EEUU: el día después

16 noviembre, 2016

Benito Roitman

Parece ineludible, a la semana de conocer los resultados de las elecciones en los Estados Unidos, continuar interrogándose sobre el significado de dichos resultados y sus consecuencias a corto y mediano plazo, y proponer respuestas coherentes. Y al mismo tiempo es inevitable reconocer la futilidad de esos esfuerzos -al menos mientras no se disponga de mayores elementos de juicio- en vista de la enorme opacidad que ha rodeado, y que viene rodeando, el discurso del candidato Trump, convertido en presidente electo, opacidad que además ha estado acompañada, en muchas de las áreas de ese discurso, por flagrantes contradicciones.
Pese a esta advertencia, la inercia de las publicaciones lleva a presentar a continuación unas reflexiones basadas en algún escenario imaginario referido a Israel , centradas en aspectos económicos y sociales que en el país podrían verse afectados por esos resultados. Para ello, conviene previamente recordar, de manera muy breve, algunos puntos centrales del discurso de Trump, asociados al área económica. Estos corresponden, por ejemplo a la denuncia o al menos la revisión de varios acuerdos comerciales internacionales vigentes, la imposición de una política proteccionista en materia de comercio exterior (con la imposición, entre otras medidas, de barreras tarifarias al comercio con determinados países y/o sobre determinados bienes y servicios), la revisión de disposiciones regulatorias del funcionamiento de organismos financieros, como el Acta Dodd-Frank, puestas en práctica por la Administración Obama para disminuir el riesgo de crisis financieras, la revisión del sistema impositivo (con una importante caída en la previsión de ingresos fiscales), las amenazas de una eventual denuncia del tratado con Iran o la imposición de sanciones de manera más agresiva a la menor sombra de incumplimiento.
En el marco de panoramas de esta naturaleza, la economía israelí se encuentra en cierta medida a la deriva, en particular en materia de comercio exterior. Es sabido que Israel, dado el tamaño y las características de su economía, es básicamente un tomador de decisiones en esta área, es decir, depende en alta medida de cómo evolucionan los mercados externos para colocar su producción. EEUU absorbe alrededor del 30% de las exportaciones israelíes, en el contexto del acuerdo comercial vigente entre ambos países.
Pese a las declaraciones generales de Trump respecto a acuerdos comerciales, no es de esperar que el acuerdo con Israel sea revisado, ni que se planteen problemas especiales en ese campo, por lo que esa corriente de exportaciones seguramente continuará, con los vaivenes naturales asociados -al menos al comienzo- con las incertidumbres que genera la nueva administración estadounidense.
Pero la situación puede ser diferente con respecto al otro gran socio comercial de Israel: la Unión Europea. Las exportaciones israelíes a esa área ya han venido sufriendo un proceso de estancamiento, como producto del escaso o nulo crecimiento económico en esos países, que no terminan de superar su crisis. Es poco probable que la nueva realidad política norteamericana modifique esa situación; por el contrario, las expectativas para el corto y aún para el mediano plazo son poco favorables a una retoma importante del crecimiento europeo, y con ello hacen prever un período de escaso dinamismo de las exportaciones israelíes a esa área. En cuanto al comercio con los países asiáticos, su evolución futura dependerá de manera crucial del tono que adopten las relaciones comerciales entre esos países -y especialmente China- y los EEUU. Si esas relaciones se tensan, en un marco de imposición de tarifas arancelarias o medidas similares (que pueden anunciar una guerra comercial), el futuro de las exportaciones israelíes no sería precisamente demasiado halagüeño.
Lo que en materia económica aparece como una incógnita es la continuidad o no de la llegada de inversiones extranjeras directas hacia Israel. Cabe recordar aquí que esas inversiones son responsables en una alta medida de las exportaciones israelíes de alta tecnología, y responden también por una proporción significativa del financiamiento de las investigaciones en ese campo. ¿Podrá una eventual política norteamericana de fomento a la producción interna afectar a esas inversiones? Aunque ello no parece demasiado probable, al menos en el corto plazo, vale la pena vigilar el funcionamiento de esa área.
En resumidas cuentas, y en el campo estrictamente económico, resulta difícil visualizar cambios importantes en el funcionamiento de la sociedad israelí como consecuencia de la entrada de una nueva administración en los EEUU; pero claro está que conclusiones de esta naturaleza se vinculan más con carencias de pistas sobre las probables posturas de esa nueva administración, que con análisis informados. Y un ejemplo, quizás paradigmático, de estas ignorancias, es la estimación del futuro probable del gas, importante como es su destino para el futuro económico de Israel.
Ahora bien, y como es sabido, la economía no opera en un vacío, y menos aún en un vacío político. En este ámbito, es preciso reconocer que existe una alta probabilidad de un cambio significativo en las orientaciones políticas de los EEUU en relación con Israel, en el tema de los asentamientos. En efecto, el mantenimiento de muy cálidas relaciones entre ambos países -la muy reciente firma de un acuerdo de asistencia militar por 10 años por un monto de 38 mil millones de dólares es una prueba de ello- no ha impedido hasta el momento que el Ejecutivo estadounidense haya condenado la política israelí de los asentamientos en los territorios ocupados. Pero aparentemente estas condenas estarían llegando a su fin cuando Trump asuma la presidencia de los EEUU; esas son al menos las declaraciones del representante de Trump para las relaciones entre Israel y los EEUU, declaraciones que no han sido desmentidas hasta el momento.
Este viraje en la política norteamericana seguramente promoverá el aumento de los asentamientos, y las declaraciones públicas en ese sentido en Israel ya se han hecho sentir. No es de esperar, sin embargo, una total ausencia de reacciones en el lado palestino. Por el contrario, es preciso considerar varias posibilidades (una nueva intifada, movimientos de resistencia pasiva, denuncia de acuerdos como el de Oslo, que pese a sus condenas continúa vigente, etc).
Todo ello, junto con eventuales cambios en el panorama político-militar en el Medio Oriente, requerirá seguramente una reevaluación de las prioridades estratégicas de Israel en materia de seguridad. Y esto es altamente probable que requiera una revisión de las asignaciones presupuestales, pese a que el proyecto de presupuesto para el bienio 2017/2018 ya ha sido presentado para su discusión en la Kneset. Es decir, entre los escenarios futuros, no es de descartar una postergación -¡una más!- de aumentos significativos en la asignación de recursos para las áreas sociales, en aras de la necesidad de reforzar los rubros de la seguridad. Y en el intertanto, los sueños sobre un acuerdo de paz se alejan.
A esta altura, es preciso reiterar que todo intento de proyectar escenarios futuros, de imaginar que nos traen los días después, está condenado de antemano. En efecto, si un ejercicio de esta naturaleza es normalmente poco realista, en estas circunstancias, en la que existe la convicción de que muchas tendencias cambiarán pero persiste también una enorme incertidumbre sobre sus prioridades y rumbos, sólo se justifica como un intento de reflexionar con cierta racionalidad, en un entorno en el que la racionalidad no es su principal característica. ■

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