Foto: Sargento primero Kylee Gardner / Fuerza Aérea de EE. UU. Foto: Sargento primero Kylee Gardner / Fuerza Aérea de EE. UU. vía Wikimedia Commons Dominio Público

Por Eldad Shavit y Yoram Schweitzer

La salida estadounidense estuvo inicialmente acompañada de una sensación de caos y transmitió la impresión de un escape.

El ataque suicida del Estado Islámico-Provincia de Khorasan, en el que murieron 183 personas, incluidos 13 soldados estadounidenses, eclipsó la medida, que reflejó principalmente el cambio en las prioridades de EE. UU. y, en la práctica, la implementación de la política liderada por los expresidentes Barack Obama y Donald Trump.

Las duras señales de la retirada acompañan a la Administración hasta el día de hoy, y es posible que contribuyan en parte a la impopularidad del presidente.

Sin embargo, desde una perspectiva a largo plazo, la decisión de retirarse fue correcta y no perjudicó la poderosa posición de Estados Unidos.

Además, permite que la Administración dedique su atención y recursos a los principales desafíos que enfrenta: la competencia con China y la confrontación con Rusia tras la guerra en Ucrania.

La salida condujo a una nueva toma de Afganistán por parte de los talibanes, lo que significa la imposición de la ley islámica extrema y un deterioro significativo de los derechos de las mujeres.

El país también está experimentando una crisis económica y humanitaria.

Los desarrollos son problemáticos, pero desde el punto de vista de la Administración estadounidense, la culpa no es de ella sino de los talibanes, que podrían haber recibido ayuda internacional si hubieran seguido una conducta diferente.

El asesinato selectivo que condujo a la eliminación del líder de al-Qaeda, Ayman al-Zawahiri, refleja el desprecio por parte de los talibanes de su compromiso con los Estados Unidos en el Acuerdo de Doha de evitar la presencia de la organización en el país.

Al mismo tiempo, para la Administración Biden, fue la prueba de que el terrorismo fundamentalista puede ser enfrentado incluso desde lejos si hay inteligencia y capacidades precisas.

Además, la voluntad de la Administración estadounidense de ayudar a Ucrania incluso sin enviar tropas es una prueba de que, incluso después de la retirada de Afganistán, está dispuesto a ayudar a sus aliados si lo necesitan.

En lo que respecta a Israel, la retirada no supuso un giro operativo significativo, porque las organizaciones yihadistas salafistas suníes no centran sus actividades en su contra.

Más bien, para Israel, el significado principal está en la esfera moral cognitiva; asimismo, para el eje chií, destacó la debilidad de EE.UU. como fuente poco confiable de apoyo para sus aliados.

Además, Irán, el principal rival de Israel, debe prestar más atención a este sector, pero está claro que esto no perjudica su actividad en la región.

El daño a la imagen estadounidense no cambió significativamente la conducta de los actores regionales, como también se reflejó durante la visita de Biden a la región.

Por un lado, les interesa y necesitan la proximidad de Estados Unidos; pero por otro lado, entienden que su política hacia la región es ciertamente mucho más cautelosa en cuanto al uso de recursos militares, por lo que es importante actuar y crear alternativas estratégicas.

Fuente: INSS – The Institute for National Security Studies

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One thought on “A un año de la retirada de EEUU de Afganistán”
  1. A un año…
    La decisión de retirarse de Afganistán sería correcta, pero en el desorden que hubo al retirarse se llevaron consigo a más de 300 terroristas que EUA sabía que eran un peligro para el país. Ahora están regados en todo el país y es muy difícil arrestarlos para deportarlos.

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