El Día del Juicio en tiempos de Corona

Foto: Wikimedia Commons - Dominio Público

Rabino Yerahmiel Barylka

El escriba Ezra (capítulo 3 1-6) nos relata que «llegado el séptimo mes, los israelitas estaban ya en sus ciudades y entonces todo el pueblo se congregó como un solo hombre en Jerusalén. Yehoshúa, ben de Yehotzadak y sus hermanos…, se pusieron a reconstruir el altar del Dios de Israel, para ofrecer en él holocaustos… erigieron el altar en su emplazamiento, a pesar del temor que les infundían los pueblos de la tierra, y ofrecieron en él holocaustos a .A.» Después de la interrupción del servicio divino que duró durante todo el exilio, se reconstruyeron las bases de la normalización del ritual.

Nejemia (8:1-3), nos cuenta otro acontecimiento del día uno del mes séptimo: «Todo el pueblo se congregó como un solo hombre en la plaza que está delante de la puerta del Agua. Dijeron al escriba Ezra que trajera el Sefer Torat Moshé -libro de la Ley-… ante la asamblea, integrada por hombres, mujeres y todos los que tenían uso de razón. Leyó una parte en la plaza que está delante de la puerta del Agua, desde el alba hasta el mediodía, en presencia de los hombres, las mujeres y todos los que tenían uso de razón; y los oídos del pueblo estaban atentos al libro de la Ley.»

El llanto del pueblo recuerda que «cuando el rey Yehoshiahu (2 Melajim 22:11 y 22:19) oyó las palabras del libro de la Ley rasgó sus vestiduras… y lloró».

El redescubrir el texto de la Torá provocó en ambos casos un llanto de gran emoción al grado que hubo que recordarle al pueblo que el primero de Tishrei era un día de alegría. Que recuerda la creación del Cosmos, por lo que lo conmemoramos como redención nacional y universal.

En las plegarias de Maljuiyot, Zijronot y Shofarot de Musaf, expresamos las maravillosas ideas de renovación. En maljuiyot, la unicidad de Dios, la fe. En Zijronot la unicidad de la humanidad por el amor y en Shofarot, la unicidad de las leyes, y la redención, uniendo a todas la culturas y las civilizaciones.

Sin leer los textos de ese musaf y sin oír el shofar, nuestra experiencia de Rosh Hashaná es estéril y vacía y se pierde lo más esencial del mensaje. Mientras tenemos fe, respetamos al otro, lo valoramos porque somos conscientes que es reflejo de la imagen divina. Si lo hacemos lo mismo sucederá con las naciones. Podrán respetarse y aceptarse. La solidaridad permite la paz y la amistad, que pueden evitar las confrontaciones militares.

En los peores momentos surge una chispa que nos dice que todavía nada está perdido pese a los dolores de alumbramiento, ya que sabemos muy bien que no hay parto sin dolor. El sufrimiento de la humanidad en nuestros días, si sabemos comportarnos en el espíritu del Iom Hadín, preanuncian la salvación y la redención.

La tefilá de Rosh Hashaná es profundamente religiosa y ética e intenta ayudarnos a unirnos. Ello nos permite una visión optimista del futuro cuando decimos en la plegaria «toda la maldad pasará sobre nosotros como una nube, y así se extinguirá el gobierno de malignidad, y asechanza del mundo».

Escribo estas líneas en días de pandemia, cuando la incertidumbre nos envuelve y ni siquiera sabemos si podremos concurrir a las sinagogas a elevar nuestras plegarias y a entregarnos al sonido del shofar que nos conmueve las fibras más íntimas de la existencia. Y aún si fuéramos condenados para salvar la vida cumpliendo con el precepto de Pikúaj Nefesh, que obliga postergar el cumplimiento de las normas para defender la vida, debemos entregarnos a superar la ignorancia de las fuentes de la Halajá y la Agadá para desentrañar el verdadero sentido de esta festividad y para gozar de su experiencia verdadera, distorsionada por tantos años de ignorancia y festejos folclóricos.

El Covid-19 se encarga de romper nuestras rutinas, de la fiesta, incluso la reunión de los familiares y amigos para servirnos de opíparos manjares y hablar de todo sin decir nada y de todos diciendo lo indecible. La rutina provocaba que al no percibirse renovación, pasábamos a ser dominados por ella.

El Coronavirus nos ha ampliado el contexto personal y comunitario, ha roto con los límites artificiales. Ya no podemos diluir su significado para acomodarlo a nuestra zona terrenal de confort, con la cantinela «a mí no me va a tocar».

Nos guste o no, ahora todos somos uno, y no nos podemos dar el lujo de las exclusiones si tenemos frente a nosotros lo que nos enseñó el profeta Yeshayahu 6:3: «toda la tierra está llena de su gloria».

En un mundo cambiante, desafiante, en un medio con tantas dificultades, enfermedad y muerte, nosotros que siempre nos hicimos preguntas, desde la época de Abraham y la de Moshé, hasta hoy mismo y de esa manera buscamos la verdad logramos ser intransigentes al enfrentar lo que afectaba los valores éticos.

El Covid impide escabullirnos de enfrentar temas polémicos. El judaísmo tiene que expresar su posición en muy alta voz frente al triaje, por dar solo un ejemplo, cuando se promueve la selección y clasificación de pacientes y descarta a priori a las personas mayores.  

En la medida en la que nos emocionemos en la lectura de la Ley y nos propongamos seguirla, podremos festejar un Rosh Hashaná que nos llene de confianza, tranquilidad y alegría, porque al buscar ayudar al otro, nos estaremos ayudando a nosotros mismos y ese es el camino al que el Shofar nos convoca para nuestra redención personal, comunitaria y mundial.

Si aceptamos el reinado de un solo Dios sobre la faz de la tierra, podremos reírnos de los dictadores y los autoritarios, que traen maldición sobre la tierra incluso en el manejo de la pandemia. Si aceptamos su Majestad, no nos animaremos a excluir a enfermos ni a quienes no se comportan en lo cotidiano como nosotros imaginamos deben hacerlo.

Cuando aceptemos nuestra pequeñez ante el Infinito, nos podremos reunir con todos, sin temores de perder nuestra identidad y exclamar convencidos: Zojrenu Lejaim, recuérdanos para la vida, melej Jafetz Bajaim, Rey que anhela la vida.

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