Un primo entre pares

Foto: GPO - Haim Zach

Pablo Sklarevich
Israel es el objeto “par excellence” en el que gran parte de la intelligentsia europea actual puede depositar su odio sin remordimientos ni complejos de culpa.  Sobre todo, cuando más exitoso es –en los planos económicos, tecnológicos y militares-  más profundo es ese sentimiento. No importa lo que los israelíes traten de explicar.
El historiador holandés Ian Burma, observa que distintos países pueden extraer interpretaciones distintas y construir paradigmas diferentes a partir de un mismo evento.
La catástrofe de la Segunda Guerra Mundial, llevó a Estados Unidos a concluir que es una obligación “derribar al tirano”.
En cambio, la Europa Occidental de la posguerra se esforzó en la búsqueda del consenso y percibió al nacionalismo como la raíz de todos los males.
En este esquema, el resurgimiento nacional de pueblo judío materializado en el Estado de Israel fue “perdonado” e incluso visto con cierta simpatía, mientras aún sobrevivía la generación que fue testigo del Holocausto. Pero a medida que el conflicto árabe-israelí se fue dilatando y mostrando sus aristas naturalmente desagradables, la intelligentsia europea se fue decepcionando de su “judío” que se negaba a asumir el papel esperado.
Las elites “progresistas” de Europa occidental se hubieran enamorado, tal vez, de la idea del judío espiritual y apolítico que el filósofo hebreo alemán Franz Rosenzweig propuso antes de su muerte, en 1929. Pero nunca del israelí mundano, resultado de la vía del estado-nación, que advertía el pensador. Las elites de Europa occidental presumen que el judío precisamente por haber sido víctima del horror más terrible debería comportase en algo así como un “santo”, con un estándar casi imposible. Y como lo que no es blanco es negro… de allí hay solo un paso para regresarlo al papel del “diablo”. Sobre el antisemitismo último de las elites no hay mucho que agregar.
En cambio, en Europa Oriental, fue precisamente el resurgimiento del nacionalismo liberal el factor clave que contribuyó a la liberación de sus países del despotismo ruso-soviético, tras la caída del Muro de Berlín.
En este sentido, resulta poco extraño que el primer ministro, Biniamín Netanyahu, fuera recibido efusivamente semanas atrás por los mandatarios del Grupo Visegrad (Hungría, Polonia, la República Checa y Eslovaquia)  como un primo entre pares.

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