Una astilla del mismo palo

Pablo Sklarevich
A vuelo de pájaro es fácil notar que el mundo árabe no ha tenido demasiado talento para establecer y mantener estados. Siria, Libia, Irak y el Yemen parecen haber dejado de funcionar como tales. Egipto tiene problemas para controlar la insurgencia islamista en la península del Sinaí y Jordania, exhibe graves signos de inestabilidad, con un veinte por ciento de población compuesta por refugiados sirios. Mientras tanto, el poder real del Líbano se concentra en Hezbollá, una milicia chií extremista que para los efectos prácticos funciona como apéndice de Irán, una potencia regional persa.
Desde ese punto de vista, el viejo slogan de un estado para los palestinos resulta poco menos que paradójico. Los críticos de este planteo sugieren que los palestinos ya tienen de hecho un cuasi- estado, un emirato de Hamás, en Gaza;  y que las perspectivas de otro estado en Cisjordania (Judea y Samaria) no serán mejores, sino que empeorarán las cosas, dado el auge del islamismo y el caos regional.
Con este telón de fondo, y tras la partida del ex presidente norteamericano Barack Obama, la presión externa sobre el primer ministro, Biniamín Netanyahu, parece haber disminuido en gran medida.
Las amenazas a su reinado provienen ahora desde su propio campo. Al igual que en la antigua República Romana, al parecer en Israel gobiernan dos “cónsules”: Netanyahu y Naftalí Bennett, ministro de Educación, y líder del partido religioso nacional Habait Heihudí. Mientras que Netanyahu está cómodo con la indefinición (y la línea de los grandes bloques de asentamientos); Bennett representa el sector revolucionario y movilizador de la derecha que busca fijar hechos en el terreno para anexar lo más que pueda de Cisjordania.
Al tiempo que se ve asediado por una serie de investigaciones judiciales y por el lapidario informe del Contralor del Estado sobre la guerra en Gaza de 2014, el primer ministro posiblemente esté pensando que no hay peor astilla que la del mismo palo.