Banderola antiisraelí en Glasgow de cara al partido de fútbol entre Escocia e Israel Foto archivo: REUTERS/Russell Cheyne

Israel ha ignorado en gran medida la guerra de palabras en su contra. Esto incluye términos maliciosos como «apartheid» y «ocupación», así como frases antiisraelíes como «tierra por paz» y «solución de dos Estados». El hecho de que la ONU llame falsamente «refugiados» a los descendientes de palestinos que huyeron durante la guerra de 1948 es otro ejemplo. Mucho antes de que tengan lugar nuevas negociaciones con los palestinos, la cuestión de la incitación palestina como parte de su culto a la glorificación del genocidio y la muerte debería incluirse en la agenda internacional.

Los sucesivos gobiernos israelíes nunca han tenido políticas integrales para combatir sistemáticamente todos los frentes de ataque contra el país. Los primeros ministros y sus colegas ministeriales nunca parecieron entender lo que cualquier estratega principiante comprendería: que la lucha contra el Estado israelí implica muchas armas y herramientas, e Israel debe combatirlas a todas.

Nadie puede ignorar la guerra abierta y el terrorismo. Por lo tanto, el Gobierno israelí prestó mucha atención a esos aspectos del campo de batalla. Los organismos creados con este propósito en las FDI [Fuerzas de Defensa de Israel] y las agencias de inteligencia funcionan bastante bien. Hace unos años, el Gobierno israelí comprendió que la guerra cibernética también era peligrosa y, en consecuencia, creó una agencia para lidiar con ella.

En otras áreas del campo de batalla, Israel ha actuado con menos eficacia y, a menudo, con negligencia. Al enfrentarse a los boicots, el desempeño de Israel no tuvo nada de especial. El boicot árabe original existió durante décadas. Israel trató de eludirlo de muchas maneras: algunas con éxito, muchas otras con menos éxito.

A principios del siglo XXI surgió otra forma de boicot que ahora se conoce como BDS (Boicot, Desinversión, Sanciones). El BDS se inició en el mundo universitario con una carta abierta en The Guardian el 6 de abril de 2002, firmada por más de 100 académicos. Pedía una moratoria sobre todos los vínculos culturales y de investigación con Israel en el ámbito europeo o nacional hasta que el Gobierno israelí acatara las resoluciones de la ONU y abriera «negociaciones de paz serias con los palestinos, de acuerdo con las líneas propuestas en muchos planes de paz, incluido el más recientemente patrocinado por los saudíes y la Liga Árabe». La carta abierta fue seguida por otras iniciativas algo similares. Amigos de Israel se opusieron. El Gobierno israelí tomó muy pocas medidas durante muchos años.

Israel ha ignorado en gran medida la guerra masiva de palabras en su contra. Algunas naciones son maestras del combate verbal, con la Alemania nazi a la cabeza. Los nazis inventaron un lenguaje casi completamente nuevo para describir sus propias acciones criminales. Muchos sinónimos de asesinato fueron creados.

La Unión Soviética fue el segundo competidor. Antes de que comenzara a promover el término «anti-sionismo», el término no existía en los diccionarios. Milenios antes, en el primer libro de la Biblia, el tema del idioma ya estaba presente de manera dramática. Dios destruyó el lenguaje común de quienes construían la Torre de Babel. Por lo tanto, se creó una gran confusión en la comunicación.

George Orwell entendió muy bien el papel que juega el lenguaje. En su libro 1984, publicado en 1949, inventó Newspeak, que se caracterizaba por la intercambiabilidad de los significados de las palabras. Eso reemplazó al inglés tradicional. Con frecuencia se citan las expresiones: «la libertad es esclavitud, la ignorancia es fuerza» y, muy relevante para los palestinos, «la guerra es paz».

La izquierda israelí e incluso varios israelíes de la corriente principal a menudo han promovido la noción fundamentalmente errónea de «tierra por paz». Así, se juzga radicalmente mal cuánto tienen que ganar los palestinos con la paz. Esto ahora ha sido reemplazado en parte por «paz por paz».

El Gobierno israelí puede reaccionar de vez en cuando si alguien prominente acusa a Israel de «apartheid», pero no en todos los casos. El ex ministro de Exteriores socialista alemán Sigmar Gabriel, por ejemplo, usó ese término y luego se disculpó por ello.

Una de las distorsiones más frecuentes contra Israel es que es «ocupante» de Cisjordania [Ribera Occidental]. Sin embargo, Israel ocupa a lo sumo parte de los Altos del Golán, que anteriormente pertenecían al Estado sirio. La Ribera Occidental estaba en manos de Jordania. Su soberanía allí solo fue reconocida por el Reino Unido y Pakistán. Nunca hubo un Estado palestino, por lo que no puede ser ocupada. Dore Gold explicó en detalle que el estatus de la Ribera Occidental [Cisjordania] es de «territorio en disputa». Hizo esta declaración poco después de convertirse en presidente del Jerusalem Center for Public Affairs en 2000.

Una «solución de dos Estados» es otro término profundamente arraigado. Es difícil lidiar con esto porque el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, presionó mucho al primer ministro Benjamín Netanyahu para que aceptara el concepto. Netanyahu lo hizo en su discurso de Bar Ilan de 2009, cuando dijo: «Si recibimos esta garantía con respecto a la desmilitarización y las necesidades de seguridad de Israel, y si los palestinos reconocen a Israel como el Estado del pueblo judío, entonces estaremos listos en un futuro acuerdo de paz para llegar a una solución en la que exista un Estado palestino desmilitarizado junto al Estado judío». Los primeros ministros israelíes Ehud Barak y Ehud Olmert ya habían aceptado un Estado palestino en sus propuestas de paz a los palestinos.

En este contexto, los funcionarios israelíes casi nunca mencionan que ya había dos Estados en la anterior tierra del Mandato de Palestina: el Estado palestino de Jordania, que ocupó el 75% de ese territorio, e Israel. Otro Estado palestino —suponiendo que Hamás y Fatah puedan estar de acuerdo— en la Cisjordania y Gaza sería, por tanto, un tercer Estado. Además, el plan de Trump, que Israel ha aceptado, se basa en un Estado palestino al lado de Israel.

Varios autores se han centrado en el peligroso uso de la semántica contra los judíos e Israel. El lingüista francés Georges-Elia Sarfati ha trabajado mucho al respecto y realizó un análisis detallado del fenómeno. Sarfati señaló que el discurso se formula sobre la base de la posición ideológica de quienes se involucran en él. Dijo: «En lugar de que las palabras sean neutrales, sirven para introducir una cierta visión de la cuestión que abordan».

Esta expresión «solución de dos Estados» está tan arraigada en Occidente que requerirá un enorme esfuerzo para sembrar las dudas al respecto. Eso no se debe a que el mensaje no sea sencillo. ¿Por qué se  habría de convertir la entidad criminal palestina — cuyos líderes glorifican el genocidio y recompensan el asesinato de civiles, y que está impregnada del culto a la muerte— en un Estado?

La batalla de Israel contra el abuso por parte de la ONU de la frase «refugiados palestinos» sólo se ha librado de manera tibia. Existe una definición general de «refugiado»: «alguien que no puede o no quiere regresar a su país de origen debido a un temor fundado de ser perseguido por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a un grupo social en particular, u opinión política».

La ONU amplió esta definición específicamente para los palestinos para incluir a los descendientes de refugiados. Esto ha socavado el significado de la palabra y multiplicado los problemas resultantes. Casi ningún “refugiado” palestino es un verdadero refugiado según la definición original. No huyeron de Israel, aunque sus padres, abuelos o bisabuelos sobrevivientes pueden haberlo hecho y son auténticos refugiados. Sin embargo, ni un solo periodista internacional lo señala o usa la expresión » falsos refugiados de la ONU» para referirse a ellos.

Otro abuso del lenguaje es llamar «colonos» a los israelíes. Esa palabra se usaba exclusivamente para personas que iban a tierras generalmente a miles de kilómetros de su tierra natal. Las líneas de partición de 1967 que separaban a Israel de los territorios palestinos eran líneas de armisticio, sin embargo, se las llama frecuente y erróneamente «fronteras».

También hay muchos ejemplos de abuso del lenguaje en el discurso del antisemitismo. El Gobierno francés solía hablar de «tensión entre comunidades». Sugirió que dos comunidades, la musulmana y la judía, eran agresivas entre sí. La realidad fue la agresión unilateral y el odio hacia la comunidad judía que se originó en partes de la comunidad musulmana.

Los palestinos probablemente esperarán a ver si Biden es elegido presidente de Estados Unidos y si quiebra el plan de Trump. Si esto ocurre, es muy posible que los palestinos decidan intentar organizar una conferencia de paz para tratar cuestiones concretas como las fronteras definitivas, el status del Monte del Templo, la desmilitarización de un Estado palestino, etc. Es poco probable que aborde un tema crucial: cómo pretenden los palestinos deshacerse del culto al genocidio y la muerte que impregna su sociedad.

Israel debería incluir este tema en un lugar destacado en la agenda internacional. De lo contrario, si se establece un Estado palestino, será la transformación de una entidad criminal en un Estado nación criminal.

Fuente: BESA Centro Begin-Sadat para Estudios Estratégicos

El Dr. Manfred Gerstenfeld es investigador asociado sénior en el Centro BESA, ex presidente del Comité Directivo del Jerusalem Center for Public Affairs y autor de The War of a Million Cuts. Entre los honores que ha recibido se encuentra el Premio León Internacional de Judá 2019 del Instituto Canadiense de Investigación Judía que le rinde homenaje como la principal autoridad internacional en antisemitismo contemporáneo.

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