Una discusión presupuestal más de tantas

31 agosto, 2016
ðùéà äîãéðä øàåáï øåáé øéáìéï î÷áì àú ãåç áð÷ éùøàì îäðâéãä áð÷ éùøàì ÷øðéú ôìåâ öéìåí çééí öç / ìò"î photo by Haim Zach / GPO

Benito Roitman
Otro ejercicio presupuestal en el horizonte, que abarca dos años (esta vez 2017 y 2018). Y otra repetición de encuentros y desencuentros en la asignación de recursos, que sólo logran reproducir, por enésima vez, las tan conocidas discusiones sobre cuanto más lo corresponderá a cada sector, no en función de su importancia intrínseca sino en relación con la fuerza del partido que, dentro de la coalición, lo controla (con la constante excepción de la  asignación de recursos para el sector de defensa, que se juega en otra cancha).
Y las cuestiones de fondo siguen sin tocarse. Porque pese a que el presupuesto constituye la principal expresión de la política económica del Gobierno -y de la política a secas (¿cuántas veces habrá que insistir en esta obviedad, que sin embargo parece importarle poco al conjunto de la opinión pública?), no se elabora en función de un programa comprehensivo de largo plazo, sino que responde a los zigzagueos propios de intereses inmediatistas, preocupados más que nada por el precio requerido para mantener el (inestable) equilibrio que dé continuidad a la coalición de gobierno.
Pero eso no significa que se carezca de una orientación política general. Más allá de los escarceos entre los diferentes partidos y fracciones de la coalición -asignemos algo más aún para los asentamientos, aseguremos la continuidad de la educación religiosa aún a costa de lo secular, consideremos y otorguemos algunas ventajas en el acceso a viviendas a ciertas comunidades-  la voz de orden ha sido y es la de ir disminuyendo sistemáticamente el gasto público como parte del Producto Interno Bruto (PIB). Así, tomando en cuenta los últimos 20 años, el gasto público -entendiendo por tal el gasto del gobierno central, el de los municipios y el del Seguro Nacional-  pasó de representar el  49.8% del PIB en 1995, al 39% en el año 2015 (una caída de 21.7%).
No se trata, justo es decirlo, de algún proceso secreto. Lo que se hace es seguir fielmente el modelo neoliberal. Desde el gobierno se proclama a voz en cuello el propósito de continuar disminuyendo la participación del sector público en las actividades del país, con la concomitante disminución de los ingresos públicos, lo que también se viene produciendo a lo largo del tiempo (los ingresos del gobierno general, que se situaban en el año 1995 en el 45.4% del PIB,  han descendido al 37% del mismo en el 2015). Y sin embargo, en cada vuelta presupuestal, se promete a voz en cuello aumentar las asignaciones asociadas al bienestar de las familias y de las personas, en obvia contradicción con la política de .mantenimiento y aún de disminución de los impuestos. Pero continuamos siendo indiferentes a ello.
Este tipo de contradicciones ha sido destacado, entre otros, por el Banco Central de Israel.  En la sesión del Gabinete del mes de agosto en la que se discutió el actual proyecto de presupuesto, Karnit Flug la Presidenta del Banco de Israel, al participar en esa sesión, señaló entre otros puntos que: «En la medida que las decisiones de sobrepasar repetidas veces el techo de gastos (se refiere al límite de gastos establecido por ley. Nota BR) reflejan aparentemente una real brecha entre la habilidad para alcanzar los objetivos y el nivel de gasto permitido, el gobierno debe considerar la necesidad de ajustar la trayectoria presupuestal hasta el nivel apropiado para alcanzar sus objetivos, y ajustar permanentemente el nivel de ingresos a esa trayectoria (negritas en el original)».
Pero estas declaraciones no tienen más que un valor simbólico y son olímpicamente ignoradas, de la misma manera que están siendo ignoradas (¿olvidadas?) las promesas electorales de reducir el precio de la vivienda y de controlar el alza del costo de vida. Mientras tanto, es curioso constatar cómo el conjunto de la sociedad israelí parece convivir cómodamente, por un lado  con el estatus quo político vigente, con el desarrollo de la ocupación en los territorios de Cisjordania, con la inminente (y ya más que inminente) realidad de un estado binacional, y por el otro lado con un proceso económico-social que mantiene y profundiza una injusta distribución del ingreso, al mismo tiempo que se jacta de sus hazañas tecnológicas.

La calma chicha del ambiente local
Y es posible hablar de cómoda convivencia, porque no se percibe un rechazo generalizado a ninguna de esas situaciones. Por el contrario, la conformidad con la continuidad del estatus quo político, económico y social parece ser la constante que -por ahora- caracteriza a esta sociedad, como si prefiriera ignorar y/o dar la espalda a estas realidades, y substituirlas por un doble y contradictorio sentimiento: la soberbia de un pueblo joven y fuerte que forja su propio destino contra todas las adversidades y las angustias de un pueblo anciano y débil que teme un día sí y otro también por su existencia (temor sabiamente alimentado por sus dirigentes) .
En todo caso el actual ejercicio presupuestal, que culminará con su aprobación por la Knéset en los próximos meses, no presentará cambios significativos en el funcionamiento del país, a pesar de su importancia potencial como vehículo de  transformaciones positivas. Se resiente la inexistencia de propuestas frescas en materia de educación, de prestación de servicios de salud,  de apoyo al talento propio para que no sólo se manifieste sino que permanezca siendo propio, y sobre todo se resiente la falta de propuestas frescas en materia de una mayor comprensión del -y de una mayor eventual integración al- espacio geográfico en que esta sociedad está instalada.
No es que falten suficientes estímulos externos para reflexionar sobre la necesidad  de cambios básicos en el país. Toda la región (¿será Israel realmente la excepción?) es un hervidero político y bélico, pero donde están teniendo lugar, además,  transformaciones que se remontan a la ya casi olvidada «primavera árabe» y que seguramente modificarán -están modificando ya-  el carácter y orientación de muchos de sus regímenes y gobiernos. La crisis económica que se manifestara en el 2008 y que se creía superada, parece continuar afectando, a su manera, al mundo globalizado, tanto en materia económica como en términos políticos. Un testimonio de ello es la creciente pérdida de confianza, por parte de las sociedades civiles, en las instituciones gubernamentales, pérdida que se expresa en el debilitamiento de los partidos políticos tradicionales (véase Gran Bretaña, Francia Italia, España, y también Brasil, México, Perú, así como los tambaleantes regímenes asiáticos) y en una búsqueda frenética de nuevas fórmulas de gobernabilidad, pero también de nuevos modelos y estilos de vida.
Pero pese a todo ello, en el ambiente local parece reinar una calma chicha. Y no se trata sólo de los sopores de este cálido verano. La incertidumbre electoral en los EEUU pesa con fuerza en Israel y de alguna manera marca el ritmo de los acontecimientos internos, de tal manera que podría pensarse que ninguna resolución de importancia se ha de tomar antes de conocer los resultados de esas elecciones (y no nos equivocaríamos demasiado). La sensación de seguridad que aporta el mantenimiento del status quo (sin pensar demasiado en los medios que se utilizan para lograr su mantenimiento)  contribuye también lo suyo a esta calma chicha. Y en ese ambiente avanzan procesos restrictivos que minan los principios democráticos y que descalifican los valores más avanzados que alguna vez caracterizaron a esta sociedad.
Dicen que la calma chicha precede generalmente a la tormenta. ¿Es posible prevenirla? Para ello quizás sea preciso internalizar la idea de que Israel forma parte del mundo globalizado, y que no es inmune a los vaivenes internacionales ni a sus regulaciones, a las que está sujeto todo Estado. Puede que entonces comencemos a reaccionar.

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