cuya camisa fue encontrado luego un papel ensangrentado con la letra.
«El asesinato de Rabin fue muy triste y es parte del problema que tenemos hoy en día, pero es el pasado, y al pasado no se puede volver y no se lo puede cambiar, hay que seguir adelante», señaló Jaime Azón, también participante regular de las manifestaciones.
«Desgraciadamente el asunto político en Israel está estancado», agregó para añadir que «la situación es peor» que hace 25 años ya que «el pueblo ya no tiene voz». EFE