People march in protest near the Central Kabul Bank, in Kabul, Afghanistan, August 28, 2021, in this still image obtained by Reuters from a social media video. THIS IMAGE HAS BEEN SUPPLIED BY A THIRD PARTY. NO RESALES. NO ARCHIVES.La gente marcha en protesta cerca del Banco Central de Kabul - Foto: Reuters/Archivo de fotos

Ricardo Angoso

Los talibanes, en una rápida ofensiva de apenas unas semanas, consiguieron llegar a la capital afgana, Kabul, e instalar un nuevo gobierno islámico, asegurando que sabrán administrar la victoria y que no habrá espíritu de revancha. Pero quedan la duda y el miedo dado su siniestro historial.

Las imágenes de miles de afganos huyendo despavoridamente por miedo al Talibán y la vergonzosa y humillante retirada occidental serán difíciles de olvidar para todos. La OTAN, ante el rápido desplome del gobierno afgano, que huyó vergonzosamente, tendrá que sacar lecciones de esta crisis y quizá reinventarse.

Mientras tanto, la gente corriente en Afganistán tiene miedo, especialmente las mujeres que temen volver a la Edad Media y miles de afganos ya han huido ante la posibilidad de que se vuelva a instalar un régimen teocrático en el país. Los que se quedaron, que no esperaban que la ofensiva de los talibanes fuera tan rápida y llegaran hasta las puertas de sus casas en Kabul, se lanzaron al aeropuerto y las carreteras en una precipitada y caótica huida.  

La decisión tomada por parte del nuevo presidente norteamericano, Joe Biden, de la retirada total de todas las tropas norteamericanas, siguiendo la senda de Donald Trump en este sentido, encendió las señales de alarma en esta nación permanentemente en guerra.

El resto de los contingentes de la OTAN presentes en Afganistán, tras el paso dado por Washington, también han decidido abandonar el país, dejando a su suerte a los afganos y hasta ahora sus aliados locales. Trump, con su anuncio de retirada de las tropas, alentó a los talibanes a seguir en su guerra total y desanimó a las fuerzas afganas que luchaban codo con codo con los occidentales.

Veinte años de inútil guerra (2001-2021) no han servido para asentar las instituciones democráticas ni un Estado sólido en esta nación abatida, pobre y siempre sumida en la violencia. “Han sido casi 20 años de ocupación militar, al precio de 50.000 civiles y 70.000 soldados afganos muertos, 2.500 estadounidenses caídos en el campo de batalla y 800.000 millones de dólares de gastos”, señalaba en un reciente análisis el sociólogo Sami Nair.

Tampoco la presencia occidental ha permitido generar un clima político propicio para superar por la vía del diálogo el conflicto entre los talibanes y las fuerzas del legítimo ejecutivo afgano, aunque se intentaron unas negociaciones que resultaron, finalmente, fallidas. 

Los talibanes, que parecen controlar ya casi todo el del territorio afgano, saben que era cuestión tiempo -poco- acabar dominando todo el país e instalar un gobierno de corte islamista en Kabul.

La moral del ejército afgano, tras haber sido abandonado por los occidentales, estaba por los suelos y muchos de sus soldados ya han desertado por miles hacia Tayikistán y Pakistán.

Otros miles de agentes de la policía y de las Fuerzas Armadas ocultan ahora sus uniformes y se esconden de los talibanes.

Ambos países ya sopesan abrir campos de refugiados para recibir las “oleadas” de afganos ante el colapso del gobierno de Kabul y la victoria del Talibán, tan temida como presentida. La intervención occidental ha concluido con un fracaso total y sin haber dado los frutos esperados, en el sentido de haber democratizado y modernizado el país dejándolo al frente de una administración responsable y elegida en las urnas por los propios afganos.


Los orígenes de la guerra contra los talibanes

En octubre del año 2001, una vez que los Estados Unidos habían sufrido los ataques del 11-S, las fuerzas occidentales, con el apoyo de algunas milicias locales antitalibanes, comienzan su ofensiva contra el Gobierno integrista de Kabul. En apenas unas semanas, a finales de ese mismo año, los objetivos políticos y militares se han conseguido y una administración prooccidental, liderada por Hamid Karzai, se instala en el nuevo Afganistán. La victoria era un espejismo, el prólogo de una larga guerra y un interminable conflicto.

En estos veinte años largos, los más de 130.000 hombres desplegados por un contingente militar formado por casi 50 naciones no ha conseguido derrotar a los talibanes, conformar una fuerza militar local capaz de imponer orden y seguridad en el territorio y garantizar, al menos, que la amenaza terrorista fuera conjurada en las ciudades más importantes del país.

Unos cuatro mil soldados de la alianza liderada por los Estados Unidos han fallecido en esta guerra y de ellos el 60% eran norteamericanos.

Después de veinte años, llegó la hora de aceptar dos verdades importantes respecto de la guerra en Afganistán. La primera es que no habrá ninguna victoria militar del Gobierno y de sus socios estadounidenses y de la OTAN en ese país.

Las fuerzas afganas, si bien son mejores de lo que eran, no son lo suficientemente buenas, y es poco probable que alguna vez lo sean, para derrotar a los talibanes. Esto no se debe simplemente a que las tropas del Gobierno carezcan de la unidad y el profesionalismo para imponerse, sino a que los talibanes están altamente motivados, gozan de un respaldo considerable en el país y cuentan con el apoyo y crucial refugio de Pakistán», aseguraba Richard N.Haas, experto en temas internacionales y ex asesor de George Bush. Así es como ha ocurrido y las palabras de este asesor en temas de seguridad han resultado proféticas.

Las autoridades “democráticas” instaladas en Kabul por los occidentales han fracasado política y militarmente frente a los talibanes, revelando el fracaso de toda una estrategia democratizadora para este país que ahora naufraga en medio de la guerra y el caos. La democracia ha sido siempre una idea ajena a esta nación, en parte porque hay ni tradición ni historia que avalen su éxito en una sociedad tan arcaica y primitiva.


Del hartazgo norteamericano al avance Talibán

“En Washington, ya nadie habla de Afganistán”, explicaba Mark Maz­zetti, corresponsal de The New York Times en la Casa Blanca y ganador del Premio Pulitzer. “En la capital y en todo Estados Unidos hay mucho hartazgo de la guerra más larga en la que hemos participado. Ya no está entre las prioridades de nadie. La CIA cree que Afganistán está devorando demasiados recursos. Incluso en el Pentágono, que solía mostrar más interés que los demás, están quedándose ya sin fuerzas”, añadía el analista Wiliam Dalrymple en la misma línea.

Este hartazgo reinante en Washington, tanto en la época del presidente Donald Trump y ahora con Biden, ha sido explotado por los talibanes que, de una forma sibilina y paciente, han estado esperando a que los occidentales se marchasen para poner en marcha toda su fuerza para lanzarse a la ofensiva final que les llevaría de nuevo al poder. Trump, con su anuncio de marcha, alentó la ofensiva de los talibanes que ahora culmina con la caída de Kabul.

El actual inquilino de la Casa Blanca, Joe Biden, al final ha acabado compartiendo la misma política que su antecesor. La administración norteamericana se ha movido en este conflicto entre la frustración por los escasos avances logrados sobre el terreno y la inacción diplomática, contando poco con los vecinos de Afganistán y apenas consultando a sus aliados con respecto al futuro del país. 


Muchas preguntas sin respuesta

El futuro del país no se presenta nada halagüeño, desde luego, y a los problemas estructurales se le suman los coyunturales.

En primer lugar, en Afganistán nunca ha habido la unidad suficiente como para construir un Estado coherente, autónomo y estructurado territorialmente.

No es difícil de prever que uno de los escenarios más previsibles de cara a los próximos años, es que se agudicen las viejas fisuras tribales, étnicas y lingüísticas que caracterizan a la sociedad afgana y las mismas desgarren al país en interminables conflictos.

La guerra civil no ha concluido y todavía hay numerosos grupos antitalibán alzados en armas en varias partes del país. La finalización de la guerra está muy lejos todavía.

¿Pero podrá sobrevivir Afganistán sin la ayuda exterior y sin el apoyo de los Estados Unidos y de los países miembros de la OTAN? Será muy difícil sin la ayuda internacional mantener un Estado eficaz, moderno y funcional en las actuales circunstancias.

El país está devastado y destruido desde sus raíces. A pesar de la rápida victoria de los talibanes, la economía afgana se encuentra al borde del colapso, es absolutamente dependiente del tráfico de drogas y hasta ahora estaba conectada a las ayudas que recibe de un Occidente también cada vez más cansado de la interminable crisis afgana y el elevado grado de corrupción que impregna a toda la administración. Ahora esas ayudas, con la llegada de los talibanes, se acabarán.

¿Habrán cambiado los talibanes tal como pretender mostrar en sus primeros días al frente del gobierno ante su opinión pública y ante el mundo?

Visto el comportamiento de los talibanes en los últimos meses, cometiendo ataques terroristas indiscriminados contra objetivos civiles y aplicando una estricta y rígida interpretación de la ley islámica -la sharía-  en los territorios que iban ocupando, no parece que ahora vayan a cambiar de la noche a la mañana, pese al anuncio de buenas intenciones e incluso las declaraciones iniciales de sus líderes en el sentido de que no perseguirán a las mujeres. El tiempo nos dará la respuesta de si realmente han cambiado. 

¿Pero qué es lo que ha fallado en la estrategia occidental en Afganistán y lo que ha llevado a esta clara derrota en los campos de batalla?  Y respondo a la cuestión con unas palabras de William Pfaff y que ponen en entredicho esa creencia occidental de que nuestros valores políticos, éticos y morales son compatibles en cualquier latitud geográfica debido a nuestra superioridad, tal como lo hemos intentado en Afganistán y en Irak. «Obligar a los votantes renuentes a una democracia es una idea intelectualmente insostenible, así como imposible de alcanzar», señala Pfaff. ¿Será así, volverá Afganistán a ser ese territorio indómito sin futuro y sin ley para sus sufridos habitantes? ¿Sabrán comportarse los talibanes como un gobierno civilizado y respetuoso con los derechos humanos?

[email protected]

@ricardoangoso

Compartir
Subscribirse
Notificarme de
guest
0 Comentarios
Inline Feedbacks
Ver todos los comentarios