Siete candidatos –sólo cinco de ellos relevantes- compiten en las primarias para liderar el Partido Laborista. Algunas caras nuevas y otras familiares, algunos arrogantes y otros más humildes, algunos con carisma y otros aburridos, algunos amigables y otros antagonistas. Pero seguramente ninguno de ellos logrará el milagro que el laborismo precisa.
El partido que ganó, hace medio siglo, 44 escaños de los 120 que conforman la Knéset (Parlamento), apenas consiguió 24 bancadas en las últimas elecciones, con la plataforma política Campo Sionista -una alianza formada con el movimiento Hatnuá (liderado por Tzipi Livni)-. Las últimas encuestas le dan al Partido Laborista apenas doce escaños. La mitad de sus votantes parecen haberse ido al partido centrista Yesh Atid, del diputado Yair Lapid. Pero incluso si regresan, el laborismo no recuperará su relevancia histórica. Las divisiones internas y su debilidad no desaparecerán ahora ni siquiera la semana próxima, si se conocen los resultados de una probable segunda vuelta.
Alrededor de 53 mil personas están habilitadas para votar, según un portavoz del partido.
El actual presidente del laborismo, Itzhak Herzog, propone un “bloque” para tratar de reproducir el éxito relativo de su última elección. Pero sin Lapid, que prefiere cortejar a la derecha, no hay de lo que hablar. Amir Peretz y Avi Gabbay, con una agenda más social, parecen confiados de que pueden sacar adelante al partido. Omer Bar Lev, un ex general, habla de una segunda vuelta y el empresario Erel Margalit no parece apoyar un compromiso. Sin embargo, al final, los partidos de centro izquierda deberán abandonar su ego y formar alianzas, si quieren tener la posibilidad de reemplazar al Likud, que lleva más de una década en el gobierno.