El Primer Ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, ha sido imputado en tres casos de corrupción. Es algo delicado y avergonzante.
La ley indica que un Primer Ministro no puede ejercer el cargo si es juzgado culpable de los delitos que se le imputan. La práctica común y aceptada, es que un funcionario de tal rango presente su dimisión y se aboque a su defensa desde el momento de ser imputado.
Pero veamos con algo más de detalle la situación.
Netanyahu es el Primer Ministro con más tiempo de servicio acumulado en el cargo. Ha sido muy exitoso en su gestión, tanto desde el punto de vista económico al colocar la economía israelí en su tope, como a nivel de relaciones exteriores y posicionamiento del país a nivel mundial. Israel es hoy día una economía sólida, con crecimiento, de bajísima inflación y bajo desempleo. Exportadora. Claro, persisten problemas de desigualdad social y muchas cosas por resolver.
A pesar del conflicto palestino-israelí y su influencia en la opinión pública, muy sesgada en contra de Israel, este último tiene el récord histórico de embajadas y oficinas de representación en su historia. Es un logro nada despreciable.
Netanyahu ha sido consistente en desenmasacarar a Irán y sus intenciones respecto a su programa nuclear. Actuando en contra del sentir mayoritario de Europa y, en su momento, de los Estados Unidos, se puede decir que ha conseguido victorias importantes en cuanto al tema, cuya calificación respecto a Israel es, sencillamente, vital.
Se codea de igual a igual con los jefes de estado de las principales y más importantes potencias. Estados Unidos, Rusia, Gran Bretaña, Francia. Su relación con Donald Trump, ha resultado muy significativa para lograr el reconocimiento americano sobre Jerusalén, la mudanza de la embajada a la ciudad, el status del los Altos del Golán y más recientemente, la consideración sobre los asentamientos israelíes en la Margen Occidental.
Se puede no estar de acuerdo con ciertas posiciones de Netanyahu, pero no se pueden negar sus éxitos en cuanto a lograr sus objetivos trazados. Algunos discutirán acerca de su aproximación respecto a los Estados Unidos, de su enfoque acerca del problema con los palestinos, de su manejo respecto a Gaza. Pero es indudable que debe ser catalogado como un gobernante exitoso, con un país pujante y fortalecido.
Debemos agregar que el esperado “Acuerdo del Siglo”, que debería ser anunciado por la administración Trump, tiene como su mejor negociador a Benjamín Netanyahu. Difícilmente alguien diferente al actual Premier pueda ser contraparte de nivel para la administración americana. Bien por el contenido de la propuesta, bien por el compromiso implícto de ser un “país amigo” quien lo presenta, y al cual resulta difícil llevarle la contraria.
La figura de Netanyahu se convirtió en una muy fuerte, intimidante quizás. Sus rivales políticos, de adentro de su partido y más aún de aquellos que lo adversan, se han visto incapaces de desplazarlo. Primer Ministro desde el 2009, en su segundo y más largo mandato, lo han hecho un líder respetable, y a veces, hasta indispensable.
El sistema electoral israelí, dependiente de muy frágiles coaliciones no ha sido capaz de desbancar a Netanyahu en las últimas elecciones. A su popularidad, su buen performance y manejo de medios, además de su habilidad y picardía política, debe añadírsele el desgaste de la izquierda israelí en todo el espectro. Una izquierda dividida, y con planes de paz que rayan en la utopía y cuenta con muy pocos logros concretos desde los acuerdos de Oslo.
Entonces, la manera de sacar a Netanyahu, ha surgido a través de su imputación y enjuciamiento. Aún si aceptásemos la idea que debe renunciar sólo con la imputación, o luego de obtenido un veredicto desfavorable, lo cierto del caso es que Netanyahu es desplazable no por votos, sino por fiscales, abogados y jueces.
La imputación de Netanyahu ocurre en pleno proceso de formar coalición, fallida al momento de la misma. No sabemos si ha de renunciar, seguir en el cargo, formar coalición o llamar a elecciones. Tampoco si habrá primarias en su partido para ratificarlo o remplazarlo.
En la ley judía, y en cualquiera otra, una persona no puede ser castigada dos veces por el mismo crimen. De ser culpable de los cargos que se le imputan, Benjamín Netanyahu habría de pasar vergüenza, renunciar y ser encarcelado. Al haber sido sólo imputado, ya ha pasado vergüenza. Aún sin renunciar y sin haber sido juzgado. Ya, en la actual circunstancia, la opinión pública ha dado un severo castigo a Bibi. Quizás debiera ser suficiente. Pero con toda seguridad, el castigo que ha de recibir en caso de ser declarado culpable, va a resultar doble. Y en caso de resultar inocente… ya ha recibido su buena dosis de castigo sin juicio previo.
La sociedad israelí es exigente y correcta. Los políticos no quedan impunes de casos criminales. Las instituciones y la institucionalidad se respetan. Y esto es garantía de justicia y transparencia. Pero el celo en exceso de formas, aunado a odios y agendas ocultas o descubiertas, en medio de una difícil situación nacional y de seguridad… preocupa.
Celebramos que en Israel impere la ley. Pero hay algo que molesta… y todos sabemos a que nos referimos.
Veremos.