Corte Suprema de Israel - Foto: Wikipedia

Es el silencioso lema -o el oculto deseo- que en estos días recorre las venas de no pocos políticos que protagonizan la escena israelí. Se transformará tal vez en un desafortunado grito en los próximos días o semanas cuando el tercer torneo electoral tomará cuerpo y velocidad.

La voz inicial ya emanó de Benjamín Netanyahu al cuestionar la autoridad de la Suprema Corte para decidir si su aspiración de constituirse nuevamente en Primer Ministro -cuando cargos por presuntos delitos gravitan en su persona- es filosófica y jurídicamente aceptable. En su opinión, “sólo el pueblo puede y debe responder a esta cuestión”. Celebrada frase demagógica.

Con este reiterado eslogan parece olvidar que la conducta del pueblo -de cualquier pueblo- en el pasado como en el presente ha sido y es con frecuencia injusta y arbitraria a menos que alguna constitución o ética pública la regule y discipline.

En otras palabras: olvida a Montesquieu quien cincuenta años antes de la Revolución Francesa proclamó la necesidad de un poder debidamente equilibrado entre grupos e intereses que -cuando son autónomos e independientes- instituirán la injusticia, el desorden y la arbitrariedad, cuando no una darwinista batalla social.

Desde entonces ciudadanos y pueblos bien lo saben: el equilibrio de las tensiones entre los poderes y la necesidad de poner freno a compartidos instintos arbitrarios son el único mecanismo que conduce a una razonable y duradera democracia.

No es seguro de momento que algún miembro de la Suprema Corte de Israel atenderá el caso Netanyahu. Ha trascendido que serían de tres  hasta nueve -número impar para garantizar un claro pronunciamiento- los jueces que tratarían el asunto. Sin embargo, la probabilidad de que en verdad esto suceda es de momento lejana, y si se verifica será probablemente después de conocer los resultados de la costosa vuelta electoral y sólo en el caso de que Bibi obtenga suficientes votos como para instituir una efectiva coalición gubernamental.

Dos condiciones que son hoy objetos de rivales apuestas.

Juzgo que si Netanyahu pierde en el juego electoral y si ninguna instancia judicial o pública lo considera responsable por algún delito, él cuenta aún con excelentes posibilidades de ocupar la jerosolimitana residencia presidencial.

Dos requisitos deberá satisfacer hasta entonces:  el primero, preservar un sano equilibrio retórico que no siempre guarda afinidad con su carácter, y el segundo, releer algunos textos de Montesquieu y de I. Berlín para quienes el equilibrio personal y en el poder constituye la prenda indispensable para ingresar con nobleza a la Historia.

¿Tendrá tiempo o voluntad para recordarlos?   ■

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