El mundo a través de una ventana

12 junio, 2022
Escuela Montessori, 1940 - Foto: Wikipedia - Dominio Público

Dra. Bejla Rubin

Esa mañana como todas las mañanas subió a su escondite predilecto, al altillo, ahí en lo alto, lo más alejado de ese mundo hacinado que debía compartir diariamente con tantos otros en ese cuarto apretado de cuatro paredes sin poder salir al bullicio de esa calle que veía a diario desde su ventana.

Al subir todo se transformaba. El mundo por un instante se le hacía otro. Se sentía como cualquiera de esas niñas que espiaba desde su rinconcito solitario, capturando ese pedazo de cielo que por ahí se filtraba.

Las palomas la habían descubierto y diariamente venían a cobrase su pedacito de pan por hacerle de compañeras de juego a esa criatura solitaria.

El bloque de apartamentos en Merwedeplein donde vivió Ana Frank desde 1934 hasta 1942 – Foto Wikipedia – CC BY-SA 3.0

Pero esa mañana de agosto el sol particularmente estaba más radiante que nunca y desplegaba con más fuerza sus rayos sobre el viejo canal. Es así como Anna se arriesgó un poco más, no le alcanzó con verlo brillar desde el solitario altillo. Esta vez se atrevió a asomar su negra cabellera que la fue desparramado lentamente por la ventana de la claraboya. Desde allí en lo alto sintió como se filtraban todos los olores que transitaban por su querido canal. Reconoció el de los tulipanes, los pescados que en esa esquina el viejo Karl vendía, el olor a repollo que salía de alguna chimenea, la cerveza de las botellas apiladas en los tachos de basura. Todo un mundo transitaba frente a ella que desde su discreta ventana solía espiar. Todo un mundo que sin entender por qué le estaba privado y que sólo lo podía espiar desde ese lugar.

Afuera hay un mundo que sigue andando. Bullicioso como si nada pasara. Las madres con sus críos siguen yendo a la plaza, y aunque ven que algunos niños ya no vienen, nadie se pregunta por qué. Es mejor callar, mirar para otro lado, “total a mí que me importa, mi hijo sigue su vida diaria, mi hijo es un ario puro”.

Se ven algunas personas temerosas y que empiezan a transitar muy hambreadas, de una delgadez extrema, no por las calles céntricas, sino por los callejones laterales llevando sobre el brazo izquierdo una estrella amarilla.

– Cuando pasa Hanek, el vecino de toda una vida, es conveniente mirar para otro lado, no sea cosa que algún nazi indiscreto me intercepte la mirada y me pesque de que lo estoy saludando. No es mi problema, si anda así, con esa cosa encima, seguramente se lo habrá merecido. ¿Se lo habrán merecido?, en verdad no lo sé, pero no quiero ni debo saber, no me incumbe, no quiero que me traiga ningún problema ni a mí ni a mi familia.

Y mientras recorría extasiada el mundo que por tan poca cosa -una pequeña ventana- se le había ampliado, siente por primera vez sobre sí un par de ojos maliciosos que la sorprenden en esa infantil travesura. Digo maliciosos, pues al toparse con los de ella, ve reflejada la sorpresa y la burla de esa mirada incrustada sobre su carita, fresca e ingenua, la de una niña que apenas tiene dieciséis años. Y son esos ojos tenebrosos, los de la Sra. Elfride, los que le producen un pánico indescriptible, como un anuncio de un mal agüero. Sí, ve a esa vieja cascarrabias que solía trabajar en la fábrica de su padre antes de que la vida se le haya reducido a ese apretado e incómodo escondite. Esa vieja que siempre fue vieja, mala, amén de envidiosa.

Esos ojos le hicieron recordar todo lo que había perdido: su inmensa casa de blancas paredes allá en Frankfurt, la habitación para ella sola pues Margot tenía la suya, el colegio donde se adentraba en la aventura cotidiana de aprender cosas nuevas, y sobre todo el tintineo de esa lengua que al principio le parecía un poco dura, pero que al comenzar a leer a Heine llegó a adorarla. Distinto a este nuevo idioma, el holandés, que le resulta extraño, difícil y poco familiar.

 Recordó también cuánto sus padres reían y la casa desbordaba de su generosidad, la de ellos, en una marcada hospitalidad por las incontables reuniones que solían hacer. En esos tiempos pensaba que su vida siempre habría de ser como la de ese instante. Hoy es tan sólo un triste recuerdo, entonces nunca terminaría de entender qué fue lo que pasó para que todo cambiara, para que su vida pendiera de si esa puerta escondida tras la biblioteca fuese descubierta o no por algún observador sagaz, malo y delator.

Pero ese día, sí ese nefasto día habría de marcar su destino y para siempre. Ese instante de imprudencia junto a la tontería de su entusiasmo por mirar afuera hizo que todas las esperanzas quedaran reducidas a una nada. Todo por culpa de querer atrapar un poco más de ese cielo azul, ahora pensado como una trampa engañosa. Y ese error hizo que no pudiera dar la vuelta la página de su vida y volverla a escribir. Ese error le habría de costar la vida.

Bajó lentamente, y sin decir nada a nadie, se puso a escribir en su diario como todos los días, no sin antes leer lo que primero que había escrito y que leía como un talismán de la buena suerte antes de agregar alguna que otra palabra. Lee: “espero poder confiártelo todo como no he podido todavía hacerlo con nadie; espero también que serás para mí un gran sostén”.

Ninguno de los allí hacinados percibió su profunda tristeza y aquel terrible secreto que la comenzaba a atormentar. No se atrevió siquiera a contarle a su padre lo que allá arriba le había sucedido. Y mortificada por esa inesperada mirada comenzó a escribir:

 Agosto 2 de 1944

Hoy es un día radiante, en un agosto distinto al anterior. En este día pareciera que el cielo estuviese de un azul más intenso, casi como un discreto adiós.

Las palomas como siempre vinieron a saludarme. La Sra. Elfride también estuvo como en otros tiempos hecha una “cascarrabias”. Sus horribles ojos negros me sorprendieron cuando…

Dos días después, la SS entraba en el escondite secreto. No dudaron ni por un instante de que alguien no estuviera en algún lugar en ese edificio de dos plantas, escondido, burlando la sagacidad nazi. Es más, sabían incluso que se trataba de la familia Frank. A los restantes que también hallaron allí fueron, fue en verdad de una gran sorpresa para sus verdugos. La voz anónima de una mujer que los advirtió no pidió nada a cambio, ninguna recompensa. Lo único que atinó a decir fue que lo hizo de “puro patriota”.

Todos sus desesperados moradores fueron deportados al campo de exterminio de Bergen Belsen. Ninguno regresó de ese infierno terrenal, salvo el señor Frank.

Anna y Margot serían separadas de sus padres y morirían ambas de tifus en marzo de 1945, a tan sólo dos estúpidos meses de que la guerra finalizara.

Ante el descuido y la sorpresa por la irrupción de esos oficiales, el diario de Anna fue rescatado por la mano anónima de una mujer que se apiadó de la situación.

Hoy, 2 de agosto de 1954, ya pasados diez años de aquel trágico episodio, fecha en que las autoridades holandesas decidieron hacer de aquel refugio un museo histórico, una multitud quedó reunida frente al pequeño busto de la joven escritora. Allí se congregaron autoridades, funcionarios, gente toda conmovida por aquella enigmática atrocidad.

De la familia Frank sólo el padre había sobrevivido a la masacre como ya dije antes. Está parado en silencio frente a lo que allí acontece. Escucha sin oír el solemne discurso de palabras hechas, huecas, que no le dicen nada, que no le habrán de devolver a su pequeña Anna, ni a Margot, ni a su querida esposa.

Y en medio de aquella intensa emoción, nuevamente una mano anónima se desliza entre el gentío y deja caer a los pies del padre un cuaderno de tapas rojas a cuadros y que fuera el diario íntimo de su hija y del cual él no sabía nada.

Enmudecido y perplejo lo toma, y lentamente va recorriendo sus páginas sin seguir orden alguno. Lo abre finalmente en la última página y lee: Elfride también estuvo como en otros tiempos allí parada con su mirada maliciosos….

Al levantar sus ojos, esos tristes ojos negros ya cansados de tanto ver, de tanto buscar, su mirada se detiene en el rostro de una mujer desconocida. Su aspecto desalineado parecía ser de una pordiosera. Sus cabellos denotaban un prematuro encanecimiento, y sus ojos le llamaron la atención, sí sus ojos, por lo desorbitados y maliciosos. Ojos de arpía pensó.

Esa máscara loca no la conocía, pero algo como por detrás de ella, algo en la mirada lo llevó a buscar y reconocer un rostro posible de otros tiempos.

La memoria empezó a recorrer en forma desenfrenada caras, historias, personajes allá lejos. Hasta que finalmente se detiene en la palabra “cascarrabias”, y entonces sí, grita con toda su voz: ¡Elfride!

La vida quedó detenida en el instante de esa palabra y allí comprendió que había sido ella, sólo ella la que por nada le había arrebatado la vida. No podía entender tanta maldad. No la podría perdonar nunca más. Simplemente no podía.

Se le acercó sin prisa, pensando, midiendo, palabra por palabra lo que le iba a decir. No se podía permitir ningún desenfreno, ninguna injuria. Sólo se dignó a decir: “Mi hija murió en un instante, a usted le llevará toda una vida su muerte, le deseo una lenta agonía”.

A la fecha de ese agosto de 1954, la vida sería generosa con Elfride que aún le quedarían otros treinta años de una insoportable existencia, de una insoportable soledad.

A la muerte del señor Frank, su ama de llaves al revisar cajones y cómodas, encuentra un papelito ya amarillento, escondido entre la ropa interior, casi como un secreto atesorado. Cuando lo abre con sumo cuidado para que no se rompa, ve que contiene un poema, firmado por el mismo señor Frank. Se sienta, prende la luz, tenue, discreta diríamos, y comienza a leer:

Y esa criatura eterna
la siempre niña
mala fortuna, la vida quiso
que sea para siempre
una pequeña.

Vos, no importa el tiempo
su paso, en la buena senda
seas mi niña
frescura en tu alma
que habite siempre en ti
el poema.

Homenaje a Ana Frank, (12 de junio de 1929-1945) un año más sin ella debido a la barbarie del nazismo. Este año hubiera cumplido 93 años.

El cuento es una ficción, una forma de recordar a una niña que fuera muerta simplemente por el hecho de ser judía, una más de los tantos que fueron enviados a las cámaras de gas engrosando las filas de 1.500.000 niños asesinados por el sólo hecho de no ser arios puros. En su nombre y por todos los asesinados durante la barbarie nazi, decimos que no son perdonados ni por los hombres ni por la ley divina en este nuevo año donde más que nunca recordamos su hacinamiento y que en él ella elaboró su diario, haciendo de ese encierro injusto un acto creativo digno de emular dado que hoy el mundo se encuentra en un encierro obligatorio, no tan rotundo en defensa de la vida como lo ha sido el de Ana Frank sino por este virus que nos toca padecer a cada uno de nosotros y que su gesta es digna de  tomar en cuenta donde cada cual deberá toparse con su propio estilo creativo frente al encierro.                                                                                       

Compartir
Subscribirse
Notificarme de
guest
0 Comentarios
Inline Feedbacks
Ver todos los comentarios