mié. Dic 18th, 2024

El mundo que le espera a Donald Trump

17 de diciembre de 2024 , ,
Benjamín Netanyahu y Donald Trump. Foto: Wikipedia - Dominio Público

Ucrania, el conflicto de Oriente Medio, Irán, América Latina, China y las relaciones con Europa y la OTAN, junto con otros conflictos y desafíos menores, constituyen las principales asignaturas que se encontrará sobre la mesa la nueva administración del presidente electo de los Estados Unidos, Donald Trump.

por Ricardo Angoso

No cabe duda que reina la incertidumbre y la inquietud en las cancillerías europeas y, sobre todo, en Kiev ante las previsibles decisiones que pueda tomar la nueva administración Trump con respecto a la guerra entre Ucrania y Rusia. Desde hace tiempo, el nuevo inquilino de la Casa Blanca lleva anunciando que resolverá la crisis de Ucrania en “24 horas” y es bien sabida la cercanía política de Trump con el presidente ruso, Vladimir Putin, algo que pone a temblar a los ucranianos.

Forzar a negociaciones directas con Rusia a Ucrania podría ser parte de la estrategia de Trump para solucionar por la vía diplomática este conflicto, pero Kiev sale en condiciones de inferioridad en el caso de que se abrieran un diálogo entre ambas partes, ya que casi el 20% del territorio ucraniano está ocupado por los rusos. Putin anunció, en septiembre del año 2022, la anexión formal de cuatro regiones de Ucrania: Jersón, Zaporiyia, Donetsk y Lugansk.  Aparte de estas regiones, el máximo líder ruso se anexionó, en el 2014, la península de Crimea. Estos territorios son, para Moscú, innegociables y ya forman parte de la gran Rusia que pretende construir el nuevo zar ruso.

Marco Rubio, próximo secretario de Estado de EE.UU.

Unas negociaciones en esas condiciones, y con el frente estancado, es un pésimo escenario para Ucrania. Los ucranianos están exhaustos, les faltan armas y sus socios europeos comienzan a estar cansados de una guerra que no depara resultados, genera ingentes gastos y polariza a la sociedad internacional entre países proucranianos y prorrusos. Aparte de estas consideraciones, no parece probable que los ucranianos sean capaces de mayores avances territoriales en los próximos meses y que tendrán que dirimir en una mesa de negociaciones el final de la guerra con Rusia en unas condiciones francamente desfavorables. 

Parece que, lamentablemente, Kiev ha perdido a la guerra, aunque habrá que examinar qué coste puede significar ese resultado para Europa y para el mundo. El precio de una previsible política de apaciguamiento frente a Rusia para detener la guerra, que es lo que se intuye que pretende Trump, podría tener fatales consecuencias para nuestro continente y también para los vecinos de Rusia en el vecindario postsoviético. 

Los  pactos de Munich, por los que Francia y el Reino Unido entregaron los Sudetes para frenar las ansias expansionistas de Hitler, -firmados en 1938-, no significaron “la paz de nuestro tiempo”, como anunciaba el primer ministro británico, Chamberlain, al llegar a Londres tras rubricarlos, sino el comienzo de una guerra interminable que comenzó con la destrucción de Checoslovaquia, la anexión de Austria por parte de Alemania y la ocupación de Polonia por los nazis. Esperemos que la claudicación frente a Rusia, como pretenden ahora algunos, no sea el comienzo de una catástrofe de mayor envergadura parecida a la Segunda Guerra Mundial.

Con respecto a la crisis de Oriente Medio, no cabe duda que la llegada a la Casa Blanca de Trump fortalece a Israel y más concretamente, a su primer ministro, Benjamín Netanyahu. Trump y su ya designado nuevo Secretario de Estado, Marco Rubio, son incondicionales partidarios del Estado de Israel y no frenaron el ímpetu militar del gabinete de guerra de Netanyahu, que está firmemente decidido a acabar con Hamás y Hezbollah al coste que sea, aunque ello le genere el aislamiento internacional del país y tenga un alto coste en vidas humanas, tanto para los israelíes como para los habitantes de Gaza, Cisjordania y el Líbano. Abandonada ya la fórmula de los dos Estados para acabar el conflicto, no cabe duda de que los grandes derrotados de esta guerra que comenzó el 7 de octubre con el ataque de Hamás a Israel son los palestinos. Se impone la realpolitik, es decir, se aceptan como tales los hechos consumados sobre el terreno por la fuerza militar y se descarta cualquier vía política que pueda conducir a un arreglo pacífico entre las partes.

Irán, por su parte, como un gran pulpo que mueve sus tentáculos en la región -Irak, Hamás, Hezbollah, Siria y Yemen-, sigue exhibiendo su fuerza frente a Israel pero no cabe duda que los recientes golpes de Israel, incluyendo el humillante asesinato del líder de Hamás, Ismail Haniye en Teherán, demuestra la vulnerabilidad de sus fuerzas de seguridad y ejército. Tanto Irán como Israel miden sus fuerzas en el tablero regional pero evitando que la escalada vaya más allá de un enfrentamiento directo que podría tener fatales consecuencias para ambos. 

Israel posee armamento nuclear y, en caso de que el pueblo judío corriera “graves peligros”, la actuación de Netanyahu podría ser imprevisible y los dirigentes iraníes lo saben, como han podido comprobar en varias ocasiones. Pero también es altamente probable que Irán haya desarrollado su capacidad nuclear -lease bombas atómicas- e Israel no quiere correr demasiados riesgos es una escalada mayor del conflicto que podría derivar en resultados incalculables difíciles de prever. Además, al parecer uno de los pesos pesados de la nueva administración norteamericana, Elon Musk, ha mantenido una reunión con el embajador de Irán en las Naciones Unidas, lo que podría revelar que Trump estaría por la labor de mantener una diplomacia paralela con Teherán para rebajar las tensiones en Oriente Medio y evitar una agudización del conflicto con los iraníes, en aras de evitar un “desbordamiento” de la situación que podría tener fatales consecuencias para sus aliados regionales, incluidos los israelíes, pero también para los saudíes.

AMÉRICA LATINA, CHINA, EUROPA Y LA OTAN

El nombramiento de Rubio es una clara señal a los regímenes de Cuba, Nicaragua y Venezuela, ya que el senador ha sido un notable activista en pro de las libertades y la democracia en América Latina y uno de los mayores adversarios de estas dictaduras, denunciando las violaciones frecuentes de los derechos humanos en estos países. En este sentido, es de prever un mayor endurecimiento en las políticas de los Estados Unidos contra estas naciones y, especialmente, contra el régimen de Maduro, que acaba de celebrar unas elecciones fraudulentas y cuya victoria, sin haber entregado las actas de las mismas, se atribuye. 

Pese a todo, no cabe esperar grandes cambios si no atenemos a lo que ocurrió durante el primer mandato de Trump en que, a pesar de las amenazas y fanfarronadas del presidente, no hubo ninguna acción decisiva y contundente para forzar los cambios en esta parte del mundo. Mas bien, la política exterior norteamericana se ha caracterizado desde el final de la Guerra Fría y la implosión de la extinta Unión Soviética, en 1991, en un absoluto desinterés hacia los asuntos latinoamericanos y Trump no fue ninguna excepción en esa línea. Además, Trump es partidario del no intervencionismo, tanto en términos políticos como militares, y no habría que esperar ningún vuelta de tuerca más allá de las actuales sanciones a estos tres países. 

También conviene recordar que el bloque de izquierdas en el continente está más sólido y robusto que nunca, con tres de las grandes potencias regionales en sus manos, como Brasil, Colombia y México, que actúan como mentores y se podría decir casi que de “padrinos” de estos tres países. La connivencia y el silencio de los cómplices de los mismos con el monumental fraude perpetrado en Venezuela habla por sí solo y revela el mal momento que vive la democracia en América Latina. 

China, la principal bestia negra de Trump durante su primer mandato, también estará muy atenta a la política exterior norteamericana de la nueva administración. Es más que seguro que la guerra económica, en el sentido de Trump quiere imponer altas tasas y aranceles a los productos chinos y a los de los países que negocian y comercian con China, continuará y se intensificará, pero tampoco es de esperar que el conflicto devenga en una ruptura total de sus relaciones políticas y comerciales. A China, que exporta cuatro veces más de lo que importa de Estados Unidos, este comercio es vital para su economía, mientras que Estados Unidos tendría que buscar nuevos proveedores para muchos de los productos que importa del gigante asiático. Y eso no es tan fácil como parece.

Luego está la permanente piedra en el zapato que significa Taiwán, la Isla rebelde que se independizó de China en 1949 tras la marcha de los derrotados nacionalistas en la guerra contra los comunistas, y que lleva 75 años desafiando a Beijing con su defensa a ultranza de su derecho a existir como nación libre, independiente y democrática, pese al escaso reconocimiento internacional que tiene -solamente 12  países de los 194 presentes en las Naciones Unidos reconocen a la ínsula como Estado-. 

En los últimos tiempos, pero sobre todo tras algunas visitadas sonadas de líderes norteamericanos a la isla, como la de Nacy Pelosi en el año 2022, las amenazas militares chinas, que con sus maniobras aéreas y navales han llegado hasta bloquear la isla, han aumentado y el presidente de la República Popular China, Xi Jinping, no oculta sus anhelos por anexionarse la isla durante su mandato. Taiwán es considerada una isla “rebelde” para las autoridades comunistas chinas y su soberanía territorial no es reconocida por las mismas, lo que acentúa aun más la crisis entre ambos países y, paradójicamente, ha alimentado el nacionalismo taiwanés, cada vez más en alza, algo que molesta sobremanera en Pekín.

Un ataque militar chino contra Taiwán, que es uno de los principales aliados de los Estados Unidos en el sudeste asiático, podría provocar una grave crisis entre China y los Estados Unidos, que siempre han sido los principales valedores en la escena internacional de este pequeño país, pero que tiene una gran importancia geoestratégico en esta nueva guerra fría no declarada entre ambas naciones por hacer valer su  hegemonía global. El pulso regional por controlar esta zona del mundo, en que China mantiene innumerables reclamaciones territoriales con todos sus vecinos, continúa, pero el epicentro y la clave para dominar esta zona del mundo gravita en torno a Taiwán. 

En lo que atañe a Europa, está por ver cómo se va a desarrollar en la era Trump las relaciones con la Unión Europea (UE), una organización internacional a la que Trump, como también le ocurre con las Naciones Unidas, desdeña y desprecia abiertamente, tal como mostró durante su primer mandato. Asimismo, existe el temor de que si Trump cumpla sus promesas de blindar sus fronteras con aranceles y emprender una política económica de férrea cerrazón y estricto proteccionismo. Entonces, “el comercio internacional será un caos”, como ha asegurado la ex jefa comercial de la UE, Cecilia Malmström, en una reciente entrevista.

Por otra parte, esta vez Trump cuenta con mayoría amplia en las dos cámaras del legislativo norteamericano y no va a tener límites: puede hacer, literalmente, lo que le dé la gana. Podemos encontrarnos a un Trump razonable, un vaticinio algo dudoso a tenor de que en su gobierno apenas hay técnicos, o, por el contrario, a un presidente que genere un mundo en caos a tenor de decisiones poco fundamentadas y de escaso rigor profesional, como la idea de subir los aranceles a China en un 60%, que lo pagarían millones de norteamericanos de a pie y que obligaría a los chinos a buscar nuevos mercados. Pero que también afectaría a la UE.

Finalmente, la OTAN, una pieza fundamental en la arquitectura de seguridad y defensa no solamente europea, sino occidental, es otra de las organizaciones internacionales seriamente cuestionadas por Trump y varios miembros de su equipo. Trump siempre ha demandado que los miembros de la OTAN deberían aumentar sus gastos en defensa, incluyendo a España que tiene uno de los gastos militares más bajos si se compara con otros socios. Trump, no cabe duda, va a colocar a la Alianza Atlántica ante una prueba existencial debido a las duras críticas vertidas en el pasado y su rotunda retórica reciente contra la misma.

Estados Unidos, como aseguraba la periodista María R. Sahuquillo, es el aliado por antonomasia, el dueño del vértice de la pirámide disuasoria en esta organización occidental que garantiza la defensa colectiva de todos sus socios en virtud del artículo 5 del Tratado de Washington, firmado en 1949. Pero ahora, en estos momentos, se abren muchos interrogantes, como el futuro de los despliegues estadounidenses en Europa, el probable pacto que trace acerca del futuro de Ucrania, la relación con Putin y la crónica desconfianza del nuevo presidente norteamericano hacia todas las organizaciones multilaterales. El futuro de la OTAN se debate entre su obsolescencia, tal como aseguran que sufre sus detractores y cierta izquierda, y una crisis existencial motivada por la llegada de Trump al poder que plantea más incertidumbres que certezas. El futuro nos dará las respuestas, aunque estas no sean de nuestro agrado y dejen a Europa en una situación de una mayor indefensión frente al oso ruso. 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.