¿Vivir el momento?

19 octubre, 2016

Aarón Alboukrek
La cantidad ingente, desordenada y trashumante de textos de autoayuda en muy diversas lenguas, armados y forrados de grandes citas descontextualizadas de pensadores famosos, sabios o ignorantes de todos los tiempos, y acopiados en miles de supermercados, restaurantes, cafés, librerías, estaciones de radio, almacenes departamentales, telenovelas y líneas cibernéticas de diverso tipo de prestigio, entre otras mediaciones estilo oráculo, nos excitan a considerar, tras el respectivo desembolso o el tiempo cedido, una de las más sabias y hurgadas  esencias de sus vitales consejos: vivir el presente intensamente, cada momento, cada instante, atesorarlo, atraparlo como si el abismo estuviera a cada paso, si se me permite inventar algunos verbos de fácil deducción, hedonizarlo, engrasaturarlo, carbohidratalizarlo, glucolizarlo y trepidar gozosamente ante la evidencia del montaraz y traidor azar mortal de la existencia. No se dice claro está que se trata sólo de momentos gratos, risueños, intensos, estimulantes. Olvidar entonces el pasado, tiesura irremediable, trampa del tiempo, escaramuza de espantadizos, si no de cobardes que huyen de sus turnos. El presente continuo en pedazos vivenciales personalizados, amañados en la ficción del desengaño, de la esperanza itineraria del camino sin derrotas.
Este panegírico o himno actual a la segmentación inconexa, coincide brutalmente con la atomización del mundo cell phone, del cibermundo fast track, del mundo más face que book, del cosmos aislacionista de la vida conectada en línea, y paradójicamente se enlaza  en un aspecto basal del nuevo transhumanismo que visualiza en la posibilidad tecnológica el rediseño del ser humano, átomo por átomo, para liberarlo del dolor y alargar su vida. No obstante, la contradicción salta a la vista: reproducirse requiere de continuidad, la civilización se produjo por la capacidad de transmitir experiencia, la educación se va edificando libro a libro, el amor se desliza en la memoria, la ciencia es una estafeta del pensamiento, la guerra un archivo rojo de vergonzosos olvidos perpetuos, los hijos una responsabilidad eterna, la longevidad un cofre de durezas, la culpa una oportunidad de reconstrucción, el miedo una mise en abîme.
La profundidad, belleza y conectividad de lo efímero en la vida nada tiene que ver con la mercadotecnia del instante purificado ante la muerte acechante; sin memoria somos menos que fango, sin pesadez de historia, esqueletos erotizados, y sin utopías seres espesando la fugacidad del bocado. ¿Cómo encontrar la paz, la concordia, con el hedonismo situacionista? ¿Cómo destruir el odio del enemigo, el propio nuestro? ¿Cómo vivir un instante de desesperación, propio, o del otro al que le mataron a su amigo, su hijo, su amante en la guerra? ¿Cómo afrontar la muerte por hambre de la infancia abandonada a la suerte perra? Ah, la mercadotecnia de la autoayuda del segmento inconexo no considera el horror, tal y como en los videos juegos actuales de guerra en los que no hay sangre al matar mil veces si se quiere al mismo enemigo, en mil instantes adrenalínicos, y donde los campos de concentración no aparecen en la historia, pasada o moderna. ¿Cómo dejar abandonados a los que están ahora en guerra, huyendo de ellas, temblando frenéticamente con tan sólo fragmentos egoístas incoherentes que se diluyen en las aguas de Narciso? ¿Qué hacer con la  Hiroshima, el Auschwitz,  el Alepo, el horror indeleble del ayer, del hoy, del mañana?
La política es un arte del instante porque aprovecha los momentos para reorientarse y clavar sus hierros cortantes, ¿le beneficia la paradójica segmentación  inconexa de la realidad que está generando la cibernética comunicativa y los consejos de una mercadotecnia abusiva y desviacionista para enriquecer a sus dueños? ¿Le beneficiará a los estados la posibilidad médico-tecnológica de rediseñar átomo por átomo al ser humano para hacer soldados invencibles sin miedo al dolor? ¿El poder se favorecerá de tener a todos conectados al retraimiento?
Estamos frente a una era insospechada, la selección natural y el azar se están estrechando, se confrontan con la posibilidad cada vez más real de la elección. El chocante aislacionismo de la comunicación cibernética y la vivencia del momento inconexo como una droga ante las calamidades humanas no permitirá deshacernos de las guerras ni buscar utopías salvadoras porque estaremos ocupados en cambiar nuestro ADN y en no dejarnos verdaderamente memorizar. Estamos abriendo, en la época histórica de mayor acumulación informativa y de conocimiento el mega archivo globalizado multilingüe del Olvido.

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