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El profesor de Jaca, Álvaro López Asensio, publica un libro de metafísica

26 de noviembre de 2024 ,

El teólogo y profesor de los dos Institutos de Jaca, Álvaro López Asensio, acaba de publicar un nuevo libro de metafísica titulado: “La esencia existente”; una obra que aborda, desde la inteligencia espiritual, hasta la existencia de Dios, la verdad de los seres humanos y seres vivos, así como el misterio creador del espacio-tiempo.

El profesor y teólogo, Álvaro López Asensio, ha escrito “La esencia existente” un ensayo metafísico que ayuda a comprender el principio del “Ser absoluto”, la antropología metafísica de los seres humanos, así como la razón de ser de todos los seres vivos.

Profesor Álvaro López Asensio

No hay más que un principio del “Ser” que es Dios. Tan antiguo como el mundo conocido que nos rodea es el “Ser”. El “Ser” supremo es el creador de todas las cosas, entendido como el principio del movimiento que ha generado la existencia creadora y su devenir histórico.

Este “Ser absoluto” crea gratuitamente: “Dios crea por amor”. Así la dialéctica del tiempo y de la eternidad funda una metafísica de la libertad para la acción humana y una teología en que la razón de todo se encuentra en el amor. Pero ¿Cómo se plasma este amor?

1.- La realidad material y espiritual del Ser Humano

La existencia de los seres humanos consiste sencillamente en existir, tener movilidad, razonar, comunicar aprehendiendo sentientemente, dejar una huella, un pasado, hacer historia personal y social, amar en todas sus formas. Estamos ante una vitalidad de la vida cotidiana que permite existir amando y queriendo sin límite.

Sólo el amor permite el desarrollo armónico del “Ser para la vida”. Todas las formas de “No amor” conducen al “Ser para la muerte”, una muerte vital de noche oscura interior que desarmoniza el nexo de unión entre la esencia y la existencia de la formalidad plural. Este desequilibrio afecta al desorden afectivo y vital de los seres humanos.

La antropología de tradición griega afirma que la existencia de los seres humanos se compone de cuerpo y alma. El cuerpo es la parte de la esencia biológica que conforma el “Ser”. Por el contrario, el alma es la otra parte anímica que vivifica el “Ser”.  La palabra cuerpo sugiere a nuestra mentalidad occidental moderna la idea de una envoltura material en la que radica el espíritu, el alma. La idea de cuerpo también gira en torno a la antropología cartesiana, según la cual las personas son espíritu, siendo el cuerpo un mero envase extrínseco donde aquel está contenido.

Este dualismo metafísico tiene también su proyección en la esfera moral. El cuerpo (animado por el alma inferior) es intrínsecamente malo y está en perpetua oposición con el alma superior. La victoria de la persona consistirá en la completa supresión del cuerpo y en la preeminencia pura, absoluta y eterna del espíritu.

Esta concepción queda superada en el judaísmo con la ausencia de dualismos entre alma-cuerpo. La persona es creada por Dios como “alma viviente” (Gen 2, 7). No hay que interpretar esta noción hebrea del alma desde el dualismo platónico (el hombre es alma y cuerpo, dos realidades distintas que se complementan), concepto que ha heredado la iglesia y la doctrina cristiana al definir la naturaleza misma de los “Seres humanos”.

La mentalidad hebrea considera que la muerte no es una separación del alma y cuerpo, ya que el alma no se opone al cuerpo. Si la persona es un “napas” o “alma viviente” y vive como “napas” (la persona no sólo tiene un alma sino que es un alma); también es un cuerpo o “nefesch”, que después se tradujo con las palabras griegas: “fisis” o “soma” (corporeidad).

El mundo bíblico no entiende que un cuerpo no contenga un alma, ya que un “alma viviente” tiene que convivir con todo su cuerpo e integridad corporal. Si desaparece el alma no queda el cuerpo; no queda nada sino polvo. Tan verdad, es decir: “somos cuerpos”, como decir: “somos almas”. El hebreo emplea indistintamente (para designar a la persona) los términos alma o cuerpo, ambas se refieren a una sola y misma realidad: la persona viva en el mundo.

Esta concepción es asumida por el cristianismo nacido del judaísmo. En la teología de Pablo de Tarso queda evidente que el cuerpo o “soma” no es una estructura humana exterior al yo real de la persona, sino que caracteriza esencialmente ese “Yo”, es decir, al “Ser” en su totalidad como unidad personal. Ya no es exacto decir: la persona tiene un “soma”, sino: la persona es “soma”.

Entonces ¿Cómo se concibe la resurrección de los muertos el día del juicio final y fin de la creación? En el Nuevo Testamento cristiano encontramos la expresión “resurrección de los muertos” en las palabras griegas: anástasis, nekrôn.

La perspectiva bíblica no se plantea hablar de la resurrección en un sistema dualista en el que el alma y el cuerpo son dos sustancias distintas, porque la esencia del cuerpo es alma, ya que el cuerpo y el alma no son sino uno: la resurrección de los cuerpos, es la resurrección de las almas o, lo que es lo mismo, la resurrección de las personas como alma-cuerpo.

2.- La fe como camino para llegar a la inteligencia espiritual

Los evangelios de Marcos, Mateo y Lucas usan el término griego “pistis-pisteúo” para dar continuidad al concepto de “fe” judío: confiar, fiarse de Dios, experimentar y saborear a Dios por los sentidos, conocer a Dios a través de los ojos del corazón y no de la razón. Esta visión se contrapone a la del mundo greco-latino, más preocupado por conocer a Dios racionalmente.

Por la fe en Dios, la persona es una “creatura nueva”, una “persona nueva”. La sabiduría que aporta el cristianismo no tiene nada en común con las sabidurías de los filósofos griegos. El cristiano no busca la “dicha” (la eudaimonia), no se cree justificado por la “virtud” (arete); su fin último no es el “soberano bien”. Las sabidurías paganas siempre eran más o menos una acomodación, un arte de resignarse a la condición humana. El cristianismo no es una ética, sino un proyecto de vida basado en el amor y el perdón.

Cuando hablamos de ética no nos estamos refiriendo al aspecto conductual de la persona como principio filosófico, sino que podría hablarse de un giro existencial. El seguimiento a Dios, principio de la fe, no consiste en actuar de diferente manera sino de ser de diferente manera; sin duda que si se es de diferente manera se actúa de diferente manera.

Pero Dios habla, porque su amor corresponde a nuestro amor al prójimo, entendido como el más lejano, incluso el enemigo. La fe que no es activa en el amor, no es fe. Y el amor que no se nutre del perdón hacia el prójimo, se pierde en un humanismo que, como Ley o moral, se olvida de la Palabra de Dios. El amor al prójimo en la Biblia no tiene su fundamento en un ideal humanístico y altruista, sino que es siempre consecuencia de las relaciones entre Dios y las personas, que conducen a las relaciones entre ellas y su prójimo.

Además del mandato singular del amor al prójimo, en la Ley de Santidad bíblica (recogida en la literatura sapiencial), Dios rechaza “sembrar discordia entre hermanos” (Prov 6, 19), ya que la persona tiene que vivir reconciliado con el hermano si quiere obtener la bendición de Dios (Sal 133). Las personas se destruyen si no superan el odio y la venganza. Cuando guardamos rencor a alguien o tenemos un resentimiento hacia otra persona, somos nosotros los únicos perjudicados, los únicos que sufrimos, los únicos lastimados que nos causamos daño. La falta de perdón es capaz de enfermarnos, envenenarnos, hacernos sufrir y volvernos malos. Cuando uno odia a su enemigo, pasa a depender de él. Aunque no quiera, se ata a él, queda sujeto a la tortura de su recuerdo y al suplicio de su presencia. Toda persona se equivoca si no progresa en la superación del odio y la venganza.

Las personas que se desprecian a sí mismas, se dejan caer, se envilecen y juzgan su vida sin sentido, huyen de sí mismas. La estimación exagerada y el desprecio a uno mismo, andan a menudo juntos. Ambos son fruto de la soledad de las gentes autónomas, abandonadas a sí mismas. Ellas ignoran que son amadas, que son útiles y responsables. Falta diálogo con la Palabra de Dios y con los demás, nuestro prójimo. Solamente el que sabe que es tomado en serio, es capaz de aceptarse a sí mismo seriamente. El amor al prójimo y al enemigo debe ser nuestra razón de ser, solo así conseguiremos una sociedad más justa, solidaria, humana y amable. Sólo el amor y no la autosuficiencia pueden hacerlo. Dios tiende la mano para trabajar juntos en este objetivo.

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