Cold war, actores magníficos, magnetismo puro

2 enero, 2019

Henry Weich

AHAVA BEIAMIM KARIM (Cold war, Polonia, 2018) Dirección y guión: Pawel Pawlikowski El film empieza en 1949, en la Polonia rural donde Wiktor, pianista y compositor, (Tomasz Kot), e Irena, productora (Agata Kulesza), están grabando canciones del pueblo, tristes historias de amor, bebida, y penurias, elementales, básicas. Bajo el estandarte de la compañía Mazurek (inspirado en la real compañía Mazurek) le hacen audiciones a músicos y bailarines para representar a la auténtica Polonia, asegurando que “nunca más el arte del pueblo será despreciado”.

Esos jóvenes serán alojados en una casa de campo por un mes, como en una especie prehistórica de un televisado show de realidad y serán entrenados en pintorescas formas polacas musicales, con algunos que serán examinados para roles estelares, listos para ser exhibidos en eventos teatrales ante funcionarios del partido y aun funcionarios extranjeros.

En una de esas audiciones aparece Zula (Joanna Kulig), una enigmática joven haciéndose pasar como una chica de campo que interpreta lo que no es una canción de las montañas polacas sino una aprendida de una película rusa. Irena detecta algo que le parece un engaño pero Wiktor está inmediatamente fascinado por Zula de la cual se rumorea haber matado a su padre, Dice que él la confundió con su madre y de ahí que usó un cuchillo para enseñarle la diferencia.

Muy pronto se convierte en una estrella de Mazurek, impertérrita a las autoridades que quieren que se canten las loas de Stalin y la reforma agrícola. Muy pronto surge un romance apasionado entre Wiktor y Zula, y él la va convirtiendo en una estrella. La relación entra en crisis cuando vienen a actuar en Berlín Este y hay una perfecta oportunidad para desertar, encontrándose en cierto lugar a un cierto tiempo. La pregunta es si uno de los dos flaqueará en el intento. Es una historia que se extiende durante quince años, con altibajos y con una extraña secuela en París de los años cincuenta donde sus destinos se enredan con una poeta y un director francés, elegantes cameos de Jeanne Balibar y Cedric Kahn.

Tal vez el momento más importante del film se da cuando un obrero está colgando un estandarte fuera de la casa donde los jóvenes han de quedar, reza. “Damos la bienvenida al futuro”. Lamentablemente el hombre cae de su escalera cuanto lo está clavando, e irónicamente no están dándole la bienvenida al futuro, están más bien dándole la bienvenida a un pasado fabricando una tradición de folk que combinará obediencia soviética con conformismo étnico, este segundo concepto es uno que ha sobrevivido a la segunda guerra mundial.

Está muy lejos del mañana real de jazz occidental y rock que las autoridades polacas temen y les disgusta. Justamente es que persistir en las tradiciones artísticas es importante para la diplomacia exterior, para las relaciones con Rusia, es un mundo de viajes privilegiados al extranjero, con temores de deserción, estamos en la “guerra fría” y la pregunta es si las relaciones personales degenerarán en esa idea, pero por otra parte tal vez ese fuera el marco adecuado para el amor pasional entre Zula y Wiktor.

Pawlikowski, saltando sobre fronteras europeas esboza una larga historia de amor, como dicho en el marco de quince años, entre dos músicos polacos, apasionados, desconfiados, con hasta hostilidad violenta, algo ligeramente inspirado en el tempestuoso matrimonio de sus padres, cuyos nombres llevan los actores principales y a quienes está dedicado el film. Blanco y negro, tal como en su magnìfico film “Ida”, en formato casi cuadrado. Se da el típico relato de muchacho pierde muchacha y se reencuentran en una narrativa cronológica lineal que a veces se salta varios años en un solo corte, pero como se separan y se reúnen muchas veces, el tiempo parece detenido, aquí merece el montajista una mención de honor.

Kot será el ancla elegante pero Kulig tiene una presencia fascinante, un magnetismo acaso como alguna actriz famosa francesa, una joven Moreau, por ejemplo. Puede bailar locamente o cantar con sensual languidez, los primeros planos no dejan de halagarla.

El cineasta ha recibido un merecido premio por la dirección en el Festival de Cannes. El título local del film merece una consideración por ser absurdo, por no decir imbécil creación de un tal creativo

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