Un imperativo: Recordar a Sócrates

19 septiembre, 2016
Busto de Socrates en el Louvre Foto: Wikipedia

Joseph Hodara
Un recuerdo y una confesión: cuando puse las bases a la Maestría de Estrategia y Logística con el apoyo de Tzáhal y de otras instituciones en la Universidad de Bar Ilán, sus primeros alumnos debieron superar algunos exámenes apenas vinculados con asuntos militares y políticos. En estas entrevistas, el énfasis se ponía en alusiones a la literatura y a la filosofía con el objeto de calibrar la amplitud de los intereses intelectuales de los candidatos. Entre otras, una de las preguntas que se les planteaba con frecuencia rezaba: “¿Recuerda algunos de los libros que Sócrates escribió?”
Un gesto de sorpresa arrugaba a menudo el rostro de los entrevistados. Algunas de las respuestas: “Diálogos sobre la verdad” y “ Atenas y Pericles”. Muy pocos acertaban en emitir la justa respuesta. Vale decir: Sócrates no escribió libro alguno…
Circunstancia que de inmediato conduce a preguntar: “ Si Sócrates se abstuvo en su circunstancia de difundir por escrito sus ideas sobre la democracia ateniense o la naturaleza humana, ¿por qué constituye un tema ineludible en la historia de las ideas, en la praxis política y en libretos teatrales y cinematográficos? La respuesta: nadie antes o después puso de relieve la importancia de cuestionar convicciones, de explorar constantemente alternativas, de oponer objeciones a lo que la autoridad pública o las costumbres consagradas predican e imponen. Una necesidad de entonces y de hoy. Veamos algunas de sus ideas.
Si algo sabemos sobre las andanzas de Sócrates en las calles de Atenas y su influencia en la reducida plaza pública debemos agradecer a filósofos como Jenófones y Platón y a las obras teatrales de Aristófanes. Su actividad cotidiana era conocida y previsible. Temprano en la mañana, su esposa Xantipa lo despedía del hogar pues apenas podía ella tolerar su descuido en la higiene personal y en su vestimenta. Y en la calle detenía el paso a ciudadanos dispuestos a dialogar convencidos como ya estaban por alguna creencia y devotos de las autoridades que entonces presidían a Atenas.
En estos intercambios, que aparecen pulcramente en los textos de Platón, el interrogado emitía con firmeza sus convicciones sobre múltiples temas: la existencia de los dioses, la índole de la justicia, la sabiduría de los astros, la justificación de la esclavitud. Convicciones a las que Sócrates elevaba preguntas, emitía objeciones, pedía revisar. Y al poner en desnudo las inconsistencias del interrogado, Sócrates lo iniciaba en la mayeútica, es decir, en el hilvanamiento de premisas con nuevos datos y argumentos con el objeto de llegar a refrescantes ideas apenas intuidas por el entrevistado. Una labor similar a las parteras que con sus penosas intervenciones dan luz a una nueva criatura en el mundo.
Sócrates mereció la burla en el teatro griego y el castigo político por su andar presumiblemente subversivo. Así, Aristófanes lo hizo objeto de sátiras en Las Nubes, y, en el curso del tiempo, las autoridades atenienses apenas lo toleraron. El Tribunal de los Quinientos le dictó sentencia de muerte en el año 399 a. de C. El filósofo rehusó fugarse de la ciudad como le aconsejaron algunos amigos, Y en sus horas finales, antes de beber la cicuta, amplió sus reflexiones sobre la libertad y la justicia. Los textos en Fedón y en la Apología reproducen los contenidos de sus últimos diálogos. Su forma de morir tuvo un efecto adverso a las intenciones del Tribunal: le aseguró la presencia en los anales de la humana reflexión y las de justas rebeldías.
Presencia ayer y hoy necesaria pues entonces en Atenas como en estos tiempos en múltiples regímenes este género de insurrección intelectual y de crítica pública es apenas tolerado. En no pocos casos, el acceso a fuentes plurales y diversas de formación e información es supervisado por comisarios y ministros; abundan más las respuestas que las preguntas, más las convicciones que el escepticismo. Países (China, Rusia) que en el pasado se distinguieron por su riqueza y pluralidad culturales apenas revelan hoy capacidad creativa y pluralidad en temas que, bien y felizmente tratados, pueden lastimar la legimitidad del poder político. En otras latitudes (como en algunos países latinoamericanos, africanos y en Medio Oriente) el conformismo cultural- cuando no la represión pública- pesadamente gravitan o amenazan, y en no pocos casos los que adhirieren al arte socrático de provocar deben buscar asilo en otras latitudes o silenciar las ideas. Sócrates no publicó texto alguno; sin embargo, recordar la ironía, las objeciones y su no conformismo se antojan desde entonces inaplazables.

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