Crecen las peticiones de ciudadanía española de sefardíes de Estados Unidos

Sinagoga Santa María la Blanca Foto: Linaresjoa Wikimedia CC BY-SA 3.0

Desde que en 2015 el Gobierno español abrió la puerta a que los descendientes de sefardíes recuperaran la ciudadanía perdida hace siglos, EE.UU. ha visto incrementar en los últimos meses las peticiones para un emotivo viaje que comienza con un repaso a sus raíces y culmina con un «reconocimiento» histórico a sus antepasados.

Hoy en Estados Unidos, la «inmensa mayoría» de los que se presentan a la prueba de conocimientos constitucionales y socioculturales de España (CCSE) del Instituto Cervantes son sefardíes que buscan adquirir la nacionalidad española, según dice la directora académica de esta institución en Nueva York, Alicia Martínez Crespo.

La sede neoyorquina examina por diversos motivos a unos 800 candidatos al año, pero ha percibido un «aumento enorme» desde que se aprobó la Ley 12/2015, de 24 de junio, mientras que en la sede de Miami, con capacidad para examinar en torno a 600 personas al año, hay una «demanda muy alta», añade.

No todos esos candidatos en EE.UU. son estadounidenses de nacimiento: aunque esa nacionalidad puede constar en su pasaporte, muchos son latinoamericanos y «sobre todo» venezolanos, relata la jefa de estudios, y en esos casos deben probar su destreza en el idioma español, de lo que estarían normalmente exentos.

La tendencia coincide con lo que ha visto estos últimos meses la historiadora Sara Koplik, directora de alcance comunitario de la Federación Judía de Nuevo México, que ayuda a los interesados en obtener la ciudadanía y expide certificados de origen sefardí.

Junto al CCSE y, si es oportuno, el certificado de español de nivel A2 o superior, es requisito necesario para solicitar la ciudadanía española probar la condición de sefardí originario de España y tener una especial vinculación con el país.

Koplik relata que han contactado con la Federación unas mil personas de 50 países, especialmente México y Venezuela, una cifra «abrumadora» de cara a un proceso que implica dedicación y tiempo, ya que los solicitantes pueden tener problemas con el idioma o con el análisis de su árbol genealógico, además de un coste económico.

Acreditar ascendencia sefardí es relativamente sencillo para la comunidad judeoespañola de Nuevo México, vinculada a unas 80 familias de origen español, pero puede suponer un reto para los judíos conversos o askenazís del este de Europa.

En esos casos, explica Koplik, se estudian otras características diferenciadoras como nombres familiares, costumbres relativas a la alimentación, tradiciones orales o si se habla ladino.

Todos los solicitantes, algunos con historias «conmovedoras» y procedentes de todo el mundo, sitúan bajo la misma «constelación de razones» su motivación para recuperar la condición española, comenzando por el «reconocimiento» histórico al «sufrimiento de sus antepasados».

La aceptación institucional de que la Inquisición expulsó a los sefardíes les reconforta «independientemente de su religión actual», desgrana la historiadora, si bien también cita la preocupación por las políticas del presidente estadounidense, Donald Trump, o sus conexiones familiares y laborales con España.

Esos motivos los comparte Ana María Gallegos, una reportera de tribunales de 53 años criada en una familia «muy católica» en Española (Nuevo México). Sus padres y abuelos siempre dijeron que eran españoles y su tía que eran judíos, así que decidió indagar.

Para Gallegos, hoy residente en Málaga, conocer su origen judeoespañol fue «la guinda» de un proceso muy «emocional» gracias al que ella y su hija de trece años han adquirido en las últimas semanas la doble nacionalidad: «La mejor manera de honrar a nuestros antepasados», asegura.

«Le expliqué a mi hija que era extremadamente histórico que lograra su ciudadanía española 526 años después de que sus ancestros empezaran a ser expulsados de España», relata la reportera, amante de la lengua «perdida» por su generación, la tierra, la música y la gente españolas, que le hacen sentir «en casa».

Una sensación similar expresa también Manuel Montoya, un profesor de inglés de 27 años nacido en Albuquerque (Nuevo México) que se fue a trabajar a Menorca en 2014 y hoy, ya nacionalizado, reside allí con su esposa española, con quien disfruta del «estilo de vida» patrio.

«En Estados Unidos la vida es muy rápida, siempre hay prisa. Aquí es mucho más tranquilo y es más fácil viajar», dice el profesor, que planea conocer Europa y aún más España, en especial Ciudad Rodrigo (Castilla y León), de donde era su antepasado Simón de Abendaño.

«Fue el vínculo de mis raíces sefardíes. Dieciséis generaciones nos separan. Se fue de España para vivir en Nuevo México y las generaciones siguientes se quedaron allí hasta hoy», relata el joven antes de agradecer a su abuela, española, haberle abierto la puerta a la ciudadanía. EFE

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