Hace falta reaccionar ante la corrupción

8 marzo, 2017
Foto: Ilustración - Wikipedia

La sociedad israelí la naturaliza cada vez más
Benito Roitman
¿Habrá que resignarse? La sociedad israelí parece estar anestesiada, o al menos indiferente, frente a lo que sucede en el escenario político del país, así como parece aceptar con un encogimiento de hombros (o en el mejor de los casos, con algún comentario irónico) las repetidas noticias sobre continuos actos de corrupción a todo nivel. Es notoria la falta de reacciones –o la rapidez con que éstas se desvanecen- frente a noticias o acontecimientos que en cualquier otra circunstancia habrían llevado a convocar manifestaciones, protestas indignadas, llamados a la responsabilidad pública.
Hace poco más de una semana, se presentó el informe del Contralor General de la Nación sobre la guerra de Gaza, conocida como la Operación Margen Protector y que se extendió durante 50 días en el verano de 2014. Los duros juicios críticos contenidos en este informe, referidos a prácticamente todos los responsables políticos y militares en aquella oportunidad –gran parte de los cuales continúan con iguales o similares responsabilidades- han llevado más que nada a furiosas declaraciones de varios de ellos condenando “inexactitudes” o “exageraciones” del informe o a descargas de culpas hacia otros responsables… y más allá de eso, aquí no ha pasado nada.
Peor aún; ha servido para que, muy sueltos de cuerpo, varios miembros del Ejecutivo comenten alegremente sobre la próxima guerra, que se encontraría a la vuelta de la esquina. Eso, que equivale a privilegiar el combate, el enfrentamiento bélico, la lucha armada, frente a la negociación y a los acuerdos pacíficos, no ha suscitado ningún clamor en esta sociedad, pese a su proclamada preferencia de la vida por sobre la muerte. Y vale la pena señalar que en el citado informe se hace hincapié precisamente en la falta de voluntad manifestada entonces en el gobierno por recurrir a negociaciones diplomáticas antes de –o en lugar de- embarcarse en esa operación militar. Pero esa crítica, a mi juicio una de los puntos más importantes del informe, ha pasado casi desapercibida.
Y ahora llueve sobre mojado. En las últimas semanas nos habíamos enterado que el Primer Ministro Biniamín Netanyahu habría participado en febrero de 2016 en una reunión con el entonces Secretario de Estado norteamericano John Kerry, el Presidente de Egipto y el Rey de Jordania. Con base en lo discutido en esa reunión, Netanyahu llevó a cabo conversaciones con Itzjak Herzog, jefe de la oposición, entre marzo y mayo de 2016, para conformar un gobierno de unidad nacional. Como es notorio, esas negociaciones se truncaron con el ingreso de Avigdor Liberman –el 30 de mayo de 2016- a la coalición de gobierno como Ministro de Defensa. Lo que se sabe ahora (ver la nota de Barak Ravid en la edición en inglés de Haaretz del 5 de marzo de 2017) es que, aparentemente por la continua presión del Secretario de Estado John Kerry, en permanente contacto con Netanyahu, se llevaron a cabo nuevas conversaciones y contactos entre éste y Herzog. Netanyahu preparó un documento que hizo llegar en septiembre 13 a Herzog, que contenía el borrador de una eventual declaración conjunta, referida a una iniciativa regional de paz. Esos contactos se mantuvieron, de acuerdo a la versión de Haaretz, durante las semanas siguientes y hasta Iom Kipur, en octubre, cuando finalmente se cancelaron (sobre los motivos de esa cancelación corren versiones contradictorias, pero conviene no olvidar cuan cerca se estaba entonces de la fecha de las elecciones presidenciales en los EEUU). Otra oportunidad perdida, y van…
Y en cuanto a la corrupción… En términos objetivos (si cabe hablar de objetividad con respecto a un tema como el de la corrupción) la reputada organización Transparencia Internacional ubica a Israel en el puesto 28 –con un puntaje de 64- en el Indice 2016 de las Percepciones de Corrupción (se trata de un Indice que va descendiendo de 100 a 0, y que incluye más de 175 países). A título de ejemplo, cabe señalar que Israel se ubica, en ese Indice, por debajo de Uruguay (que alcanza 71 puntos) y Chile (con 66 puntos). Pero quizás tan importante como la ubicación del país en una tabla, sea la percepción que la sociedad tiene del fenómeno de la corrupción. La legislación, naturalmente, la condena y establece sanciones contra ella; sin embargo, cabe preguntarse si –en paralelo a esas sanciones legales- la sanción social contra la corrupción es tan fuerte como uno esperaría que fuese.
Y la respuesta es ambigua, aunque en vista de la afluencia de noticias sobre las investigaciones vinculadas con casos de corrupción en varios ámbitos de la actividad pública y privada, en vista de la naturalidad con que en las conversaciones cotidianas se acepta su existencia y se convierte en anécdota, quizás pueda aplicarse a esta situación las inmortales estrofas del tango Cambalache: “Hoy resulta que es lo mismo/ ser derecho que traidor,/ ignorante, sabio o chorro ,/ generoso o estafador…/ ¡Todo es igual!/ ¡Nada es mejor!/ Lo mismo un burro/ que un gran profesor.”
Incluir en un mismo texto unas referencias a (frustradas) negociaciones políticas para restablecer conversaciones que conduzcan a acuerdos de paz, junto con la mención de la muy aparente falta de sanción social que tienen los delitos de corrupción en esta sociedad, no es una mera casualidad. Se trata, en ambos casos, de circunstancias y acontecimientos que marcan el funcionamiento de la sociedad. Y en ambos casos la respuesta de esa sociedad no está a la altura de las expectativas.
De hecho, el ejercicio de la democracia en Israel, expresión que tanto se complace en utilizar su clase política, parecería centrarse casi exclusivamente en la elección de los representantes populares a través de los sufragios. Una vez cumplido con ese rito, la sociedad estaría contemplando desde platea -dormitando quizás- cómo se ejerce el poder, cómo se tergiversa la ley. Y esto se refiere también a la impunidad con que se viene poniendo límites al pensamiento crítico, pero eso sí, con estricto respeto a las reglas y mecanismos legales (“porque por algo somos mayoría”).
En todo caso, siempre cabría consolarse con la idea de que no se trata sólo de un modo de funcionamiento de la sociedad israelí sino que ésta comparte en gran medida un estado de ánimo cuasi universal. Y sin embargo, mientras en casi todos los países industrializados –y también de sus periferias- es cada vez más notoria la insatisfacción con sus modelos de gobierno (lo que explica en gran medida la presente inclinación a apoyar propuestas populistas, pero también el comienzo de reacciones que buscan construir sociedades más justas y solidarias), en Israel se mantiene aún una preferencia por el mantenimiento del estatus quo, referido tanto a los modelos políticos como a los económicos. Pero la historia enseña que navegar contra la corriente es posible sólo durante algún tiempo; por ello no se trata de resignarse, y menos aún cuando tanto está en juego. Se trata más bien de volver a reencontrarse con los valores que guiaron en su momento la construcción de este país.

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